¡SILENCIO! ¡CÁMARA! ¡ACCIÓN!
Dedicado al amor de mi vida.
Amoris vulnus idem sanat qui facti
(La herida del amor la sana quien la hace)
Publio Siro
Las escenas exteriores eran cerca del ochenta por ciento del rodaje de la película. Me acompañaba un equipo que, como yo, era casi novel. Hasta entonces solo habíamos rodado cortos, algún documental y unos pocos anuncios publicitarios. El guion escrito a cuatro manos entre mi compañero y amigo de la Escuela Cinematográfica, y yo. Se desarrollaba en su mayor parte en un bosque. Quise rodar en primer lugar las escenas y planos de interior para situar a los protagonistas, pero el productor lo negó, recomendó sutilmente hacer lo contrario, primero los exteriores y al finalizar, los de interior. Lo entendí al quinto día, cuando una de las protagonistas se presentó ante mí para que la explicara unas escenas cuyo desarrollo no entendía.
Sindy Wear, nombre de guerra de Pilar Cuadrado, tenía dos años de interpretación, muchas ganas de triunfar y pocas de esperar el tiempo necesario para lograrlo. Se arrimó a una trouppe en la que estaban incluidos algunos actores secundarios, pero sobre todo actrices como ella. Supongo que la razón de contratarla fue la que todos imaginamos, pero como nosotros también habíamos iniciado un proceso de escapar de la rutina inútil y poco remunerada, para entrar en un proyecto con dinero ajeno intentando levantar la cabeza para que nos vieran, aceptamos sin rechistar o decir una sola frase en contra.
Llamé al responsable de localizar los exteriores y tras diversas discusiones, optamos por aprovechar el calor del verano para rodar algunas escenas en la playa a la que según el guion llegaban los náufragos del barco de recreo. Supongo que la idea de iniciar el rodaje en las playas del sur produjo una satisfacción plena al productor, Ignacio Esparta.
—Me parece estupendo, disponga lo necesario para desplazarnos allí. ¿Cuándo podríamos empezar a rodar?
—Si los responsables de localizaciones obtienen los permisos oportunos, en menos de quince días.
—Muy bien. Espero que el rodaje dure menos de un mes, debo ir con mi familia.
—No lo sé exactamente señor Esparta, tendría que reunirme con el equipo.
—Utilice todo el mes de julio, que el tiempo no le ponga nervioso. Después en la primera semana de agosto me reuniré con mi familia, mientras pueden comprobar las otras localizaciones.
—De acuerdo, cambiaré lo que pueda, aunque quizás se produzcan más gastos y algún que otro retraso, los protagonistas en las escenas del bosque deben estar más delgados.
—Pues que se ocupe maquillaje, sabrán cómo adaptarlos.
—Se hará lo que se pueda.
—Me gusta su complacencia.
—Siempre que pueda, no lo dude señor Esparta.
Me reuní con mis ayudantes para advertirles el cambio de planes. La verdad es que mi labor, además de dirigir el rodaje, escribir el guion y llevar las negociaciones con el productor, eran las de coordinador general, sin irrumpir en otras actividades a las que me negaba. Al acabar llamé de nuevo al localizador de exteriores y le di tres días para encontrar una playa en el sur, donde pudiéramos establecer nuestro cuartel general durante todo el mes.
—Quiero que localices un yate, lo necesitaremos un par de días, y si todo va bien, las autorizaciones del ayuntamiento para que nos acoten la playa y las dunas. Si necesitas a alguien dímelo y lo mandaré inmediatamente.
—No estaría de más, tengo algo, pero Miguel, ahora estoy en el norte buscando el bosque.
—Déjalo, hazme ese favor, Esparta quiere estar con su amante, no podemos negarnos.
—De acuerdo di a Amalia que me espere en la estación de Sevilla, desde allí nos desplazaremos a Cádiz y Huelva, son las playas que mejor se ajustan al guion.
—Estupendo. No olvidéis buscar sitio para pernoctar. Pero no te pases de presupuesto.
—¿Le reservo al billetes su habitación?
—De momento no, ya te comentaré cuando hable con él.
—De acuerdo. Mañana estaré en Sevilla sobre las nueve de la noche.
—Se lo diré a Amalia.
—Gracias Miguel.
—Hasta pronto.
El mes de julio pasó sin que pudiéramos advertirlo. El rodaje me mantuvo muy ocupado y desde luego estresado, pero lo conseguimos. La gente tenía un color de piel propicio para seguir rodando en un bosque localizado en el interior, entre las provincias de Zamora y Orense, pero debíamos esperar a primeros de septiembre o en todo caso a que hubiera niebla, lluvia y algo de frío. La gente estaba contenta y pese a un conato de disgusto de nuestro productor con su esposa, todo el tiempo rodamos bien, sin problema alguno. Como habíamos previsto, a primeros de Agosto Esparta se marchó para pasar las vacaciones con su mujer y dos hijos gemelos en una playa de Italia, alejado de cualquier inconveniente que surgiera. Pese a ello tuve suerte y cada dos días me llamó por teléfono para saber cómo continuaba el rodaje.
