En el año 1966 un nuevo producto aparecía en las estanterías de los supermercados norteamericanos: se trataba del desodorante vaginal, o, como se bautizó de manera comercial, el «pulverizador de higiene femenina». En pocos años sus cifras de ventas fueron espectaculares: en 1973 se calculaba que el producto era usado por unos veinte millones de mujeres en Estados Unidos, y su volumen de negocio ascendía a cuarenta millones de dólares (lo que hoy equivaldría a unos 259 millones). «Será tan normal como la pasta de dientes», se decía por entonces.
En «Abordando el, ejem, problema», un brillante artículo publicado en Esquire a principios de los años setenta y recogido en la antología Ensalada loca, la periodista y guionista Nora Ephron analizaba cómo los fabricantes habían aprovechado la revolución sexual para posicionar el producto en el mercado estadounidense. Sin ir más lejos, el primer anuncio impreso del espray rezaba: «Ahora que «La píldora» te ha liberado de preocupaciones, «El pulverizador» te ayudará a que toda esa libertad merezca la pena».
El éxito de este producto enraizaba con el éxito que también tuvieron el desodorante axilar y el desodorante de pies, fruto de la obsesión norteamericana por la eliminación del olor. De hecho, sus fabricantes habían seguido su mismo modelo: el de crear la demanda de un producto al mismo tiempo que este se fabricaba. «Ahora, en algún sitio», dice la responsable de uno de los anuncios del pulverizador en el artículo de Ephron, «hay una chica que puede estar acongojada y un día sale y compra Feminique y se anima y llega a casa y esa noche se siente más confiada y salta sobre su marido y por primera vez en su vida tiene un orgasmo. Si pudiese creer que soy responsable de un orgasmo más en el mundo, creo que merecería el Premio Nobel de la Paz».
Pero su popularidad enraíza también con otro miedo inculcado en las mujeres, como recoge Ephron en su artículo a través de las palabras de un médico: «Creo que todo viene de la menstruación, que a muchas les enseñan a considerar como algo sucio». En Vulva. La revelación del sexo invisible, la periodista alemana Mithu M. Sanyal analizaba la concepción cultural de la vulva y la menstruación, y de cómo se ha ido forjando una idea negativa de ellas a lo largo de los siglos. Sanyal parte del lenguaje mismo: la terminología dedicada a esa zona y a sus funciones es constantemente eufemística y está mal aplicada; aún ahora, por ejemplo, usamos muchas veces la palabra «vagina» para designar lo que en realidad es la «vulva» (la parte externa). A través de un análisis detallado, la autora demuestra cómo hemos silenciado —y por tanto eliminado— la vulva para reducir los genitales femeninos a un agujero, a la falta de pene, a la ausencia de algo más que a algo en sí mismo. Y, como ya sabemos, aquello que no se nombra no existe.
En la misma línea, la periodista y escritora Caitlin Moran analizaba de forma hilarante y muy certera esta falta de lenguaje aplicada el sexo femenino, en su caso en referencia a la excitación femenina y en particular a la lubricación: «Resulta que solo hay dos formas coloquiales de describir la lubricación vaginal», dice la autora inglesa en Más que una mujer. «»Estoy muy mojada» se aproxima bastante, pero contiene una posible alusión a que, sencillamente, te has sentado encima de algún líquido o, peor aún, te has meado un poco. (…) En cuanto a «húmeda»…, pues no sé, en 2017 fue elegida la palabra más odiosa del mundo».
Al cabo de unos años de su aparición, los pulverizadores vaginales se revelaron peligrosos: tras su uso, muchas de sus usuarias presentaban irritaciones y anomalías en la zona. Ephron detalla con minuciosidad las pruebas de eficacia realizadas por sus fabricantes para demostrar que, como en muchos otros casos, existe un sesgo de género en dichas pruebas que hace que muchos productos destinados a mujeres salgan al mercado sin las comprobaciones de seguridad necesarias bien aplicadas.
Puede que el pulverizador eliminara según que olores, pero lo que no pudo eliminar es el machismo intrínseco al capitalismo que estas tres autoras nos invitan a cuestionar con sus maravillosos textos, reenfocando y resignificando estas áreas aún demasiado silenciadas, demasiado acalladas y estigmatizadas, del cuerpo de la mujer: las de la vulva y la vagina, y la de todas sus funciones.
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