La Piedra de Blarney y su beso legendario

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En el corazón de Irlanda, cerca de la ciudad de Cork, se alza el castillo de Blarney, una imponente construcción medieval que, más allá de sus almenas, jardines y muros centenarios, alberga uno de los objetos más célebres y curiosos del folclore europeo: la Piedra de Blarney. Esta piedra, empotrada en lo alto de la torre del castillo, ha sido durante siglos destino de peregrinación para quienes desean obtener un don muy particular: el don de la elocuencia.

La leyenda cuenta que besar la Piedra de Blarney otorga el “gift of the gab”, es decir, el talento para hablar con gracia, persuasión y encanto. Pero no se trata de un simple gesto: para besarla, el visitante debe inclinarse peligrosamente hacia atrás, colgado del borde de una muralla a gran altura, sostenido por barras de hierro y, en muchos casos, por la ayuda de un asistente. La experiencia, que mezcla vértigo y ritual, se ha convertido en una de las atracciones más populares de Irlanda, atrayendo a miles de visitantes cada año.

El origen exacto de esta piedra es objeto de múltiples teorías y leyendas. Algunos afirman que se trata de la Piedra del Destino, utilizada antaño para coronar a los monarcas escoceses, y que fue traída a Irlanda por Cormac MacCarthy, señor de Blarney, como muestra de alianza con Escocia en el siglo XIV. Otros sostienen que fue un regalo de la reina Isabel I, aunque esta versión contradice el origen claramente prerreformista del mito. Existen también quienes relacionan la piedra con poderes druídicos, otorgándole una aura mágica y ancestral.

Pero ¿cómo se forjó la leyenda del beso? La tradición moderna parece tener raíces en una disputa política. Durante el reinado de Isabel I, el término “blarney” comenzó a utilizarse para describir un lenguaje adulador y evasivo. Se dice que Cormac MacCarthy, dueño del castillo, era tan hábil para eludir las demandas de la reina sin contrariarla que sus palabras eran calificadas como “blarney”: bonitas pero ineficaces. La fama del verbo creció, y con él, la conexión entre la piedra del castillo y la capacidad de hablar con astucia.

Sea cual sea su origen real, el hecho es que la Piedra de Blarney ha trascendido los límites de la historia para instalarse en el ámbito de lo legendario. Su beso ha sido buscado por políticos, artistas, escritores y curiosos de todo el mundo. Winston Churchill, según se dice, fue uno de los que se inclinó para besar la piedra, en busca de ese misterioso don verbal.

Hoy, la experiencia de besar la Piedra de Blarney encierra un valor más simbólico que práctico. Es un gesto ritual, una pequeña aventura que conecta al visitante con una tradición centenaria cargada de humor, ingenio y espíritu irlandés. Y, aunque no todos salgan convertidos en grandes oradores, muchos se marchan con una sonrisa y una historia peculiar que contar. Tal vez, al final, ese sea el verdadero regalo de la piedra.

Redacción

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