—Ahora no puedo rodar interiores.
—¿Por qué?
—La gente está morena, no se ajustan al guion.
—Pues que los maquillen.
—Señor Esparta, eso no puede ser, circunstancialmente sí, pero no a todo un plantel de actores, se notaría mucho. Las escenas se harán al acabar la grabación en el bosque.
—De acuerdo, usted es el director y guionista.
—Gracias por recordármelo.
—Si surgiera algún contratiempo no dude en llamarme.
—Lo haré si fuera preciso. No se preocupe, ahora estarán inactivos hasta septiembre, les avisaremos cuando tengamos todo preparado para empezar.
—Estupendo.
Ferdi y Amalia tenían un pequeño acuerdo por el que se sustituían si era preciso. Eran dos buenos elementos y facilitaban mucho el trabajo. Sin problema saltamos de las playas de Cádiz y Huelva hasta el norte lluvioso y frío. A los actores protagonistas y algún secundario, no les hizo mucha gracia abandonar el calor, la playa y la comida, sin descontar las fiestas nocturnas de aquella zona, por unas temperaturas opuestas que les obligarían a estar prácticamente encerrados todo el día. En la última decena de agosto abandonamos la zona y viajamos hasta el norte de la provincia de Zamora.
Ferdi y Amalia se adelantaron, localizaron un par de hoteles y pensiones para los actores y el resto nos adaptamos a lo que pudimos encontrar. Con ellos, mi ayudante y dos cámaras recorrimos los sitios y lugares para preparar el rodaje. La primera semana nos mantuvimos sin rodar. Al acabar el productor señor Esparta nos hizo una visita, bueno en realidad a quien tenía ganas de ver y abrazar era a Sindy Wear. Estuvo con nosotros una semana, lo que retrasó el inicio del rodaje. De nuevo surgió una discusión telefónica con su esposa y volvió a abandonarnos para salir en su busca y la de sus hijos, ahora descansando en una playa de Mallorca.
Antes de viajar tuvimos una charla en mi roulotte.
—Debo irme Miguel, mi esposa está mosqueada.
—Entiendo señor Esparta.
—Me gustaría pedirte un favor.
—Claro, si está de mi mano.
—¿Para cuando tienes previsto iniciar el rodaje?
—Más o menos en seis o siete días, ahora me disponía a rodar unos planos cortos de Sindy y el protagonista masculino.
—¿Y para cuando los planos en el bosque?
—Esperamos a que la parroquia a la que pertenece el bosque nos autorice, al parecer han surgido algunos inconvenientes.
—Ese es precisamente el favor que quiero pedirte Miguel. Necesito que me llames con cierta frecuencia señalando que hay problemas a los que solo yo puedo dar respuesta y solución ¿Me explico?
—Con claridad.
—Entonces me marcho más tranquilo. No dejes que pasen muchos días para telefonearme.
—Claro, confíe en mí.
—Gracias Miguel, lo tendré en cuenta.
—Adiós Esparta.
A la mañana siguiente me reuní con mi pequeño grupo de incondicionales y como siempre les hice participes de las inquietudes de nuestro productor.
—Será mejor que acabemos pronto el rodaje de exteriores, cuando regresemos a los estudios todo este jaleo se diluirá y dejarás de ser participe en los líos amorosos de ese hombre.
—Tienes razón Ferdi, pero a veces no hay más remedio que soportar ciertas cosas. Por cierto ¿qué pasa con la autorización para rodar en el bosque?
—Se han reunido y aún no se deciden.
—¿Qué les ocurre?
—Discrepan. Unos dicen que no deberían autorizarnos y otros lo contrario. Pero a todos les vendrá bien el dinero que aportemos.
—Los que se niegan ¿qué alegan?
—Temen que despertemos a los «dorados» y después no se conformen con mirar.
—¿Qué o quiénes son los «dorados»?
—Son producto de leyendas antiguas pasadas de padres a hijos, solo eso.
—Pues vuelve con ellos y diles que necesitamos empezar a trabajar.
—De acuerdo, pero quieren que les liberemos de cualquier responsabilidad.
—¿Qué?
—No son capaces de controlar a los «dorados» si los despertamos.
—Bien, firma lo que quieran, pero por favor necesitamos esa autorización cuanto antes.
—Amalia, vayamos al pueblo.
