MITOS Y LEYENDAS DE LOS IK’HUE
Los presentes mitos y leyendas conforman el imaginario colectivo de la tribu de los Ik’hue, una nación norteamericana de carácter ficticio en la que se desarrolla la novela «Ik’hue – Lazos de sangre» (Verbum, 2024), obra del prolífico autor guipuzcoano Iñaki Sainz de Murieta.
Mucho tiempo atrás, aconteció una gran y prolongada sequía que volvió yermas las tierras y segó la vida de innumerables animales y personas. Tan grave resultó la situación que se vieron actos como nunca antes ocurrieran; muchos de ellos execrables. El hambre y la desesperación provocó que familias enteras se vieran obligadas a saciar su apetito con los cuerpos de sus propios muertos, a pesar de la repugnancia que aquel acto entrañaba. Pero, cuando la supervivencia está en juego, no ha lugar para más consideraciones; no cuando el estómago es capaz de acallar al más recto de los espíritus. Así, los padres se alimentaron de su propia prole, cuyas vidas se agostaban bajo un sol de fuego que no mostraba compasión alguna.
Impotentes ante la ausencia de lluvias, la gente comenzó a migrar sin rumbo ni concierto, buscando, cual animales, cualquier charca infecta en la inmensidad de un territorio que antes era un vergel y ahora solo podía calificarse de desierto. Por cada pozo seco, o contaminado, decenas de personas desfallecían para no volver a levantarse jamás.
Tras innumerables lunas de marcha, uno de los ancianos soñó con un río que fluía aún libre y puro allí donde el sol se oculta a descansar. Soñó con miles de animales y abundantes plantas. Soñó con todo lo necesario para que su pueblo pudiese renacer y crecer a la vera de una nueva fuente de vida. Tras relatar su visión a sus extasiados oyentes y someterla a los ritos preceptivos, se decidió emprender el camino hacia el oeste sin más demora. Una colosal sierra, similar a la espalda de un gigante tumbado, servía de referencia, reforzando la moral de un pueblo que agonizaba.
Aún no habían llegado a su destino cuando observaron las primeras nubes de tormenta y olieron la lluvia al otro lado del macizo rocoso. Jamás un horizonte fue tan bello como aquel que se abrió ante ellos al hollar la cima. A partir de entonces, se hicieron llamar los Ik’hue.
—Iñaki Sainz de Murieta—