En la aldea de los Dioses – Capítulo 9 de «El otro nombre»

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Caminan en silencio al amparo de la oscuridad de la noche. No encuentran guardián alguno. No los esperan y menos a ellos, con pocos medios y supuestamente inferiores. Posiblemente los subestiman, consideran que jamás se atreverán a pisar la tierra prohibida para llegar hasta la aldea de los dioses. Los hombres de ambas tribus están convencidos que son hombres como ellos, que también pueden morir.

—¡Mira! —dice Pasak a Kenie— tienen hogueras en la aldea.

—Deben ser muy grandes veo que iluminan las cabañas, también grandes.

—Es cierto, veo entrar y salir gente por una especie de rampa de la cabaña central.

—Nos acercaremos más. Fijaros si hay gente de nuestras aldeas.

—Deberíamos esperar a que el sol ilumine, será más fácil observar.

—Tienes razón, busquemos un lugar donde dormir algo, a primera hora decidiremos como entrar —termina diciendo Kenie.

            Dejan centinelas apostados y duermen hasta el amanecer. Despiertan cuando la aldea comienza a tener movimiento de gente. De las rampas comienzan a salir cajas que sobrevuelan a poca distancia del suelo. Van cargadas con guardianes y hombres sin uniforme de diferentes tribus. Todas ellas llevan la misma dirección. Se fijan en la composición de la aldea de los dioses. Está formada por una gran cabaña en el centro y al menos diez de tamaño más pequeño a su alrededor, a modo de coraza o defensa respecto a la principal. Kenie no tiene duda, en esa principal deben estar los dioses.

—Deberíamos averiguar dónde van esas cajas, han parado a un pers aproximadamente.

Llegaremos allí dando un rodeo, saldremos por encima de donde se encuentran ahora.

            Al llegar ven veinte cajas paradas sobre el suelo, en una explanada. Dos guardias con tubos vigilan despreocupadamente.

Voy a bajar —dice Kenie dirigiéndose a Pasak.

Déjame a mí —responde.

No puedo, tu llevas el signo de los dioses, yo no.

De acuerdo.

No tengas cuidado, saldré pronto, esperarme sin hacer nada hasta mi regreso.

De acuerdo.

            Kenie baja por la ladera para evitar ser descubierto por los guardianes. Logra entrar por la boca de una gigantesca gruta. A ambos lados, un camino horadado en la roca le invita a deslizarse por una de las aberturas, y tras arrastrarse, llega a una galería. Se para un instante y mira asombrado. Hombres de diferentes tribus trabajan acarreando con sus manos cestos con piedras que descargan en una gran olla de metal brillante, de donde sale un vapor grisáceo. Los hombres caminan lentos, parecen cansados. Regresan al punto de partida donde cargan de nuevo los cestos. Los guardianes a diferencia de los trabajadores cubren sus cabezas con una especie de bola transparente mientras gritan y mueven las armas largas de manera amenazante sobre los hombres.

            Se arrastra por uno de los laterales. Encuentra otro grupo similar, en esta ocasión de Calos y Mosere, incluso Cobos (Hombres adultos de 40 años o más) todos ellos sacan piedras de la galería. Entre ellos cree ver a un Mosere de su tribu. Se despoja de la camisa, la esconde junto a sus armas. Mantiene únicamente el calzón, tal y como viste el grupo de hombres. Agarra uno de los instrumentos que encuentra en el suelo y se acerca a un joven. Sin hablar, comienza a imitarle. Golpea en la pared de la galería y desprende trozos de ella. Al poco tiempo.

Soy Kenie de la tribu Partal ¿Tú quieres eres?

No podemos hablar —dice el joven mirándole con extrañeza y sorpresa— pero lo haré. Me alegra oír a alguien de mi tribu. Me llamo Jomaj Tan Pel.

¿Qué haces aquí?

Sacamos piedras para llevarlas a una trituradora. Luego el resultado lo llevan a la gran cabaña de los dioses. El polvo no debe ser bueno, respirarlo nos condena a enfermar y morir.

Cuéntame más, por favor.

Claro. Cada dos o tres meses traen gente que recogen de las tribus. Desconocía la existencia de tantas, he llegado a contar más de diez.

¿Qué son esas luces, hogueras?

No. No puede hacerse fuego aquí dentro, estallaría toda la galería y la montaña. ¿Cómo está nuestra aldea?

Bien, tu hermano ya no es Mosere, es fuerte se ha convertido en guerrero, aguarda frente a la Marca, junto a otros como él.

¿A qué has venido?

A matar a los dioses.