—De acuerdo.
Dos horas después estaban de regreso.
—¿Qué tal? ¿Cómo han ido las conversaciones?
—Bien y mal. Bien, porque nos dan la autorización bajo nuestra responsabilidad, y mal porque quieren algo más de dinero.
—Me imaginaba algo así. ¿Qué les has contestado?
—Que debía hablar con el ayudante de producción.
—Pero si no tenemos.
—Pero ellos no lo saben.
—Deberías haberles dicho que hablarías con el Chico para Todo.
—Bien ¿Qué hacemos?
—Lo que esperaba Esparta, que surgieran problemas. Lo arreglaré.
Marqué uno de los números que me dio y esperé respuesta. Al cabo de unos minutos de silencio, opté por hacerlo al otro número.
—Dígame.
—¿Señor Esparta?
—No está en estos momentos, ha salido con nuestros hijos a la playa, soy su mujer.
—Encantado señora. Soy Miguel Cid, director de la película que produce su marido.
—¿En qué puedo ayudarle?
—No sé si está al corriente de estas cosas, tal vez sería mejor esperar para hablar con su marido. ¿Tardará mucho en regresar?
—No lo sé, pero de cualquier forma no tema decírmelo a mí. ¿Por casualidad no les ocurrirá algo a los protagonistas femeninos verdad?
—No, no señora. El caso es que han surgido problemas financieros.
—¿De qué tipo?
—Temo que se moleste si le explico.
—Como quiera, pero yo que usted no dejaría de hacerlo, es posible que entonces sea yo quien llegue a molestarse y resulte peor.
—Está bien señora, como quiera, pero me gustaría contar con su palabra de que se lo hará llegar al señor Esparta.
—Desde luego señor Cid, desde luego. Ahora cuénteme que ocurre.
—Tenemos que rodar en un bosque que pertenece a los ciudadanos de la población donde se encuentra, deben autorizarnos y después de muchas tiras y aflojas, nos han pedido una cifra que no está dentro del presupuesto y solo el señor Esparta puede negociar estas cuestiones.
—¿Me está diciendo que debe viajar hasta allí para solucionarlo?
—No se me ocurre otra fórmula, no tenemos quien lo sustituya o actúe como su ayudante.
—Bien, espere un par de horas y hablaré con él, después le llamaré y daré solución a ese y creo que a otra serie de problemas. Por cierto, ¿Dónde están rodando?
—En una población cercana a la divisoria entre Zamora y Orense, en el interior, no recuerdo como se llama, algo parecido a Villa no sé qué, es una aldea pequeña. Sus habitantes comentaron algo que llaman «dorados».
—Haga el favor de no hacer nada hasta que le llame.
—Muchas gracias, ha sido muy amable en atenderme.
—De nada señor Cid.
Justo a la hora en almorzaba con el resto del grupo sonó mi teléfono.
—Miguel, soy Esparta.
—Buenas tardes.
—He hablado con mi esposa, me ha contado el problema. Bien, hasta que solucionemos la cuestión de un ayudante o colaborador en la producción, acepte la cifra que solicitan y por favor, empiece el rodaje.
—Si señor, quedará solucionado esta tarde y mañana mismo lo iniciaremos. ¿Cuándo piensa venir?
—Tan pronto resuelva unos asuntos familiares podré estar ahí. Le avisaré previamente.
—Señor Esparta, si surge algún otro inconveniente ¿qué quiere que haga?, ¿le llamo aunque deba exponérselo a su esposa?
—Por supuesto, al contrario. ¿Me entiende verdad?
—Sí señor.
—Bien, muchas gracias y ahora, a rodar esa película.
—Gracias señor Esparta.
Nada más acabar la conferencia telefónica, reuní a todos y les avisé que a la mañana siguiente iniciaríamos el rodaje. Durante la tarde se dispuso y acotó la zona, a la espera de tener todo preparado. Maquillaje, peluquería y demás estaban dispuestos y deseosos de comenzar. Sindy se acercó para preguntar si sabía algo del señor Esparta, al parecer llevaba días sin tener tenía noticias suyas, le respondí que pronto estaría con nosotros. Vi que sonreía y tras despedirse, se alejó en compañía de Lorenzo Mir, protagonista masculino en la película.
Antes de retirarme para revisar el guion gráfico y comprobar los planos que debíamos rodar a primera hora, Ferdi y Amalia aparecieron sonriendo. Me explicaron los temores que la gente de la aldea tenía respecto a las leyendas. En sus manos la autorización con el compromiso de pagarles antes de acabar el rodaje. Después tomé un bocado, me retiré a mi caravana, y me dispuse a preparar la jornada, debíamos levantarnos temprano.
