Por Irantzu Varela
Las coreografías de Aitana en su nueva gira escandalizaron a algunas madres y reabrieron la polémica eterna de la hipersexualización de las cantantes y los bailes “escandalosos”.
Como si -igual que con la ropa y los cortes de pelo- estuviéramos condenadas al revival, cada cierto tiempo volvemos al pequeño pueblo del medio oeste estadounidense al que se mudaba la familia de Kevin Bacon en Footloose (Herbert Ross, 1984) y descubrimos lo escandaloso que puede ser bailar. Incluso en un concierto. Incluso si la que actúa eres tú.
Sentenciadas por la moralidad entrometida y perversa -que tiene miedo a los cuerpos de las mujeres siempre que no bailen al son de sus deseos-, las bailongas, las que sentimos predilección por las divas, las interesadas por la cultura creada por mujeres -cuanto más pop(ular) mejor- estamos atrapadas en un bucle en el que hay que explicar por qué una mujer puede mover el culo cuando, como y donde le dé la gana, que ríete tú de Sísifo.
Aitana es una mujer de 24 años que lleva desde 2017 dedicándose a la música, (concretamente a un género enmarcado en el “pop/ electro pop/ pop latino/ dance pop/ pop rock/ balada Pop/ reguetón”, según Google). Bueno, pues el otro día se le ocurrió mover la pelvis al ritmo de sus propias canciones, en el escenario de su propio concierto y se convirtió en centro del debate nacional sobre si estaba traicionando a su público infantil. Hablamos de tres pasos en concreto que son de primero de twerking pero también de primero de bailar, de moverte, de desmelenarse, de entregarte a la música como si nadie te estuviera mirando. Que es como habría que bailar, por cierto.
Las niñas empezamos a bailar como nos pide el cuerpo y para ser mujeres nos obligan a bailar como nos pide el patriarcado.
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