Ojala mi corazón fuese de piedra – Capítulo 5

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A nadie puede extrañar su nerviosa omnipresencia entrando y saliendo del pueblo parapetado tras su máscara de odio crónico. Porque no es el único; se le confunde con el resto de figuras que van y vienen, esas sí, envueltas en la bruma de su normalidad.

Al amanecer, reafirmado por el peso del cuchillo de caza cerca de su pecho, vuelve a pasar junto a las últimas casas, cada vez más espaciadas -incluida la vieja tahona envuelta en fragancia de pan recién hecho, donde duerme y trabaja su hija mayor desde que se casó con el panadero, a quien Faustino detesta por su carácter amable, completamente distinto al espíritu pendenciero de su suegro-. Ha logrado disipar las confusiones del insomnio en alguna taberna oscura como una madriguera sujetando vasos de aguardiente, entre militares que desayunan y murmuran con acentos extraños, tocado por la nube negra de la mirada esquiva del tabernero que, de entre todos los habitantes del pueblo -más que cualquiera que haya sufrido un desprecio, un insulto, un ensañamiento, incluso una paliza suya-, es quien guarda la razón más poderosa para desearle lo peor: la desgracia de su mejor amigo, su hermano casi, el jornalero Serafín Pulido, fusilado en el patio de la prisión provincial de Carabanchel Alto después de confesar bajo interminables torturas la posición de tres guerrilleros en la zona de la Espinaquera; el tabernero disimula, trata de ignorarlo aunque le hierva la sangre, y Faustino vacía los vasos con parsimonia furiosa, golpea la barra con sus monedas y abandona el local sin despedirse; después vuelve a sujetar con fuerza las riendas del caballo.

El camino hasta la finca es largo. No termina con las estacas de pino que señalan la entrada de la finca: continúa en línea recta hasta que muere en un pequeño claro junto a la higuera y la majada. Más allá de la alberca, el terreno se precipita en la pendiente de rocas y pinos resineros hasta un pequeño muro de piedra prácticamente deshecho; casi todo está deshecho, confuso, derruido, como los orígenes de aquel mundo, de aquella finca de la que apenas conoce que fue entregada a su padre y su tío por un ganadero de Arenas de San Pedro como pago por unos servicios de los que él nunca supo nada aunque pudiera imaginarlo o inventarlo, porque la naturaleza de la forma de vida de los hermanos Robles durante aquellos años nunca fue un secreto para nadie en la comarca: poco más que la propagación de un terror caprichoso y espontáneo sin mayor finalidad que la obtención de algún rendimiento económico, a modo de botín, y anticipar la inevitable, previsible colisión entre los dos hermanos.

La forma de abrir la puerta de la choza es desencajándola de su marco de piedra porque carece de bisagras, cerraduras o cerrojos. Lo hace y penetra en el interior, iluminado por la repentina luz del sol que lleva días, semanas, sin aparecer. Prende el candil de todos modos y lo acerca a un montón de madera (tablones, ramas de pino, retamas secas) colocado en uno de los rincones; su disposición podría sugerir la idea de una especie de pira dispuesta para algún tormento o sacrificio.

Aparta la madera con su mano libre hasta alcanzar la superficie de una caja, también de madera, que golpea con el puño cerrado. Suspira (más bien resopla), toma aliento durante unos segundos y se vuelve en busca de la botella de vino que le queda. Entonces se hace la oscuridad. Algo tapa la luz del sol: Faustino apenas logra distinguir, mientras sus pupilas se adaptan a la precaria iluminación del candil de aceite, la silueta enorme de algo o alguien que acaba de entrar en la majada.

— Ángel Calvo Pose —

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Madrid 1969. Publicó su primer poema en 1993, un alegato en contra del servicio militar obligatorio para celebrar su condición de insumiso. A partir de entonces colaboró y publicó relatos y poemas en diversas revistas literarias. Estudió Filología inglesa y Psicología en la Universidad Complutense de Madrid. Residió en Madrid, La Habana y Alicante, se dedicó a escribir guiones cinematográficos. Actualmente reside en Galicia, en una aldea al norte de Lugo, con vistas (si no hay niebla) al Cantábrico.

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