El guion era muy simple:
Un yate privado en el que viajan tres parejas, sufre los embates de una tormenta que los desvía de la ruta prevista, ninguno se ahoga en el naufragio, consiguen llegar a la playa donde se reúnen para intentar localizar a alguien que les rescate y facilite el medio para volver a su vida cotidiana en la ciudad. Recorrerán la zona y tropezarán con algunos inconvenientes graves que irán solucionando. En el transcurso de la búsqueda atravesarán un bosque donde encontrarán unos hombres manejando un almacén de objetos robados de épocas antiguas de la zona. Dos de las mujeres serán secuestradas por los ladrones de objetos. Mientras tanto el resto de los náufragos regresarán a la ciudad, para volver con medios y tratar de liberar a las secuestradas.
Me dormí intranquilo, por fin daría las primeras órdenes, y sobre todas las palabras que tanto nos gusta dar a los directores: Silencio, cámara, ¡acción!
Las cámaras, registros de sonido, luces y demás, reunidos en un punto del bosque comenzaron a moverse y cuando la niebla comenzó a disiparse, fue el momento elegido para iniciar el rodaje. Di las órdenes oportunas. Esa primera jornada fue dura, la gente no estaba acostumbrada y pese a disponer de algunos extras para rodar escenas de cierto riesgo, los principales estaban fatigados a las cuatro de la tarde, hora en la que paramos para tomar un bocado. Necesitaba a los actores con ciertos gestos de cansancio y era la mejor forma de conseguirlo. De acuerdo con el planeamiento previsto, no dudé un segundo en preparar otras escenas para el atardecer, aprovechando que la niebla comenzaba a levantarse en cuanto desapareció el sol. Sobre las doce de la noche acabamos los planos y regresamos a las afueras del pueblo. Allí quedaron media docena de vigilantes de seguridad controlando que nada desapareciera. El catering y algunas cosas de cierta importancia las llevaron al pueblo. Eran cerca de las dos de la madrugada cuando me fui a la cama.
Durante cuatro días estuvimos en aquella misma zona mientras Ferdi y Amalia buscaban otros emplazamientos que se ajustaran a otras situaciones del guion. El quinto día fue cuando sucedió el primer percance. Según nos acercábamos con los vehículos todo terreno, el responsable de la seguridad del equipo recibió una llamada por el móvil.
—Permanezcan controlando el perímetro, nos estamos acercando a la zona, no tardaremos más de cinco minutos.
—Claro.
—Y tranquilos, veremos que ha sucedido, pero no se muevan de donde están.
Mi miró al acabar la conversación y sin mediar palabra entendí que no debía preguntarle. Cinco minutos después llegábamos a la zona de rodaje. Junto a uno de los vigilantes que nos acompañaba retuvo al grupo de actores y técnicos, luego me pidió acompañarle hasta donde se encontraba el resto de los vigilantes.
—Esperen aquí unos minutos, enseguida iniciamos la jornada —dije mientras me separaba con Antón Mun, antiguo miembro de los Geos.
—Bien, ahora explíquenme que ha ocurrido.
—Sí señor. Desde anoche en que se marcharon al pueblo y empezamos las rondas de control, no dejamos de oír ruidos en todo el campamento.
—¿De qué tipo?
—Creímos que eran animales, aunque pequeños, no conseguimos verlos, pero yo diría que eran conejos.
—Prosiga.
—No llegamos a verlos, pero sabíamos que estaban allí, parecían esconderse entre los matorrales de toxo, o como se llame esa planta. Gil, se acercó con una linterna a eso de las seis de la mañana, dijo que estaba harto de tanto ruidito, parecía que estuvieran comiendo algo. Se puso a buscarlos en todo el campamento temiendo que hubieran roto algún equipo, cables o cualquier otra cosa. Al poco tiempo gritó diciendo que había visto a uno de esos conejos, ¡es rubio! gritó, le siguió adentrándose en el bosque. Al cabo de un rato oímos un grito y salimos corriendo. Nos detuvimos al momento, pensando en el campamento y fue cuando le llamé por teléfono.
—Bien hecho, ahora que podemos ver sin linternas, dígame por donde salió corriendo Gil.
—Por entre aquellos dos árboles que se asemejan a una puerta.
—¿Cuánto tiempo hace de eso?
—Poco señor, escasos diez minutos.
—¿Han vuelto a oír ruidos?
—Ninguno, desde que desapareció Gil.
—Bien, señor Cid, ¿quiere acompañarme?
—¿Cree que es necesario?
—Como prefiera, lo haré con uno de mis hombres.
—Mejor, le espero aquí, no soy precisamente un hombre lo que se dice valiente.
—Está bien.
