Mortalidad, eternidad y propósito

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A veces una frase o una máxima tiene que ser explicada con un texto suficientemente pormenorizado para entender que es lo que verdaderamente quería expresar el autor. La máxima es esta:

La mortalidad es el requisito de la eternidad consciente, si no tenemos un propósito dispuesto para después de la eternidad esta no llegará a existir.

Vamos a proceder a analizarla permitiéndome de este bello modo que pueda expresar los detalles que están implícitos dentro de ella y me gustaría compartir con vosotros.

El hecho de que el ser humano sea mortal dota a su vida de una intensidad única, una emoción existencial que transforma cada instante en un momento inapreciable, en un tesoro. La fugacidad de nuestra existencia actúa como catalizador, nos obliga a buscar sentido, a perseguir proyectos y a dejar una huella en el mundo después de nosotros. Paradójicamente, esta mortalidad es la que nos conecta con la idea de la eternidad, no como un lugar fuera del tiempo, sino como el propósito fundamental que da trascendencia a nuestras acciones: estar vivo y querer seguir estando siempre vivo.

La eternidad, en este sentido, no puede concebirse como un espacio vacío o un flujo sin intención. Pero para que exista verdaderamente, debe ser consciente. Un estado eterno sin consciencia sería en el fondo, una ausencia; un eterno presente sin contenido, sin memoria ni creación sería una desaparición de lo esencial de la criatura. La consciencia es lo que da forma y color a la eternidad, porque es a través de ella que podemos percibir, conceptualizar y planear algo que manifieste nuestra experiencia temporal.

El propósito humano, impulsado por su inevitable y mortífero desenlace, consiste precisamente en imaginar y construir ese estado eterno. En cada búsqueda de conocimiento, creación o acto de amor el ser humano contribuye a un propósito mayor que se transmite desde su propia existencia. Así, la eternidad tras la muerte no es un regalo que simplemente se nos concedería sin hacer nada a cambio, sino que es una realidad que forjamos voluntariamente con toda la decisión que se seamos capaz de transferir.

Si el ser humano no fuera mortal, su relación con el tiempo y con su propósito cambiaría radicalmente. Sin ese límite del fin, las motivaciones podrían diluirse; las acciones, perderían totalmente su significado. Es la presión del tiempo finito la que enciende la creatividad y nos empuja a dejar una marca, establecer una señal que nos trascienda después de que nuestro cuerpo sea un cadáver. Es lo que hace que este escrito pueda ser redactado y no dejado de lado como una peregrina ocurrencia más ¿Para qué tomarse la molestia de hacer algo como esto que estamos leyendo si siempre voy a estar aquí?

La mortalidad, entonces, no puede ser solo un límite, sino que tiene que ser un poderoso motor. Cada generación deposita sus sueños y esfuerzos en el tiempo, apunta de una manera u otra hacia una idea de eternidad, incluso puede haberla desde un feroz ateísmo. Porque hay un pacto implícito entre los seres humanos y el universo: contribuir a construir algo superior, un compendio de lo que ellos han sido y podrían ser, un método de reproducción de sí mismo en lo inefable.

En un nivel más amplio, la existencia misma del universo requiere un observador para manifestarse plenamente, como parece ocurrir según las descripciones sobre el mundo cuántico subyacente. La consciencia humana es un puente entre lo finito y lo infinito, un medio casi alquímico de transmutación por el cual el cosmos retorna a la autoconsciencia primordial. A través de nuestra percepción y nuestra búsqueda de significado, podremos llevar el universo desde una mera existencia indiferenciada hacia un estado de ser despierto.

Así, el propósito de eternidad no está en oposición a nuestra mortalidad, sino que nace de ella. Cada ser persona, al vivir con una intensidad que a veces pueda parecer agónica es entonces cuando logra preguntarse por lo eterno. Al generar posibilidades grandes, maravillosas y conseguir amarlas, se convierte el individuo en un nodo de eternidad lúcida. La humanidad existe como tal precisamente por sus limitaciones, construye así un propósito universal creíble. Y quizá el principal de ellos es a que través de su propia existencia finita un simple humano puede darle él mismo un sentido de pertenencia a la eternidad.

El quid de la cuestión, entonces, estaría en entender que no existe una oposición entre mortalidad y eternidad, sino una simbiosis que permite a la entidad sobrevivir. Solo una eternidad deliberada puede a su vez justificar y dar propósito a una mortalidad aparentemente dramática y terrible. Aunque sea una vida insegura la que vivimos, al menos en eso hay seguridad en el hecho de que estamos vivos y vamos a morir: eso es precisamente lo que nos permite soñar y desear la eternidad.

Rafael Casares

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Investigador, Escritor y Experimentador de lo Trascendente. Se erige como un puente entre el mundo de los libros, la escritura y el arte con el reino de lo trascendente. Su enfoque combina la rigurosidad intelectual con una profunda sensibilidad espiritual. A través de sus escritos y enseñanzas, busca iluminar los rincones oscuros del entendimiento humano, llevando a sus lectores y seguidores a una comprensión más profunda de lo que significa ser parte de este universo misterioso. En el corazón de su búsqueda siempre ha habido un compromiso inquebrantable con la ternura y el respeto hacia todas las formas de vida y pensamiento. Rafael ve en cada ser y en cada fenómeno una oportunidad para aprender y crecer, una chispa de lo divino esperando ser comprendida.

2 COMENTARIOS

  1. El deseo de trascender es propio de la raza humana, pero puede también albergarse en otros mamíferos y animales. Al ser consciente de mi tiempo finito, acabo entendiendo el impacto, la huella que puedo dejar en este mundo y en los demás. Luego, aquellos que me recuerden una vez muerto, serán tan vez capaces de revivirme en su memoria. No sé si pensar y dirigir mis esfuerzos mentales hacia mi propia eternidad me dará la posibilidad de «vivir» más allá de la muerte, pero por si las moscas, mejor equiparse e intentar trascender, en la medida de cada uno y en sus posibilidades. ¡Gran artículo Rafael!

  2. Gracias Mario; ¿Quién se atrevería a no ser un esfuerzo final de concentración ética en el instante de la muerte si la recompensa sería la eternidad que tú quisieras tener? aunque no creyeras en la transcendencia como dices por una afortunada casualidad cósmica. Y si hay algo seguro es el final de los días en este planeta, el «memento mori» “recuerda que debes morir”es una frase en latín que un esclavo especial le repetía a los triunfantes generales romanos que venía orgullosos de sus victorias susurrándole entre los vítores del pueblo: “Respice post te. Hominem te memento” “mira detrás, recuerda que eres un hombre” ¿Por qué no arriesgarse aunque se tenga miedo, no perderías nada y si podrías ganar el Todo? Un abrazo cósmico

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