He tenido la ocasión de abrir un diario cultural llamado Hojas Sueltas, y al leer sus publicaciones he pensado en enviar a su director, Anxo do Rego, una de mis reflexiones. Al cabo de tres días, para mi sorpresa, he recibido respuesta. En ella, me invitaban a escribir un tipo de diario, un espacio donde pudiera recoger esas mismas reflexiones que, según decían, habían despertado su interés. Acepté, por supuesto. ¿Quién rechazaría una oportunidad, aunque sea pequeña, de poner sus palabras en manos ajenas?
Aquí empieza mi contribución. Que nadie espere triunfos ni epifanías, solo el relato de un escritor que, sin éxito pero con obstinación, sigue peleando contra el tiempo, el mercado y sus propios fantasmas.
12 de diciembre
Hoy envié la novela número 17 a una editorial cuyo nombre suena a una marca de vinos baratos. Después de 16 intentos fallidos, pensé que al menos la estética encajaría. Les escribí una carta de presentación breve, porque parece que las largas les molestan. O las leen demasiado o no las leen nada, ambas opciones preocupan.
Mientras pulsaba «Enviar», me pregunté si algún editor llega a abrir los manuscritos o si los utilizan directamente como relleno de archivadores. He decidido no pensar demasiado en eso. Es un camino sin retorno.
Por la tarde me llegó otro encargo como negro literario. Esta vez es una novela romántica ambientada en un crucero. El cliente insiste en que la protagonista debe llamarse Penélope y trabajar como profesora de yoga. ¿Por qué todo el mundo cree que el yoga es romántico? Cuando lo intenté, me dolieron músculos que no sabía que existían. Supongo que la clave del éxito está en ser flexible, aunque yo siempre fallo en ambas acepciones de la palabra.
Al menos la cuenta bancaria está más saludable que mi autoestima. Lo gracioso es que estos textos terminan siendo éxitos menores. Penélope venderá más en dos semanas de lo que mis 16 novelas lograron juntas. Quizá el secreto es que no se parecen a mí.
© Daniel S. Lardon