Esperé junto al equipo de rodaje y actores a que regresara Mun. Lo hizo diez minutos después.
—Señor Cid, ¿puede acompañarme un momento?
—Claro.
—Le agradecería que suspendiera el rodaje por hoy.
—¿Qué ocurre?
—Primero envíe a la gente al pueblo, dígales algo que sea convincente, luego le mostraré algo.
—Vale.
Volví y pedí regresaran al pueblo, diciéndoles que había suspendido el rodaje, después me arrimé a Mun a quién seguí hasta el interior del bosque. A menos de cien metros de donde habíamos empezado a caminar dos hombres hacían guardia junto al desaparecido.
—¿Qué ha ocurrido?
—No lo sabemos, pero está muerto.
—¿Qué?
—Está exanguinado.
—¿Eso que tiene enganchado a su mano que es?
—Debe ser uno de esos conejos, le enganchó por el cuello y debió matarle, pero mire, sus muñecas están roídas, como el cuello y las ingles. Le han mordido en sitios estratégicos produciéndole heridas que le han provocado la exanguinación.
—Pero no hay sangre.
—Eso es lo extraño.
—De momento suspenderé el rodaje, avisaremos a la policía y luego hablaré con Esparta. Pero ese conejo es gris, no dorado como dijeron.
—De acuerdo, dejaré unos hombres hasta que venga la policía. Yo me ocuparé de avisarlos.
—Daré orden de retirar cuanto tenemos, además no quedaban más de dos escenas aquí.
Llamé por teléfono a Ferdi dándole órdenes de retirar todo el material de la zona antes de que anocheciera. Quedamos en reunirnos después. Llamé al productor.
—¿Señor Esparta?
—Dime Miguel.
—Ha ocurrido algo desastroso.
—Dígame si es necesaria mi presencia allí.
—Con urgencia.
—Está bien, salgo ahora mismo. Espere no cuelgue, tal vez mi mujer quiera escuchar de usted lo ocurrido.
—Claro —dije mientras esperaba.
—¿Señor Cid?
—Si señora.
—Mi marido dice que ha ocurrido algo, pero al parecer no se lo ha comentado aún.
—No, no señora.
—Bien, pues dese prisa, estaba preparándome para salir de viaje en estos momentos.
—Ha sucedido algo espantoso, un vigilante de seguridad ha muerto. Es necesario que su esposo venga inmediatamente.
—Bien se lo diré. Ahora le dejo con él, un taxi me espera.
—Adiós señora.
Me reuní con Ferdi y Amalia en mi caravana.
—Supongo que mañana estará aquí el señor Esparta. Quiero que me contéis cuanto sepáis de esos «dorados».
—¿A qué viene eso ahora?
—Alguien se ha cargado a uno de nuestros vigilantes de seguridad. Como veis he suspendido el rodaje hasta que sepamos algo, y como no soy valiente, necesito saber qué son los «dorados» antes de seguir con el rodaje.
—Nada Miguel, son leyendas de la gente mayor. Dicen que son espíritus dormidos del bosque, parece que tienen el tamaño de un niño de ocho o nueve años con el cabello rubio. Algunos que dicen haberlos visto señalan que sus ropas son doradas, de ahí su nombre. También que se mantienen dormidos hasta que algo les molesta o despierta.
—¿Por ejemplo?
—El ruido producido al cortar un árbol o la gente que se introduce en el bosque abandonando utensilios o cosas que puedan producir fuego. Dicen que llevan más de doscientos años sin un solo incendio en la comarca y todo porque ellos han cuidado del bosque.
—¿Qué hacen si se les molesta?
—Se despiertan de su constante sueño y toman represalias con quienes lo han hecho.
—Entonces, ¿se supone que les hemos despertado?
—Miguel por favor, solo son leyendas.
—Ya, por el momento no entraremos al bosque hasta que hable con la policía y el señor Esparta.
A la mañana siguiente alguien dio un importante grito, salí corriendo de la caravana y comprobé que solo era Esparta abrazado por Sindy llevada por la alegría de verle. Una hora después nos reuníamos con la policía, después de comprobar que el miembro de seguridad había muerto por la mordedura de algunas alimañas habitantes ocasionales del bosque. Esparta pidió continuar con el rodaje y todo se mostró como dos días antes. Terminamos en aquel lugar y continuamos con las localizaciones hechas para otra parte del guion. Mientras tanto Ferdi continuó localizando otras zonas del bosque para seguir el rodaje.
De nuevo la situación parecía controlada, sin embargo, una mañana Esparta volvió a pedirme otro favor.
—Miguel, sé que no debería, pero no tengo más remedio que pedirle otro favor.
—No se preocupe Esparta, si puedo lo haré.
