El saber perdura: la resistencia del conocimiento a la erosión del tiempoo

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La historia de la humanidad es, en esencia, la historia del conocimiento. Desde los primeros mitos hasta los tratados filosóficos más avanzados, el ser humano ha encontrado en el saber no solo una forma de comprender el mundo, sino también un refugio contra la caducidad de la existencia. Sin embargo, la pregunta fundamental persiste: ¿Es el conocimiento una entidad inmutable o está condenado a la erosión del tiempo? ¿Es una necesidad inherente a la naturaleza humana adquirirlo para poder progresar y trascender?

Desde tiempos antiguos, el conocimiento ha sido custodiado y transmitido a través de diversos medios: la tradición oral, los manuscritos, la imprenta y, en la actualidad, las bases de datos digitales. La “Ilíada” de Homero, los diálogos de Platón y las tragedias de Sófocles han sobrevivido a guerras, incendios y cambios culturales radicales. Su persistencia sugiere que el conocimiento, cuando logra anclarse en la memoria colectiva, se convierte en un legado indeleble.

No obstante, la historia también es testigo de la pérdida del saber. La destrucción de la Biblioteca de Alejandría es el símbolo por excelencia de la fragilidad del conocimiento ante los embates del tiempo y la barbarie humana. Más recientemente, el deterioro de archivos históricos y la manipulación de la información evidencian que la pervivencia del saber no está garantizada, sino que depende de la voluntad y el esfuerzo de quienes lo resguardan.

Desde una perspectiva filosófica, la idea de que el conocimiento perdura plantea un dilema interesante: ¿es el saber una entidad fija o está en constante transformación? Platón sostenía que el conocimiento verdadero es inmutable, ya que reside en el mundo de las Ideas, mientras que Heráclito afirmaba que todo fluye y cambia, lo que implicaría que el saber también está sujeto a la transitoriedad.

En la modernidad, la epistemología ha reconocido que el conocimiento no solo se conserva, sino que se reformula y adapta. Karl Popper, con su teoría del falsacionismo, argumentaba que el avance del conocimiento se basa en la refutación de teorías previas. De este modo, el saber no desaparece, sino que evoluciona, refinándose con cada nueva generación.

La filosofía española ha abordado esta cuestión desde distintas perspectivas. José Ortega y Gasset enfatizó la importancia de la educación y el conocimiento como herramientas esenciales para la evolución de la sociedad. En su obra “La rebelión de las masas”, destaca cómo la ausencia de formación y pensamiento crítico puede llevar a una civilización a la decadencia. Según Ortega, el conocimiento no solo debe conservarse, sino adquirirse activamente para poder transformar la realidad y darle sentido a la existencia humana.

Otro pensador clave, Miguel de Unamuno, defendía la búsqueda incesante del saber como una necesidad inherente al ser humano. En su ensayo “Del sentimiento trágico de la vida”, argumenta que el conocimiento es parte de la lucha existencial por encontrar un propósito y trascender la finitud de la vida. Para Unamuno, adquirir saber no solo es una cuestión intelectual, sino una forma de resistencia contra la desesperanza y el nihilismo.

En la era digital, la preservación del conocimiento se enfrenta a nuevos desafíos. Paradójicamente, la sobreabundancia de información y la obsolescencia tecnológica pueden dificultar el acceso al saber de manera sostenible. No solo es fundamental almacenar datos, sino garantizar su interpretabilidad a lo largo del tiempo.

La filosofía contemporánea también ha reflexionado sobre la fragmentación del conocimiento en la era digital. Byung-Chul Han advierte que la información inmediata y descontextualizada amenaza con debilitar el pensamiento crítico. Si bien el saber perdura, su estructura y acceso están en un proceso de metamorfosis constante.

El saber perdura porque es la piedra angular de la cultura y la identidad humana. No es una entidad estática ni infalible, sino un constructo en continuo devenir. La responsabilidad de cada generación no es solo preservar el conocimiento, sino también cuestionarlo, ampliarlo y adaptarlo a nuevas circunstancias.

Adquirir conocimiento no es una opción, sino una necesidad que permite la evolución del pensamiento y la consolidación de una sociedad reflexiva. Ortega y Gasset advertía que el hombre es un “hijo de sus circunstancias” y que solo mediante el saber puede trascenderlas. La educación, la investigación y la reflexión son los pilares que garantizan que el conocimiento no se desvanezca con el paso del tiempo, sino que continúe iluminando el futuro.

El conocimiento es, en última instancia, un acto de resistencia contra el olvido. Es el eco de la humanidad a través del tiempo, la memoria que nos define y la herencia que dejamos. En un mundo en constante cambio, el saber, en sus muchas formas, sigue siendo el hilo que une el pasado con el futuro, la tradición con la innovación, la experiencia con la posibilidad.

Como bien dijo Umberto Eco: «Los libros no están hechos para ser creídos, sino para ser sometidos a investigación. Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos lo que dice, sino lo que significa». En ese sentido, el saber no solo perdura: transforma y se transforma en cada nueva lectura.

© Valentín Castro

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Nació en una aldea de A Coruña hace 38 años. Emigra con sus padres a Méjico. Licenciado en Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Afincado en Madrid, publica artículos y ensayos en diversos medios de comunicación mejicanos y españoles bajo numerosos seudónimos. Actualmente prepara una saga con personajes nacidos durante la ocupación de México por Hernán Cortés. Sus artículos y ensayos son efectistas, en ocasiones cáustico, y muy crítico.

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