Rosas con raices de muerte

0
205

ROSAS CON RAICES DE MUERTE

por Olivia Canoura


El perro se había escapado corriendo hacia un claro cercano, no tenía la costumbre de irse del lado de su dueño, a no ser que algo le llamase la atención; en ese momento se podían escuchar sus ladridos alegres mientras disfrutaba de la carrera, seguramente persiguiendo a alguna mariposa.

De pronto se hizo el silencio, justo después de que el perro lanzase un aullido triste y gutural. Ya no se oían los ladridos; de hecho no se podía escuchar absolutamente nada. Era como si el tiempo, de pronto, se hubiese detenido

Entonces el perro gimió; el sonido lastimero puso en alerta a su dueño, que, inmediatamente, aceleró el paso al mismo tiempo que gritaba el nombre del bóxer. Pero, Thor, el perro, no vino a su encuentro como era su costumbre, sino que seguía con sus quejidos allá, un poco más adelante. Luis jadeaba por el trote cuando alcanzó el lugar en el que su perro permanecía plantado. Olisqueaba la tierra que había removido un momento antes, mientras escondía la cola entre la patas traseras; su cuerpo temblaba ostensiblemente y el pobre animal gimoteaba sin parar.

Luis se quedó sin aire de manera abrupta cuando por fin llegó a discernir lo que sus ojos contemplaban: allí, en una porción de suelo hundido, donde empezaba a cubrirse de maleza propia del bosque como brezo y helechos, sobresalía, a un palmo de la nariz de Thor, un brazo humano, en apariencia femenino, de un blanco cerúleo. El miembro roído, tal vez por alimañas, provocaba un efecto entre terrorífico y romántico, al dejar ver como un tallo verde surgía a través de la carne putrefacta, al final del cual se podía observar una hermosa rosa roja.

El hombre, en estado de shock, le paralizaba el miedo mientras su cabeza le ordenaba salir de allí y pedir ayuda. Entonces pareció salir de su estupor y volteando la cabeza en todas direcciones, tratando de asegurarse de que estaba solo y no había nada maligno acechando, saltó como un resorte y dio varios pasos hacia atrás como si aquello que le provocaba miedo, asco y fascinación pudiera moverse fuese a tocarlo en cualquier momento. Se apoderó de él el pánico y cuando al fin fue capaz de despegar la mirada de la dantesca escena, pudo observar como a pocos metros podían observarse más tallos con solitarias rosas rojas. La descarga de adrenalina fue brutal al ser consciente de lo que aquello podía significar: tal vez hubiese un cuerpo pudriéndose bajo cada planta, como sucedía con aquella que tenía delante de sí. Notó la garganta seca mientras el corazón batía fuerte contra su pecho, amenazando con salírsele por la boca que en ese momento estaba tan seca como una lija.

Dio dos, tres, cuatro pasos hacia atrás con miedo de girarse por si alguien le seguía. Debía irse. Salió corriendo a trompicones en dirección a su coche. Iba gritando el nombre de su perro, aunque en realidad era lo que él creía puesto que de su boca tan solo salían extraños gemidos que querían ser un nombre, pero no alcanzaban a serlo. No volvió la mirada atrás en ningún momento, temía que un psicópata asesino le siguiera y en poco tiempo sintiese su aliento en el cogote. El perro mientras tanto, le dirigía una mirada lastimera y mantenía el rabo entre las patas y el pelo del lomo erizado.

La huida de Luis no era fácil, tenía los miembros pesados, parecían no querer obedecer las órdenes de su cerebro de que se pusieran en marcha. Y entonces lo vio. No había reparado en ello cuando minutos antes entrara en ese claro del bosque, pero ahora era capaz de ver aquellas rosas, en las que no había reparado, dispersas por la zona, surgiendo hermosas aquí y allá entre el verdor de la hierba.