—Necesito que envíe a Sindy y al protagonista masculino fuera de aquí. Le compensaré de alguna forma.
—Está bien, los enviaré con Ferdi y Amalia, están localizando lugares para el rodaje, no sé, les diré que necesito la opinión de los protagonistas.
—Gracias.
—¿Puedo saber la razón?
—Mi mujer está haciendo un periplo de trabajo y como Pontevedra le cae relativamente cerca al ir camino de Salamanca, ha decidido pasar por aquí. Estará un par de días y luego se marchará.
—Modificaré algunas cosas, no se preocupe, cuando se marche su esposa volveremos donde nos quedamos.
—Gracias de nuevo. Sabré agradecérselo, de veras.
—No hace falta señor Esparta.
Se lo comenté a Ferdi y tras reírse durante unos minutos, aceptó. Poco después vi las caras de disgusto de ambos protagonistas, como se acercaban para recoger sus cosas y salir a primera hora de la tarde. Al día siguiente, después del almuerzo la mujer de Esparta apareció en escena. Su marido estuvo presentando a todo el elenco de actores y actrices, luego me acompañaron ambos para conocer al resto del equipo técnico y de seguridad. Dijo unas palabras de condolencia al responsable de seguridad, con quien estuvo hablando unos minutos y regresó con su marido al hotel. Los vi hablar cuando se marchaban. A la mañana siguiente se acercó en compañía de su marido de nuevo, quiso ver algunas de las escenas grabadas, se las pasé por el visor y al advertir que en ellas estaba la joven Sindy y su compañero en la película, preguntó.
—A esos dos no los he visto por aquí y parecen ser los protagonistas ¿Dónde están?
—Tuvieron que salir ayer para revisar junto a dos técnicos los sitios donde grabaremos dentro de unas semanas.
—Entiendo. ¿Por qué van los protagonistas?
—Desde el suceso tienen miedo y según sea el lugar, grabarán ellos o sus dobles especialistas.
—Comprendo señor Cid. Veo que cuida y se preocupa por sus actores.
—Desde luego, si quiero contar con ellos para otra producción.
—Tal vez eso debería decirlo yo, ¿no cree?
—Matilde por favor, no es momento para discutir esa cuestión con nuestro director —intervino Esparza.
—Bien, hablaremos en otro momento señor Cid.
—Cuando guste señora.
—¿Vendrá mañana al rodaje?
—No. Me marcho dentro de una hora aproximadamente, tengo otras cosas más importantes que hacer, esto lo dejo para mi marido, a él le entretiene más que a mí.
—Hasta cuando quiera volver a visitarnos.
—No creo que vuelva, no me gusta este tipo de vida.
Se despidió de algunos técnicos y actores, luego de mí y por último, su marido la acompañó hasta el coche. Salió con rapidez. Después él se me acercó pidió que hiciera regresar a Ferdi y Amalia con los actores. Lo hice y al mediodía Sindy y Esparta almorzaban juntos.
Por la tarde iniciamos las últimas escenas en aquel sitio en travelling. Las cámaras situadas; una sobre carril avanzaba a medida que Sindy corría hacia el interior del bosque mirando hacia atrás, evitando ser alcanzada por dos hombres del grupo de ladrones de objetos antiguos; otra situada en la jirafa, tomaba planos desde altura a medida que avanzaba entre los árboles aprovechando la poca luz que quedaba del día para encontrarse con la noche. De repente dije: ¡Corten! bien, buenas tomas, hemos acabado las escenas aquí. Mañana seguiremos en otro lugar. Gracias a todos, recojan y marchemos a casa. Por hoy hemos acabado. Mi miraron agradecidos y alguien advirtió que Sindy no había regresado.
—¿Dónde está?
—No lo sé Miguel, la vi correr, pensé era la escena, con cara de terror, sin gritar, ni hablar, luego un resplandor amarillo y después silencio.
—Entonces que salga alguien a buscarla, por favor.
—Sí señor —dijo un vigilante.
Durante unos minutos no tuve noticia alguna, pero al cabo de un tiempo, Mun vino a mi lado para decirme al oído.
—Señor Cid acaban de encontrar a Sindy. Debería acompañarme.
—Claro.
Diez minutos después me acercaba hasta el cuerpo sin vida de la joven Sindy. Estaba completamente destrozada, arañazos y desgarros cubrían su cuerpo desnudo, sus ojos y gestos denotaban terror, sus manos casi imposibles, daban muestras de haber intentado evitar el ataque de algo o alguien. Había sangre a su alrededor y un reguero desde unos metros atrás hasta donde se encontraba, posiblemente como consecuencia de una de las profundas heridas que tenía.
—No debemos tocar nada, pondré a unos hombres haciendo guardia hasta que venga la policía.
