«El ritmo es en literatura lo que el pulso es en la vida: lo sostiene todo, pero rara vez se muestra».
—Juan Benet—
La escritura respira en frases. Cada una de ellas, aunque la costumbre o la gramática puedan hacerlas parecer simples unidades de sentido, es también una unidad rítmica: un latido propio dentro del conjunto del texto. Reconocer ese latido y aprender a trabajarlo es uno de los caminos discretos pero decisivos hacia un estilo que no solo diga, sino que suene.
El ritmo latente
El ritmo de una frase no depende solo de su longitud, sino de la combinación entre pausas, acentos, cadencias y silencios. La prosa no exige la regularidad del verso, pero tiene su propia música secreta. Una frase de cinco palabras puede sonar densa o liviana, urgente o pausada, según cómo esté construida. Aprender a oír esa música exige, primero, una lectura atenta de nuestros propios textos, no buscando el error, sino escuchando el movimiento: ¿resbala?, ¿se detiene?, ¿empuja?, ¿titubea?
Reconocer el ritmo de una frase implica prestarle atención a tres elementos principales:
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Las pausas naturales: no solo los signos de puntuación, sino los cambios de tono y de tensión.
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La repetición de sonidos o estructuras: que puede crear eco, énfasis o cansancio, según cómo se maneje.
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La proporción entre las partes: frases demasiado uniformes tienden a monotonizar el texto; combinarlas otorga variación y vitalidad.
El ritmo se percibe cuando se lee en voz alta, pero también cuando se deja «escuchar» en silencio, con la atención puesta no solo en lo que se dice, sino en cómo suena lo que se dice.
Uno de los grandes maestros españoles del ritmo en prosa fue Benito Pérez Galdós. Sus frases, extensas pero de cadencia natural, ofrecen un fluir que acompasa la narración sin agotar al lector. Baste leer el inicio de «Fortunata y Jacinta» para percibir cómo combina descripciones largas con incisos breves que oxigenan el relato. Otro ejemplo admirable es el de Carmen Martín Gaite, capaz de alternar frases breves y otras más sinuosas, logrando una respiración natural en textos como «Entre visillos».
La atención al ritmo también es evidente en la obra de Juan Benet, quien, en «Volverán las nubes», compone largas frases de estructura compleja, cargadas de subordinadas, sin perder en ningún momento la tensión interna. Su música épica y grave exige del lector una escucha atenta, una paciencia que es recompensada por la densidad de significados.
Trabajar el ritmo
Corregir o mejorar el ritmo de una frase no significa convertirla en un truco musical. El objetivo no es embellecer, sino acompasar: hacer que la frase sostenga su propio peso y avance con naturalidad. Algunas estrategias para trabajarlo podrían ser:
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Ajustar la longitud: una frase demasiado larga puede agotar; una demasiado breve puede trocear la lectura. Encontrar la medida justa es encontrar el aliento correcto.
- Afinar los comienzos y los finales: las primeras y últimas palabras de una frase tienen un peso rítmico especial. Revisarlas puede equilibrar o dinamizar la frase entera.
- Variar estructuras: alternar frases subordinadas, coordinadas, simples y compuestas ayuda a evitar una prosa monocorde.
- Eliminar obstrucciones: palabras superfluas o encadenamientos forzados que entorpecen la fluidez deben ser podados.
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Escuchar con distancia: dejar reposar el texto y volver a él permite percibir con más nitidez los tropiezos rítmicos.
Antonio Muñoz Molina, en «El jinete polaco», demuestra una maestría particular para el ritmo narrativo, combinando largas evocaciones con frases incisivas que marcan transiciones emocionales. Otro referente es Rafael Sánchez Ferlosio, cuyas oraciones en «El Jarama» vibran con la repetición de estructuras y la dosificación de pausas, reflejando el discurrir del tiempo en un día de verano.
Mencionar también a Javier Marías resulta inevitable. Su estilo, con frases largas y encabalgadas, subordinaciones encadenadas y un uso singular de la digresión, muestra un dominio absoluto del ritmo: la frase maríasiana no se extravía, avanza lenta pero ineluctablemente, como una marea.
La práctica de la relectura crítica, la grabación de la lectura en voz alta y el análisis de la musicalidad de autores admirados son métodos eficaces para cultivar esta sensibilidad rítmica. No se trata de imitar, sino de aprender a reconocer los latidos de cada estilo y trasladar esa conciencia al propio.
Ejemplos prácticos
Ejemplo 1 (Pérez Galdós):
«Don Francisco de Bringas, oficial primero del Ministerio de Hacienda, hombre metódico y taciturno, vivía en un estado perpetuo de preocupación acerca de sus deberes.» («La de Bringas»)
La frase contiene varios incisos que modulan el ritmo, haciendo que la descripción avance sin prisa pero sin detenerse.
Ejemplo 2 (Martín Gaite):
«Hablaban de cosas tan estúpidas que a él le entraban ganas de interrumpirlos, de romper esa búbula en la que parecían vivir.» («Entre visillos»)
La alternancia entre dos fragmentos conectados por una conjunción otorga agilidad y matiz emocional a la frase.
Ejemplo 3 (Muñoz Molina):
«A veces me acuerdo de él, y lo veo en el borde mismo de la carretera, recortado contra la llanura que se extendía hacia el sur como un sueño de polvo y de sed.» («El jinete polaco»)
El uso de oraciones subordinadas y una imagen final intensa marcan un ritmo de evocación lenta pero firme.
Ejemplo 4 (Javier Marías):
«Sabía que había momentos, tal vez demasiados, en los que una leve alteración de lo previsto podía tener consecuencias irreparables, o al menos imprevisibles, y que era mejor no tentar la suerte.» («Corazón tan blanco»)
La frase, larga y sutilmente modulada, ejemplifica la cadencia envolvente propia de su autor.
Ejemplo 5 (Juan Benet):
«En el confuso laberinto de calles que, desde la plaza principal, descendían hacia el río, la tarde se espesaba en un vaho caliente y denso que hacía vibrar las fachadas y diluía las siluetas de los árboles.» («Volverán las nubes»)
La frase, larga y de sintaxis entrelazada, crea una atmósfera espesa que refuerza el contenido emocional de la escena.
A modo de coda
No hay fórmulas para lograr un ritmo perfecto, ni falta que hacen. La sensibilidad rítmica se cultiva como se cultiva el oído musical: leyendo a los grandes, escribiendo con atención, releyendo en voz alta y, sobre todo, no forzando nunca la música.
Cultivar el ritmo es, en definitiva, cultivar la escucha: del texto, de uno mismo, del mundo.
«El secreto de la escritura no está en saber muchas palabras, sino en saber en qué momento suenan». —Antonio Muñoz Molina—
Equipo de redactores de HOJAS SUELTAS


