MITOS Y LEYENDAS DE LOS IK’HUE
Los presentes mitos y leyendas conforman el imaginario colectivo de la tribu de los Ik’hue, una nación norteamericana de carácter ficticio en la que se desarrolla la novela «Ik’hue – Lazos de sangre» (Verbum, 2024), obra del prolífico autor guipuzcoano Iñaki Sainz de Murieta.
Hace mucho tiempo, poco después de que los animales se volviesen mortales, un oso cazó un reno. Lo hizo para saciar el enorme apetito que lo atormentaba desde que abandonó el lago sagrado. Tras derribarlo, desparramó sus vísceras por la tierra y empezó a gozar de su particular festín, haciendo saber al resto de los presentes que no estaban invitados. Lógicamente, ninguna criatura osó molestarlo. Nadie estaba lo suficientemente loco como para importunar a un oso hambriento.
El enorme animal tenía la cabeza metida en la cavidad estomacal de su víctima, cuando una ráfaga de viento cálido removió el ambiente. Inmediatamente después apareció un coyote, que brincó sobre el cadáver y se ofreció al oso para ayudarle a comer tan gran pieza, pero este gruñó y lo apartó salvajemente haciendo uso de sus poderosas garras. El coyote rodó malherido sobre la hierba, pero aún tuvo el coraje suficiente para maldecirlo antes de emprender la huida.
Al atardecer, el oso cayó profundamente dormido. Los días transcurrieron entonces de forma ininterrumpida, sucediéndose uno tras otro sin que el animal fuese capaz de abrir los ojos. Después, los ríos se helaron y la tierra se cubrió de nieve. Llegó entonces la primavera y con ella el coyote y otros animales que habían migrado a tierras más cálidas. Las tornas habían cambiado. Mientras que el oso se había despertado famélico y exhausto, el coyote saltaba enérgicamente sobre él y le mordía las canillas recordándole lo ocurrido en el pasado. Así, le hizo saber que, de entonces en adelante, desde las primeras nieves y hasta su fusión y el rebrotar de las plantas, el oso estaría condenado a hibernar para sobrevivir. Esa era la venganza del coyote. Pero el oso no estaba tan débil como aparentaba y persiguió al coyote hasta que logró expulsarlo del bosque, obligándolo a vagar solitario campo a través, sin más compañía que el sol sobre su cabeza y la tierra bajo sus pies.
Por este y otros motivos, muchos animales desaparecen y se esconden en los más remotos lugares al llegar el invierno, preparándose para el letargo al que se ven obligados, porque, claro está, el coyote siguió maldiciendo a todos aquellos que se negaban a compartir con él su alimento. Al fin y al cabo, mientras su competencia dormía, él podía alimentarse sin mayor preocupación. Ese era su mayor poder.
— Iñaki Sainz de Murieta —