ZINEB
por Ana Burgos
Dios, da fuerza a mi gente para apoyar a mi patria.
Zineb
Cae el sol como cada tarde en el desierto. Otro día de dura jornada termina. En mitad de la nada contemplo la extraña belleza cuando se acerca el ocaso. Entorno los ojos, más allá del horizonte, entreveo un mañana mejor para mi pueblo. Aún está lejos, lo sé; es imposible atisbarlo ante esta gran desolación. Desde la lejanía solo llegan falsas promesas, de esas que no se cumplen.
Mi nombre es Zineb. Ayer cumplí medio siglo de vida. Mis primeros recuerdos son de un pasado feliz. Vuelvo mi memoria a Bojador, mi ciudad de origen. Qué lejos estás de mí y qué remotas sus playas desiertas, infinitas, donde tantas veces jugué con mi hermana y mis primos, a la pelota, o a escondernos entre las barcas de los pescadores en la orilla. De aquella infancia perdida conservo vagas imágenes; tal vez, mi mente suaviza los recuerdos más dolorosos, como la muerte de la pequeña Minetu y la de mi padre, al comienzo de las primeras revueltas. Después vino la invasión. Luego, la huida desesperada de muchos para salvar la vida. Otros quedaron en la zona ocupada y, en medio, el muro de la infamia, levantado por manos manchadas de sangre.
Nos arrancaron de nuestra patria, de nuestro hogar. Nos condenaron a vivir lejos, en el infierno de la Hamada argelina, separados de la familia, en un lugar donde un sol abrasador no tiene clemencia con mi gente. Soportando y padeciendo escasez, adversidad.
A Tinduf logramos huir mi madre y yo, el lugar que acoge desde hace varias décadas al pueblo saharaui. Crecí y estudié en esta tierra de nadie. A los dieciséis años me casé y la vida nos bendijo a mí marido y a mí con dos hijos. Con nuestro esfuerzo y trabajo le pudimos dar una educación, unos estudios. Ellos viven ahora en Francia, allí trabajan. No quieren regresar al campamento de refugiados porque no existe un futuro para los jóvenes. Desde este lugar apartado del mundo construimos una sociedad fuerte e igualitaria. El deseo de un porvenir para las generaciones que empujan y quieren dar paso nos da la fuerza y mantiene viva la esperanza. Desde Tinduf nuestra resistencia sigue en pie para que no se borre la historia ni silencien la voz de mi pueblo.
Comienza a anochecer entre las dunas. El viento barre la arena del desierto, y una absoluta oscuridad caerá sobre las casas. Durante la noche mi marido, Mahmud, amasa el pan nuestro de cada día. Después del último rezo me reúno en la jaima con Amina, mi anciana madre, y con otras mujeres de la comunidad. Bebemos té, repetimos el mismo estribillo que cantaron en otro tiempo nuestras hermanas, recordándolas. Nuestra plegaria se escucha cuando el silencio cobra más fuerza. Se alza ante un cielo que clama justicia.
© Ana Burgos Alcaide. Marzo 2023. Todos los derechos reservados.