Tratado de las pasiones del alma

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El título de este libro, si bien puede generar confusión con el de un ensayo filosófico de René Descartes, es en realidad una extraordinaria novela de Antonio Lobo Antunes, una narración escrita con un lenguaje impecable e implacable, con un estilo muy personal que destila cierta musicalidad y en donde la estructura y la escritura sobresalen por encima de la trama. En este sentido, el propio autor declaró en una entrevista que:

Me interesa el trabajo con las palabras. Las historias de mis libros me importan un pito (…) La estructura sí;(…). Me interesa intentar traducir en palabras lo que por definición es intraducible (las emociones, los impulsos…) y vertebrarlo en un todo coherente. La intriga me tiene sin cuidado; lo que busco es estar más cerca del corazón, de la vida.

No quiero decir con esto que no haya, como decía Ortega y Gasset, una deshumanización en el arte narrativo de Lobo Antunes. De hecho, creo que el autor pone especial cuidado a la hora de definir los personajes de esta historia, de los que, no sólo nos proporciona mucha información, sino que además se esfuerza por enseñarnos, como sugiere el título, el interior de sus almas, el torrente de emociones y de sensaciones que conforman sus vidas, ya que para el autor la suma de todas esas emociones acumuladas desde la infancia de los protagonistas es la explicación de por qué cada uno es como es, y de cómo han llegado a la situación de partida de esta novela.

Y la situación de partida se resume de una forma muy sencilla: un juez de instrucción recibe el encargo de entrevistarse con un terrorista que acaba de ser detenido. El motivo de este encargo no es casual: el juez y el terrorista son viejos amigos de la infancia. Hace mucho que no se han visto, pero se conocen a la perfección. Para la prefectura, esta antigua complicidad puede ser un factor determinante a la hora de desarticular el resto de la banda terrorista.

El objetivo del juez será proponer un pacto: la delación de sus compañeros a cambio de una amnistía personal. Una trama en apariencia tan sencilla se convierte en una auténtica tela de araña que Lobo Antunes comienza a tejer con maestría. La conversación entre los dos hombres se convierte en un aluvión de imágenes del pasado, que se entremezclan con el presente y la situación actual de estos hombres, que se encuentran en posiciones absolutamente antagónicas, pese a que la lógica de su pasado sea contradictoria.

Por una parte, el juez fue un niño de familia humilde que sirvió en las propiedades del abuelo del terrorista a quien está interrogando; el juez ha conseguido su puesto a costa del sacrificio familiar y de un esfuerzo personal; por otra parte, el terrorista proviene de una familia acomodada, sin dificultades económicas y con la vida aparentemente resuelta, por lo que parece paradójico e incomprensible que haya devenido en un estilo de vida tan al margen de su refinada educación.

El conflicto real del argumento surge cuando a partir de este interrogatorio el juez se plantea si realmente se encuentra en la obligación de intentar salvar a su antiguo amigo, y hasta dónde puede llegar para conseguirlo. En una entrevista larguísima entre los dos hombres, se van desgranando detalles de sus vidas, se destapan antiguas rencillas, rencores, detalles aparentemente superfluos pero que van proporcionando nitidez.

Y poco a poco vamos conociendo los motivos del hombre para ingresar en una célula terrorista que no resulta ser más que una pandilla de aficionados con falsos ideales de izquierdas, tan distorsionados como la vida de los dos protagonistas.

No hay duda de que Antonio Lobo Antunes, por encima de todo, se esmera en mostrar al lector el mundo interior de los personajes, algo que hace si ninguna prisa, con ritmo lento, exprimiendo y condensando al máximo el lenguaje en un laberinto de palabras que conforman frase que parecen párrafos, y párrafos que parecen páginas, complicando a veces la lectura con una ruptura no sólo de la continuidad temporal, sino de las voces narradoras.

Lobo Antunes es un escritor exigente consigo mismo, lo cual es fácil de comprobar en su estilo complejo y depurado pero, esa exigencia se revela también contra el lector, para quien, hay que advertirlo, no resulta nada fácil su lectura. Pero sinceramente creo que el esfuerzo merece la pena. Pese a que a veces llegue a resultar un poco desesperante adentrarse en la densidad de sus páginas, leer a Lobo Antunes es toda una experiencia enriquecedora.

© Jaime Molina. Enero 2024. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

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