—Claro, hizo bien en llamarla. Yo volveré a suspender el rodaje, supongo que definitivamente. Que alguien me acompañe hasta el campamento.
—Claro señor Cid. Sánchez, haga el favor de acompañarle.
—Sí señor.
Al verme llegar con un gesto de horror, el señor Esparta me preguntó de inmediato.
—¿Qué ha ocurrido ahora?
—Siento decirle que han encontrado muerta a Sindy.
—Qué horror ¿Qué ha pasado?
—No lo sabemos, debemos esperar a la policía, luego suspenderé el rodaje. La gente no creo que tenga fuerzas para continuar trabajando aquí.
—No podemos hacer eso.
—¿No? Pues verá como la gente se niega. Son dos las muertes y los actores suelen ser supersticiosos.
—¿Ha visto su cuerpo?
—Claro, alguien o algo la atacó, trató de defenderse.
—Quiero verla.
—No se lo recomiendo.
—Vamos Miguel, haga el favor de acompañarme.
—Señor Esparta, no podemos hacer nada, debemos dejarlo en manos de la policía.
—Insisto Miguel, ¿Es que no se da cuenta? Ha sido ella.
—No entiendo lo que dice, pero venga, le acompañaré.
Miré el reloj, eran cerca de las ocho de la noche. Mientras la gente recogía los equipos y los desmontaba, Esparta y yo caminamos hasta donde encontraron a Sindy. Ya dije antes que no soy lo que se dice un valiente, el miedo se adueñó de mí en cuanto abandonamos el campamento, por lo que sin duda confundí el camino. El bosque era tan extenso y tupido, lleno de arbustos de toxo, líquenes y otras plantas desconocidas, que apenas podíamos caminar. Supongo que como comenté anteriormente, tuve que equivocarme al elegir el camino. El lugar donde estaba el cuerpo de la actriz no estaba muy alejado, aunque creí no llegar nunca junto a los vigilantes y Mun, el responsable. Esparta caminaba detrás de mí, de cuando en cuando soltaba alguna interjección soez, al sentir las caricias de los toxos, parábamos y segundos después continuábamos. Al abandonar la visión del campamento y avanzar con la luz que nos proporcionaban las linternas, nos adentramos en el bosque caminando despacio, evitando tropezar con las púas de los arbustos.
De repente sentimos unos ruidos a nuestro alrededor, nos paramos para escuchar, parecía como si algo o alguien corriera a la altura de nuestros pies, recordé lo que comentó uno de los vigilantes, ruidos producidos por algo parecido a conejos. Se lo dije a Esparta y aunque no le convencí continuamos avanzando. Miré en todas las direcciones, pero la espesura me impidió ver la referencia de los vigilantes. El ruido continuaba bajo nuestros pies. De pronto unas figuras doradas comenzaron a rodearnos, mientras se descolgaban de los árboles flotando en el aire, sus ropajes dorados iluminaban el circulo que iba cerrándose a medida que se acercaban. Al llegar a nuestra altura comprobé su tamaño, eran tal y como me había dicho Ferdi, como niños de ocho o nueve años. Sus rostros eran angelicales y sus cabellos rubios. Sus manos limpias no parecían sujetar nada. Cerraron el círculo hasta evitar siguiéramos caminando. El resplandor de aquel grupo de «dorados» iluminaba aquella parte del bosque.
Esparta continuaba paralizado a mi lado derecho. De repente uno de los «dorados» se acercó hasta mi observándome con detenimiento tanto el rostro como el resto de mi cuerpo, al llegar a las manos, tomó ambas y las elevó hasta sus ojos. Sentí miedo, verdadero terror, no obstante, ni un solo músculo parecía obedecer mi deseo de salir corriendo. Sentí un calor sorprendente sin que llegara a quemarme. Pareció escuchar mis pensamientos y enseguida comenzó a mover una de sus manos con el índice balanceándolo en un gesto de negación. Acabó e hicieron lo mismo con Esparta, pero comenzó a gritar desaforadamente, asustado y con una expresión de terror que no había visto hasta ese momento. Gritó algo parecido a ¡Quieta por favor, haré lo que quieras! Los rostros casi angelicales de los «dorados», se tornaron como las bestias imaginadas por El Bosco. Esparta comenzó a correr en todas las direcciones mientras. el grupo de «dorados» le seguían flotando en el aire. No parecían tener intención de darle alcance, sin embargo, segundos después sentí que infinidad de animales desconocidos seguían a los «dorados» por el suelo, permanecí quieto y pasaron fugaces a mi lado. A unos veinte metros, volvía a verlo corriendo en multitud de direcciones, paraba y volvía a correr, gritando ¡quieta por favor! Poco después el silencio se extendió sobre el bosque, la linterna de Esparta iluminaba el sitio donde había caído. Agarrotado, sin poder moverme por el miedo, esperé a que el tiempo pasara. Cuando logré tragar el terror que me quedaba, saqué el teléfono del bolsillo y llamé a Mun solicitando ayuda.
