La voz de: MARTO PARIENTE

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Da rabia comprobar cómo los recuerdos, sobre todo los más antiguos, pierden lustre y regresan a nosotros despojados de todo lo accesorio y trivial. Se han despojado, imagino que por desgaste, de la pátina que los reviste de realidad.

      ¿Qué queda pues?

            Poco más que los huidizos restos de un tozudo sueño al despertar. Lo mollar, un recuerdo austero y espartano.

            Y así me viene a la mente el día en que conocí a Luis Gutiérrez Maluenda en la feria del libro de Madrid. Paseo de rigor. Un hombre me pidió que me acercara desde una de las casetas. No recuerdo que hablamos exactamente, mentiría si digo lo contario y eso no pienso hacerlo. Le dije que me gustaría escribir una novela negra, eso sí lo recuerdo. Imagino, porque la cabeza tiende a rellenar los espacios vacios en nuestra memoria, que sonreiría parcamente y me miraría con cierta ternura. De alguna manera, creo que me gusta recordar así la escena porque mi mente debe tamizar mis gilipolleces por el mismo cedazo que los sueños.

No lo sé.

Me largué de allí con tres novelas y una promesa por cumplir.

Las novelas: Un diamante al rojo vivo de Donald Westlake, El último buen beso de James Crumley y Mala hostia del propio Luis Gutiérrez Maluenda.

La promesa… bueno, quizá lo dijo por decir. No lo sé. Prometió leer mi novela. Me dejó su correo electrónico anotado justo debajo de la cita del compositor argentino Enrique Santos Discépolo.

            Decía así:

Que el mundo fue y será

una porquería, ya lo sé.

Como mis recuerdos, supongo.

Marto Pariente

 

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