Esa misma noche Maxi Robles camina hasta una vivienda estrecha como una garita, en la parte alta del pueblo, con vistas a la plaza del pilón.
El interior de la casa parece tan frío y oscuro como el exterior; posiblemente más. Maxi sigue los pasos de un individuo delgado y fibroso hasta la única estancia con algo de luz y diríase que incluso caldeada. Se sienta en un banco de madera, acepta una taza de café.
Francisco Tomé observa detenidamente al muchacho y piensa, una vez más, que es el vivo retrato de su padre cuando tenía su edad. Sabe que no trae buenas noticias, porque las desgracias nunca vienen solas y, además de Faustino, ha desaparecido un soldado, justo ahora que los militares iban a largarse con la música de su caja negra a otra parte.
—Supongo que no hay ninguna novedad.
—Bueno, una sí.
La respuesta le sorprende pero sigue sin escuchar buenas noticias. De lo contrario tendría a Faustino, y no a su hijo, frente a él.
—Encontré su caballo arriba, cerca de la finca. Mi padre iba mucho por la finca últimamente porque pensaba que su primo se la quería quitar.
Tomé tensa los músculos, endurece la mirada. Definitivamente, las desgracias nunca vienen solas.
—¿Su primo? ¿Qué primo?
—Uno que vive donde Teodoro. Es el hijo de su tío, el que mataron en Madrid.
—Creo que sé quién es. La puta que le parió, y nunca mejor dicho. ¿Por qué no me dijo nada a mí?
—No lo sé —responde Maxi, encogiéndose de hombros—. Ya sabe usted cómo es mi padre. Si se le mete algo en la cabeza…
Se le metió en la cabeza esconder parte de la mercancía en esa finca y a Tomé no le pareció mal; ni siquiera cuando la montaña se llenó de militares por culpa de aquel avión. La desaparición de Faustino tampoco le había preocupado gran cosa. Pero ahora piensa en un montón de cabos sueltos enmarañándose como un nido de culebras y comprende que ha llegado el momento de intervenir personalmente.
—No te preocupes —le dice al muchacho—. Yo me encargo. Mañana por la mañana pondré a mis hombres a buscar por allí arriba. Puede que haya tenido un accidente, que se haya caído y esté con algo roto sin poder moverse. Lo encontraremos.
—Lleva casi una semana…
—No te preocupes —insiste—. Tu padre es duro de pelar. Ahora vuelve a casa y tranquiliza a tu madre. Repítele lo mismo que te acabo de contar.
Él no está preocupado por Faustino: sabe, tiene la seguridad de que está muerto. Pero su primo está vivo (el hijo de Gerardo, ¡quién lo iba a decir!), amenazando con quitarle el sueño, y eso es algo que no está dispuesto a consentir.
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