Me propongo desarrollar un ensayo, naturalmente a través de mi visión personal, abordando la diferencia entre quienes aman y practican el sano ejercicio cultural frente; sin ánimo de ofender; a las visitas de turistas que en ocasiones se comportan como meros Atilas.
El inicio del ensayo debe captar la atención con un ejemplo contemporáneo: ¿cuántas personas, al visitar la Alhambra o la Giralda de Sevilla, se detienen a leer una guía sobre su historia? La gran mayoría saca su cámara, toma un par de fotos y sigue su camino, sin detenerse a comprender el significado de lo que tienen ante sí. Esta dinámica, en apariencia inofensiva, es reflejo de una tendencia global que desvincula la práctica cultural del verdadero conocimiento. La cultura se convierte así en un objeto de consumo más, relegada a un telón de fondo estético que valida la presencia de los turistas en redes sociales.
El verdadero ejercicio cultural frente al turismo de consumo visual: Se podría comenzar explicando la diferencia entre un lector apasionado de Cervantes y quien únicamente fotografía la estatua en su honor en Alcalá de Henares. El primero ha viajado a través de las palabras, ha reflexionado sobre la obra y ha comprendido el contexto histórico y filosófico del autor. El segundo, en cambio, solo ha capturado un momento para mostrárselo a sus amigos y seguidores, sin ninguna implicación real con el lugar o el autor.
Consecuencias del turismo superficial en el patrimonio cultural: El turismo de masas no solo degrada físicamente el patrimonio, sino que desnaturaliza la experiencia de los espacios culturales. Los casos de Dubrovnik y Venecia, desbordados de visitantes que solo desean fotografiar sus calles y canales, son ejemplos de cómo las ciudades pueden perder su esencia y convertirse en parques temáticos donde ya no se respira el mismo aire de antaño.
Aquí se sugiere presentar proyectos como el de la “ciudad lentificada”, donde los visitantes deben comprometerse a un mínimo de estancia y a participar en actividades culturales, talleres y recorridos con guías especializados que expliquen el contexto histórico de los lugares.
Leídos los párrafos precedentes, es el momento de abordar con detenimiento algunos aspectos en esta primera parte del ensayo.
I. Cultura y turismo: conceptos y evolución histórica
1. Definición de cultura y turismo
La palabra «cultura» proviene del latín cultura, que hace referencia a la acción de cultivar la tierra y, posteriormente, se extendió al cultivo del espíritu y la mente. Este término abarca la totalidad de las prácticas, creencias y conocimientos desarrollados por una sociedad a lo largo del tiempo, y está intrínsecamente ligado a la identidad colectiva y la transmisión de saberes de una generación a otra. La cultura, en este sentido, es tanto un proceso como un producto; es dinámica y muta en función de los cambios históricos, tecnológicos y sociales.
Desde una perspectiva antropológica, Edward Burnett Tylor definió la cultura como “ese todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, moral, leyes, costumbres y cualquier otro hábito o capacidad adquiridos por el ser humano como miembro de la sociedad”. Esta definición subraya el carácter holístico de la cultura y su capacidad para estructurar las formas de vida humanas. Clifford Geertz, por otro lado, entendió la cultura como un sistema de símbolos compartidos, que da sentido a las prácticas humanas y orienta la percepción del mundo y de la realidad.
En contraposición, el turismo se define como el conjunto de actividades realizadas por individuos que se desplazan de su entorno habitual a otro lugar con fines recreativos, culturales, de negocios o educativos. Este concepto ha evolucionado significativamente a lo largo del tiempo, pasando de ser un fenómeno elitista y minoritario a convertirse en una práctica de masas. Desde el punto de vista económico, el turismo se ha consolidado como una de las industrias más importantes a nivel mundial, generando empleo y promoviendo el desarrollo de infraestructuras.
El concepto de turismo, sin embargo, no solo abarca la idea de desplazamiento físico, sino que también implica la creación de experiencias que suelen vincularse con el descubrimiento y la apreciación de otros contextos culturales. En este sentido, John Urry, en su teoría del gaze turístico (la mirada turística), destaca que los turistas no solo buscan viajar para ver lugares, sino que su mirada está preconfigurada por expectativas culturales, sociales e históricas. El turismo, por tanto, es una actividad mediada por construcciones simbólicas y por la forma en que el viajero proyecta su experiencia antes, durante y después del viaje.
2. Historia de la relación entre cultura y turismo
La relación entre cultura y turismo no es reciente. A lo largo de la historia, el desplazamiento humano por motivos culturales ha adoptado diversas formas que van desde el viaje de estudio y peregrinación hasta el actual turismo de masas. Esta evolución ha reflejado no solo cambios en la movilidad humana, sino también transformaciones en las formas de interacción con el conocimiento y el patrimonio cultural.
