Texto: Ane Eleizegui
Los niños son más nobles» y otras mierdas misóginas con las que hemos crecido algunas nos marcan irremediablemente. Nosotras, asquerosas, repipis, mandonas, gobernantas y malvadas, al menos, solemos saber limpiarnos bien el culo.
He crecido rodeada de pura misoginia. Quiero decir que he vivido rodeada de una misoginia libre y exenta de toda mezcla de otra cosa. Eso no quiere decir, sin embargo, que mi familia no haya tratado de disimularlo de distintas maneras, pero siempre han utilizado fórmulas torpes, de esas que rozan lo ridículo. Me han atormentando –y me atormentan– decenas de conversaciones y anécdotas. Especialmente, me rebota en la cabeza, como rebotan siempre los traumas, el día que mi madre y mi padre discutieron por algo relacionado con el dinero. Él se vio acorralado y no dudó: “¿Quién trae el dinero?”. Y, efectivamente, el dinero lo trae él.
Fue algo puntual. Lo más habitual es que mi madre presuma de ser ella la que “manda en casa” y, él, siempre entre risas, suele decir que es un “mandau”. Bueno, puede ser, pero la sartén la tiene él por el mango aunque no sepa dónde se guardan las sartenes en casa. Recuerdo también que, una vez, de niña, encontré una carta que mi madre le escribía a mi padre. Al parecer, en un viaje de trabajo a Madrid, había ido a un puticlub. No se me ocurre cuál es la fórmula políticamente correcta para hablar de estos espacios, ya lo siento. El caso es que ella se había enterado –recordad que es “la que manda”– y montaron algún sou. Eso no lo recuerdo, pero leí la carta y, aquellas palabras quedaron grabadas en mí como se graban los traumas.
Más allá de las discusiones de mis padres, que, por otro lado, son las típicas discusiones de muchos matrimonios heterosexuales, la misoginia se expresaba libre y exenta de toda mezcla de otra cosa en mi casa. Es una casa, por otro lado, formada principalmente por mujeres*. De mujeres cis heteros, de esas que se casan y aguantan. Mi abuela, de hecho, luce con orgullo en su habitación los posados forzados de las bodas de todas sus hijas. Era ese, y no otro, su principal cometido: casarlas bien, casarlas como Dios manda aunque ella no vaya nunca a misa. Todo se ha hecho siempre de cara a las vecinas y, por suerte, no tenemos muchas. SEGUIR LEYENDO
© Píkara Magazine.Febrero 2024