“Te acercas. Te siento.
como la ola súbita
que toca el tobillo
y ya te ha llevado.”
— Clara Janés —
El encabalgamiento, recurso habitual en la poesía, también puede ser un gesto narrativo. Lo esencial no es romper el verso o la frase: es prolongar el sentido más allá de donde el lector espera que termine.
Clara Janés utiliza el encabalgamiento no como ruptura formal, sino como manera de generar sorpresa y fisicidad. “Te siento. / como la ola súbita…”: el segundo verso redefine el primero, le añade una capa inesperada. El lector cae en la segunda línea como en esa misma ola.
En la prosa, el encabalgamiento ocurre cuando la estructura sintáctica se desborda en ritmo o respiración. Carmen Martín Gaite lo aplicaba con cadencias casi poéticas; Benet lo convertía en densidad narrativa. Más cercano, Andrés Barba ha recuperado esa técnica en novelas que suspenden la clausura de la frase para cargarla de tensión.
El encabalgamiento, bien usado, no es un capricho estético, sino una forma de respirar el texto. Introduce tiempo, diferencia, retardo. Es un arma contra la inercia de la sintaxis funcional. Leer en voz alta es la única forma de apreciarlo.
Y de aprender a usarlo.
Redacción