2.1. El Grand Tour: la génesis del turismo cultural
El antecedente directo del turismo cultural se encuentra en el Grand Tour, un viaje realizado por jóvenes aristócratas europeos, principalmente británicos, a partir del siglo XVII y hasta mediados del XIX. Esta travesía era considerada una parte esencial de la educación de la élite y tenía como objetivo principal el perfeccionamiento del conocimiento a través de la inmersión en la cultura clásica y renacentista europea. Los viajeros del Grand Tour visitaban las grandes capitales culturales, como París, Roma y Florencia, así como sitios arqueológicos y museos, con la intención de adquirir una experiencia directa del arte, la arquitectura y la historia de la antigüedad.
Durante el Grand Tour, la práctica del viaje se consideraba una suerte de rito de paso, un proceso formativo que pretendía cultivar el gusto estético y la erudición de los jóvenes. Personajes como Lord Byron, Goethe y Mary Shelley no solo realizaron estos viajes, sino que contribuyeron con sus obras a crear un imaginario del viajero romántico, dotado de un profundo respeto y aprecio por el conocimiento cultural.
2.2. El turismo de masas en el siglo XX: del conocimiento a la evasión
Con la Revolución Industrial y la expansión de las redes ferroviarias y marítimas, el turismo se democratizó y dejó de ser una actividad exclusiva de las clases altas. La aparición de los viajes organizados por Thomas Cook a mediados del siglo XIX sentó las bases del turismo moderno, facilitando el acceso a destinos lejanos para una clase media en ascenso. A partir de la segunda mitad del siglo XX, el turismo se convirtió en una práctica de masas, gracias al desarrollo de la aviación comercial y el abaratamiento de los costes de transporte.
Este auge del turismo de masas trajo consigo un cambio significativo en la naturaleza de la experiencia turística. A diferencia del Grand Tour, que promovía el contacto profundo con la cultura, el turismo de masas se centró más en la evasión y el entretenimiento, relegando la interacción con el patrimonio cultural a un segundo plano. El viaje dejó de ser un proceso de descubrimiento y aprendizaje para convertirse en una mera visita a puntos de interés predeterminados.
El teórico John Urry analizó esta transformación en su obra The Tourist Gaze (La mirada del turista), donde argumenta que el turismo se convierte en un ejercicio de consumo visual. Los turistas buscan reproducir ciertas imágenes y experiencias que han visto previamente en guías turísticas, medios de comunicación o redes sociales, perpetuando una forma de ver el mundo que simplifica y descontextualiza la riqueza cultural de los destinos. La «mirada turística» configura así un patrón estandarizado que prioriza la imagen sobre el conocimiento, y la superficie sobre la profundidad.
2.3. El turismo en la era digital: la estética de la superficialidad
Con la irrupción de la era digital y el auge de las redes sociales, la relación entre cultura y turismo ha vuelto a transformarse. La posibilidad de capturar y compartir imágenes instantáneamente ha fomentado la creación de una nueva forma de turismo, caracterizada por la obsesión por la fotografía y la búsqueda del reconocimiento social. Sitios como Instagram y Facebook han redefinido la manera en que se experimentan los viajes, promoviendo un turismo estético donde lo importante no es el lugar en sí, sino la imagen que se proyecta de él.
El comportamiento de muchos turistas contemporáneos puede caracterizarse como una “performance” cultural: la experiencia se reduce a la toma de fotografías que sirvan para demostrar la propia presencia en determinados puntos emblemáticos, más que a la comprensión o valoración del lugar visitado. Este tipo de turismo, que podría denominarse “turismo de consumo visual”, se centra en la satisfacción inmediata y superficial, y está mediado por la necesidad de validar la experiencia a través del número de “me gusta” y comentarios recibidos.
Las consecuencias de esta forma de turismo son múltiples: desde la banalización del patrimonio cultural hasta la sobresaturación de lugares emblemáticos, que sufren el impacto de una masificación que apenas deja espacio para la reflexión o el disfrute pausado de la experiencia cultural. Ciudades como Barcelona o Venecia, por ejemplo, han experimentado fenómenos de “turistificación” que han alterado la vida de sus habitantes y han transformado el paisaje urbano para adaptarse a las expectativas del turista de consumo rápido.
La relación entre cultura y turismo, a lo largo de la historia, ha pasado de ser un ejercicio educativo y transformador a convertirse en un acto de consumo superficial, especialmente en la era digital. Si bien la cultura sigue siendo un importante atractivo para los turistas, su apreciación y comprensión parecen haber quedado en segundo plano, eclipsadas por la urgencia de capturar y compartir la experiencia en el menor tiempo posible. Esto plantea el desafío de cómo reconciliar el turismo con la cultura en una era donde la inmediatez y la estética de la imagen predominan sobre el conocimiento y la reflexión.
Este ensayo no acaba aquí, solo es la primera parte. Estar atentos a las próximas publicaciones.
© Anxo do Rego. Todos los derechos reservados.