Recibió una llamada de su sombrío amigo Raúl. Fran le obligó a jurarle que acudiría al médico esa misma semana. Pero lo conocía muy bien para saber que no iba a cumplirlo. Sus padres ya no sabían qué hacer. Lo visitaría en los próximos días con Javier.
Esa misma semana, su amigo Raúl, moría de septicemia. La noticia cayó como un mazazo para Fran y Javier.
Hablaban de unos cortes infectados en su cuello que alcanzó el torrente sanguíneo. Apareció muerto en su habitación sobre su diario abierto. Una nota escrita con su puño y letra plasmaba sus últimas voluntades.
Fran y Javier enterraron en poco tiempo a dos personas que amaban. Si los jóvenes no se volvían locos, sería un milagro. Javier estaba a su lado en silencio tras sus gafas oscuras.
La madre de Raúl se acercó en el entierro a Fran con algo apretando contra su pecho. La pobre mujer era ahora un alma vacía.
—Fran. Deseo entregarte este diario. Es la voluntad de Raúl en su carta, antes de morir.—dijo la madre de Raúl con forzada entereza—. Rogó que lo leyeras. Nada más tengo que decirte Fran.
Fran tomó tembloroso aquel diario, observándolo con cierto temor y abrazó a la pobre madre. Percibió que podía desplomarse en cualquier momento.
Javier los observaba hundido. Ya no sentía vergüenza por llorar en público. Se sentía culpable de haber juzgado a su amigo Raúl. No estuvo a la altura. Se castigaba por ello. Con Fran estaría a su lado.
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