El Café de la juventud perdida

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¿Con qué derecho entramos en la vida de las personas? Ésta es la pregunta que se hace uno de los personajes de esta novela, un detective al que le encargan averiguar el paradero de Jacqueline Delanque, una joven de veintidós años a la que también se conoce con el nombre de Louki.

Patrick Modiano construye una novela de estilo sobrio, sencillo y directo

A través del testimonio de cuatro personas, la trama de esta novela se va desgranando con ese ritmo lento tan propio de la narrativa francesa. Modiano usa un estilo sobrio, sencillo, directo, en el que el argumento no queda completamente definido hasta que uno no ha leído las cuatro partes que componen el libro, como cuatro caras de un mismo prisma, o como las distintas capas de una cebolla. El escenario de la narración es el París de los años 60, lo que unido a la prosa sobria, casi impersonal, le proporcionan a la novela un aire existencialista que nos trae a la memoria el París de SartreCamus Simone de Beauvoir. Porque más que el argumento en sí mismo, en esta novela lo que es verdaderamente reseñable es la atmósfera, el marcado halo existencial que envuelve la historia.

La novela comienza con el testimonio de un estudiante que frecuenta el café Le Condé, que es el punto de referencia de toda la novela, pues de un modo u otro todos sus personajes, principales o secundarios, acuden allí en algún momento. El estudiante, que percibimos como un narrador distante, como un voyeur que observa sin pretender llamar la atención, nos relata algunos retazos de las vidas de los parroquianos que acuden al café, y lo hace a través de los apuntes y de las fotografías que forman parte de un álbum que él posee En dichos apuntes y fotografías se nos revela quiénes van al café, dónde se suelen sentar, cómo visten, con quiénes se relacionan. El álbum es, pues, una especie de inventario que ha recogido la vida del café durante tres años, pero un inventario pobre, pues en realidad nunca llegamos a conocer a fondo a ninguno de los que allí aparecen retratados. A través de las fotografías, el estudiante fija su mirada en una de las clientes que acudían con cierta frecuencia allí y a quien uno de los parroquianos comenzó a llamar Louki, nombre que al parecer ella aceptó con agrado. El estudiante se centra en este personaje porque le llama especialmente la atención, porque percibe un misterio que no llega a comprender. En algunas fotos ella aparece junto a un hombre moreno que viste una chaqueta de ante. El relato del estudiante tan sólo nos desvela figuras, datos puramente objetivos de las personas que rondaban por el café, pero realmente no sabemos nada de ellas.

El detective Cairley es el segundo narrador. Por él sabemos que Jacqueline Delanque, rebautizada como Louki en el café Le Condé, está casada, sin hijos. Su marido, un tal Jean Pierre, que la dobla en edad, contrata sus servicios porque un día Jacqueline desaparece sin más. El hombre quiere que ella vuelva. Las indagaciones de Cairley le llevan hasta el café, donde encuentra la libreta con fotos que posee el estudiante. Posteriormente su rastro le lleva a encontrar al hombre de la chaqueta de ante, de quien sospecha que es una especie de amante de Jacqueline. Cuando finalmente descubre dónde está la chica y su lugar de trabajo, el detective tiene una duda que le atormenta la conciencia. ¿Realmente debe descubrir el paradero de Jacqueline a su esposo? Finalmente opta por lo que cree que es mejor para ella, pensando que con su silencio ella será más feliz, que caminará más tranquila por las calles de París y, en definitiva, que no tendrá nada que temer.

El tercer testimonio lo realiza la propia Louki. Nos relata la extraña relación que la ha unido siempre con su madre, una persona que, al igual que ella misma, se rebela incapaz de demostrar ningún afecto, ni siquiera por su propia hija. Madre e hija son almas gemelas. Jacqueline es como un espejo en el que su madre se ve retratada, y Jacqueline lo sabe. Es consciente de su propia rareza, de su incapacidad de sentir. Su vida es gris, y de repente, en medio de toda esa grisura, aparecen algunas personas que, de manera fugaz, le proporcionan lo que ella considera que pueden ser instantes de felicidad. Por un lado hay un hombre lque, en un momento dado, e ofrece droga y cuando la prueba, descubre que sus efectos le ayudan a escapar de ella misma. Por otro, Louki conoce a una especie de gurú espiritual le fascina momentáneamente. Le presta libros para que ella los lea, y en la lectura de algunos de ellos, Jacqueline cree encontrar algunas claves que finalmente también termina por rechazar.

Por último, esta Roland. Él es el hombre moreno de la chaqueta de ante que aparece en algunas fotos junto a Louki. Roland se siente fascinado por Louki desde que la conoce casualmente. Lo que le atrae de ella es principalmente el aura de misterio que la rodea, su inaccesibilidad. Recorre con ella las calles de París, tratando de desvelar su misterio, de destapar el secreto que cree que ella guarda. Pronto se da cuenta que Louki huye de algo, que quiere evitar tropezarse con “sus viejos fantasmas de la orilla izquierda del Sena”. como si pensase que la ciudad se dividía en dos territorios separados, inaccesibles entre sí, como si el Sena fuese una muralla infranqueable. Pero los fantasmas del pasado no se esfuman fácilmente, y Louki termina siendo devorada por esa angustia que la oprime.

La nostalgia de las calles parisinas, los encuentros y los desencuentros entre personajen que se buscan, que se aman o que se desean, unido a un cierto aire de misterio, son los elementos que nos trae esta novela en donde los detalles de las vidas de sus protagonistas carecen de importancia. En el fondo, no llegamos a conocer a ninguno. Tan sólo tenemos pinceladas sueltas, como en un cuadro impresionista. Después de todo, parece querer decirnos Modiano, ¿qué hubiéramos ganado entrando más en sus vidas? Posiblemente nada, pues el final hubiese sido el mismo.

© Jaime Molina Garcia. Enero 2023.

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