Comenzó a correr, trastabillando, enredándose con sus propios pies y los hierbajos. El latido del corazón seguía bombeando en su pecho y en su cabeza. Con voz entrecortada y casi muda llamó a Thor, mientras trataba de emprender una huida que no acababa de suceder. Temía que debajo hubiese un cuerpo, y también, que surgieran manos muertas que sujetasen con sus dedos putrefactos y descarnados, sus piernas impidiéndole avanzar. Corría inclinado hacia adelante zigzagueando entre aquellas que podían ser tumbas anónimas. A lo lejos escuchó ladridos que identificó con los de su perro; no se giró, siguió tratando de salir del claro.

Llegó al camino, jadeando, con el cuerpo dolorido por la cantidad de adrenalina que corría por él. A unos cien metros, su coche le esperaba. A su espalda un crujido de gravas le hizo girarse como si alguien le hubiera golpeado. Levantó su mano derecha dispuesto a defenderse, pero ante él solo estaba Thor jadeando también, con la lengua fuera.

Luis sintió un alivio tan grande que apoyó sus manos en las rodillas para coger aire mientras comenzaba a reír, primero muy bajo, pera ir creciendo en intensidad. Entonces Thor volvió a ladrar, pero ésta vez lo hacía como si allí hubiese un intruso. Luis dejó de reír abruptamente, miró al perro y dirigió la mirada en la misma dirección que el animal.

A bastante distancia pudo observar una figura que parecía encapuchada y daba la impresión de cargar con palos, o lo que fuera aquello de forma alargada, no muy gruesa. A Luis le dio un vuelco el corazón, no pensó por un momento en pedir ayuda a aquella persona, sino que corrió a esconderse obedeciendo al primitivo instinto de supervivencia. Agarró con fuerza al perro del collar y tiró de él para guiarle hasta el coche mientras caminaba entre los árboles medio agachado. Cada pocos segundos echaba la mirada atrás para calcular por dónde estaba el desconocido que tan mala espina le había dado y, aunque le veía mover las piernas, lo cierto era que no parecía acercarse, lo cual calmó sus ánimos en cierta medida. Alcanzaron el automóvil, metió al perro dentro e inmediatamente se sentó tras el volante con ganas de salir de allí quemando rueda si fuese necesario. Echó mano al contacto para descubrir que las llaves que dejó puestas no estaban en su lugar. En ese mismo momento pareció quedarse sin aire; sus miembros temblaban, acaso de miedo. Mientras a tientas, intentaba buscar el llavero por entre sus pies y debajo del asiento. Levantó los ojos al retrovisor: la figura seguía allá, a lo lejos. No era capaz de entender el estado de pánico en el que había entrado al ver a aquella persona. Intentó serenarse. Aún tenía la puerta abierta y Thor salió disparado a través de ella como un relámpago, y como tal emprendió una loca carrera por el asfalto. Ese fugaz movimiento le aceleró de nuevo el corazón. Puso un pie fuera del coche para ir tras el animal cuando una figura oscura y encapuchada, pegada a él, le propinó un fuerte golpe en la cabeza que no pudo evitar, y todo se volvió negro.

Cuando despertó, temiendo haber tenido la peor pesadilla de su vida, comprobó que la noche se estaba instalando del todo y lo que era peor, que él no podía moverse. Lo intentó, pero tardó un buen rato en ser consciente de lo que estaba pasando y, cuando lo hizo un grito gutural rompió la, extrañamente, apacible noche. Su brazo izquierdo, totalmente adormecido, tenía un agujero en el cual alguien había colocado algo que parecía tierra y de la cual surgían bichos. Pero, lo peor, era el tallo de rosa que habían colocado en aquel agujero en su carne.

Entonces, unas enormes paladas de tierra cubrieron su cuerpo ahogando para siempre sus gritos agónicos cargados de terror.

© Olivia Canoura. Todos los derechos reservados.

Publicado en EL SAYÓN

Artículo anteriorDesciende, Moisés
Artículo siguienteSomos romanos
Artista plástica y escritora. Como escritora se inicia en 2020 participando en varias antologías de relatos de diferentes géneros, para ponerse a prueba. Publica su primera novela «Mientras dure la noche». Su creatividad se desliza entre el suspense y el misterio con reminiscencias de mitos y leyendas galaicos en la línea de los clásicos decimonónicos.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí