No hay nada de ti que sea imperfecto.
Todo son recursos que en ese momento te ayudaron a sobrevivir.
Son patrones que se crearon en la infancia, que aprendiste sin saberlo, que se marcaron a fuego en tu memoria y tú, sin darte cuenta, vas repitiendo una y otra vez.
Hasta que un día puedes ver que la historia se repite muy a menudo y, en esta historia, siempre te toca el mismo papel; aunque los nombres cambian, los hechos son los mismos.
Y aquí, de nada sirve culpar, pues eso te devuelve a la casilla de salida.
No hay nada que tengas que cambiar…
Recoge la sabiduría de tus vivencias, y transfórmate a través de ellas.
Atrévete a conocerte tanto, tanto, que puedas mirarte bonito en todas tus versiones.
Aprende todo de ti: tus respuestas de huida, tus maneras de amar, la forma en la que te vinculas.
De esta manera, te conviertes en protagonista, las cosas dejan de ocurrirte porque sí, y todo cobra sentido.
Por eso, permítete la imperfección: deja de exigirte tanto.
Atrévete a caer. Sólo limpia el polvo de tus rodillas, y sigue.
La valentía pertenece a quienes se permiten ser imperfectos, a quienes no les importa mirar su oscuridad, pues saben es su fuente de luz.
© María del Mar García