UNA OBRA QUE ME IMPACTÓ
Al enfrentarme a la tarea de escoger una obra que me haya impactado hasta el punto de dejar una huella imborrable en mi memoria, podría mencionar varios títulos que han sido para mí, desde siempre, de lo más especial. Pero hoy me voy a centrar en uno que me encandiló cuando lo leí de adolescente y que me fascinó cuando, años más tarde, tuve la fortuna de verlo representado sobre un escenario. Me refiero a la inmortal Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo, una obra dramática que califico de inmortal porque, más allá de su incuestionable valor tanto literario como escénico, realiza un estudio de temas que, universales como son, perduran mucho más allá del tiempo y de las generaciones de los hombres.
De esta obra me subyugó la profunda reflexión que expone el autor sobre el poder tan cruel como insoslayable que el paso del tiempo tiene sobre los seres humanos. Y junto al paso del tiempo, todo lo que éste acarrea consigo: las relaciones humanas de todo tipo, los amores imposibles, los inevitables desengaños que conlleva la vida, las muertes y demás clases de ausencia, el drama de los soñadores y los cobardes, el llanto silencioso y resignado de quienes no pueden o no se atreven a abandonar la miseria que los rodea, la fuerza del amor y de los sueños humanos, los cuales perduran más allá del tiempo aunque para ello tengan que cambiar de protagonistas… o de víctimas.
Es un auténtico prodigio lo que Buero Vallejo nos cuenta sobre un escenario compuesto por tan sólo unas cuantas puertas y el rellano de una comunidad de vecinos. Y es tal la riqueza de matices que alberga gracias a un soberbio elenco de personajes, que llega incluso a asombrar. Fue así, asombrado, como me dejó a mí la historia de aquella escalera cuando la leí por primera vez durante aquella adolescencia. Y como me sigue dejando cada vez que la veo representada, la última de ellas con mi propio hijo encarnando uno de los papeles principales.
Tan grande me parece esta obra, que fue con ella con la que Buero Vallejo me dejó bien claro que, si quería afrontar mis propios intentos en el mundo de la literatura, debía hacerlo cultivando otros géneros y nunca el dramático. Porque él se me adelantó dejando escrito todo lo que yo mismo hubiese deseado contar sobre un escenario.
© Manuel Ortuño