No son dioses, son hombres. Hablan una lengua que no entendemos y se comunican a través de unas cajas pequeñas cuando están alejados unos de otros. Solo nos quieren como esclavos y cuando enfermamos, nos alejan de este lugar y nos abandonan o dan muerte.

¿Qué hacen con los jóvenes y las mujeres?

Abusan de ellos y si alguna mujer queda preñada suelen meterla en una nave inmediatamente.

¿Cómo puedo entrar en la cabaña o nave de los dioses sin que me vean?

Únicamente por la parte superior, tiene una abertura para que penetre aire ¿Qué piensas hacer?

Aún no lo sé, ahora debo salir de aquí y comentar cuanto me has dicho con el jefe de la tribu Socoa.

Si quieres puedo ayudaros desde dentro. Todos odiamos a los dioses y no nos importa morir antes de tiempo.

Espera, volveré en cuanto hayamos preparado un plan, mientras tanto ocúpate de reclutar a quienes puedan ayudar, todos somos necesarios. Deberás hacer grupos y poner al frente a los más idóneos para dirigirlos. ¿Podrás hacerlo?

Desde luego. ¿Cuándo volverás?

Si no hay problemas, mañana. Ahora ayúdame a salir, y algo más, debéis coger los tubos cortos y largos de los guardianes, sabemos cómo se usan.

De acuerdo. Gracias por venir a rescatarnos.

            Dos hombres de la galería se dejan caer al suelo a recomendación de Jomaj para llamar la atención del guardián, momento que aprovecha Kenie para salir de la galería en busca de la salida. Poco después sube la ladera al encuentro de sus hombres y Pasak. Le cuenta lo averiguado y comienzan a urdir un plan. Aquella noche duermen poco, nervios e inquietud no lo permiten. Se mantienen trazando un plan de ataque.

Creo que podríamos hacerlo así —dice Kenie a Pasak— Ocúpate del exterior, yo del interior, provocaremos algo que obligue a los guardianes a salir. Veremos si el fuego los anima a todos, cuando lo hagan los mataremos. Tomaremos sus ropas y nos llevaremos las cajas voladoras con nuestros hombres y algunos de los jóvenes retenidos que todavía estén fuertes. El resto viajará hasta la Marca y regresarán con las cajas. Las utilizaremos para rescatar al resto de nuestras gentes.

Escucha Kenie, me parece bien, pero ¿Cómo vamos a rescatar a los niños y mujeres?

Provocaremos el derrumbe de las galerías sobre la explanada, y sobre dos cajas volaremos hasta la cabaña de los dioses.

Moriremos muchos.

Es posible, pero creo que todos estamos dispuestos a morir por liberarnos de esos dioses. Ahora debo prepararme para entrar en la cueva y contactar con quien hablé, debo comunicarle qué haremos. Necesitaré estopa y varios grupos de pedernales para entregárselos.

Lo prepararé yo mismo.

            A punto están de descubrirlo cuando entra en la galería. No puede dar explicación alguna a los guardianes cuando le encuentran fuera, no habla la lengua de ellos. Solo escucha unas posibles imprecaciones seguidas de amenazas con el arma larga. Lleva ocultos la estopa y los pedernales. Cuando se une al resto de trabajadores esclavos, estos le miraron como si ya estuvieran salvados. Sin hablar ante la presencia de los guardianes, toma un capacho y comienza a cargarlo con las piedras que esperan en el suelo.

            En pocos minutos una vez desparecidos los guardianes, pone en antecedentes del plan a Jomaj. Todo está coordinado en el interior según responde, por lo que cuando conoce deben provocar fuego para que aquella cueva se hunda, algunos Cobos se presentan voluntarios. No les importa, sabe que hacerlo provocará su muerte. Kenie les pide paciencia, pero sobre todo precaución y coordinación en las explosiones. Deben rigurosos con el plan establecido. Al acabar, regresa de nuevo junto a Pasak y descansar el resto del día.

© Anxo do Rego. Todos los derechos reservados

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Narrador. Fundador, director y editor de la extinta editorial PG Ediciones. Actualmente asesora y colabora en las editoriales: Editorial Skytale y Aldo Ediciones, del Grupo Editorial Regina Exlibris. Director y redactor del diario cultural Hojas Sueltas. Fundador en 2014 de una de las primeras revistas digitales del género negro y policial «Solo Novela Negra». Participa en numerosas instituciones culturales. Su narrativa se sustenta principalmente en la novela policíaca con dieciséis títulos del comisario del CNP, Roberto H.C. como protagonista, aunque realiza incursiones en otros géneros literarios, tales como la ficción histórica, ciencia ficción, suspense y sentimentales. Mantiene su creatividad literaria con novelas, relatos, artículos, reseñas literarias y ensayos.

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