Amanecí con la primera luz del año filtrándose tímidamente por las cortinas. El café, mi fiel compañero de cada mañana, se convirtió en el combustible de esta renovada jornada. Otro año, otra página en blanco que espera, ansiosa, ser escrita. Hay algo casi poético en la llegada de enero, como si todo en el universo conspirara para ofrecernos un respiro, un margen de maniobra para creer en nuestras propias promesas.
Me senté frente al portátil, dejando que el silencio de la ciudad, aún resacosa de la celebración nocturna, me envolviera. ¿Qué escribiré este año? ¿Un thriller que desenmascare la ambigüedad moral? ¿Una novela romántica que huya del empalago? ¿O quizás, finalmente, esa obra maestra que dormita en algún rincón recóndito de mi mente?
La sensación de ilusión es, a veces, lo único que me queda. No es poco. Me aferro a ella con la misma determinación de un náufrago abrazando un trozo de madera. Mi proyección para este año sigue siendo la misma: perseverar. No es que tenga muchas opciones, pero creo firmemente que cada palabra escrita es una semilla. Algunas caen en terreno árido, sí, pero otras, tal vez, germinen en el lugar y el momento adecuados.
La fecha límite para un nuevo concurso está a la vuelta de la esquina. Clara me envió ayer un mensaje: «Este año es tuyo, Dani». Me gustaría creerla. Tal vez no gane, pero al menos sabrán que sigo aquí, dando guerra con mis palabras. Enero me obliga a recordar que todo comienzo es un desafío y una oportunidad. Tal vez este sea el año en el que el título de eterno finalista se quede obsoleto.
¿Y si no? Bueno, al menos seguiré escribiendo. Al final, eso es lo único que me hace sentir realmente vivo.
© Anxo do Rego