—¿Qué le pasa señor Cid? —respondió una voz gruesa y distorsionada.
—Hemos sido atacados por alguien. Estoy en el bosque, no sé en qué parte. Esparta ha caído a unos metros de donde me encuentro. ¿Puede venir a por mí?
—¿Cómo puedo saber dónde buscarle? —dijo la voz ahora más parecida a la de Mun.
—Moveré la linterna, la apagaré y encenderé para que pueda ver donde estoy.
—Trataré de localizarle. Pero por favor, no se mueva.
—Claro, pero venga pronto, estoy aterrorizado.
—Tranquilo, respire profundamente. No tema enseguida voy.
Al cabo de unos minutos vi como avanzaba una linterna en mi dirección. Apunté con la mía hasta ella y pronto encontré la figura de Mun. Me recogió y juntos nos acercamos hasta donde estaba Esparta. Como Sindy, su cuerpo aparecía desnudo, desgarrado y sangrando. Su cara era puro espanto y sus dedos agarrotados parecían haber luchado tratando de defenderse.
—Pediré a dos hombres que se queden aquí hasta que venga la policía. No creo que tarden mucho. Regresaremos al campamento y si queda alguien les diremos que lo abandonen.
—Será lo mejor.
Me reuní con el equipo nada más llegar al pueblo y di las órdenes para recoger todo y regresar a la capital. No estaba dispuesto a perder más gente, ni seguir rodando en un lugar como aquel.
—Estarás obsesionado con lo que conté sobre la leyenda —dijo Ferdi.
—Nada de eso, los vi, son como ángeles cuando están tranquilos, pero cuando algo les irrita se convierten en monstruos.
—Necesitas descansar y eliminar esas pesadillas.
—Ahora llamaré a la mujer de Esparta para decírselo.
Esperé una hora para calmarme. Mientras bebí un par de copas como si con ello pudiera borrar el miedo que había pasado. Me senté junto a la caravana y marqué el número de Matilde Gancedo.
—Señora Gancedo, soy Miguel Cid.
—¡Ah sí! Dígame.
—Siento tener que ser portador de malas noticias.
—¿Qué ha pasado? ¿Otra locura de mi marido?
—No, no señora, su marido ha muerto a manos de algo desconocido. Yo iba con él cuando nos atacaron.
—¿Quienes les atacaron?
—No lo sé, supongo que fueron los «dorados»
—¿Sólo ha muerto él?
—Bueno en realidad solo le atacaron a él, a mí solo me observaron.
—Insisto ¿Quiénes?
—Los «dorados», le repito que fueron ellos.
—¿Y qué hacían?
—Nos dirigíamos al bosque, quiso ver a Sindy la protagonista femenina, que también está muerta.
—Vaya hombre, los dos en el mismo día, ya es desgracia.
—Si señora. He dado orden de suspender el rodaje.
—Hizo bien. ¿Qué quiere de mí?
—Nada señora, que supiera mi decisión. Deberemos cancelar el rodaje y consecuentemente los contratos con todo el equipo.
—Espéreme ahí, iré y hablaremos.
—Claro.
—Mientras tanto haga lo que me ha dicho, diga a todo el equipo que se suspende el rodaje que vuelvan a la capital y aguarden sus noticias, pero usted no se mueva de ahí. Además, debo hacerme cargo del cadáver de mi esposo.
—Claro. Ahora me reuniré con la policía, necesitan explicaciones de lo ocurrido.
—Muy bien Cid, muy bien. En un par de horas estaré ahí.
—Pero ¿no estaba de viaje?
—Señor Cid, espéreme y no replique por favor.
—Claro.
Cuando acabé de atender a la policía, ambos cadáveres fueron retirados y llevados ante el forense para practicarles las autopsias. Regresé junto a mi gente, esperaban escuchar que se suspendía el rodaje. Antes de irse a dormir contestaron algunas preguntas de los policías, dejaron sus teléfonos y direcciones al sentirse liberados de aguantar más tiempo en aquel horrendo bosque. Yo no dormí ni un solo minuto, atendí a los policías, me despedí de todos incluidos los vigilantes y tomé una de las habitaciones que quedaron libres en el hotel del pueblo.
Sobre las nueve de la mañana recibí una llamada de Matilde Gancedo.
—Señor Cid, acabo de estar con la policía, tomemos un café en el hotel y hablemos.
—Claro, enseguida voy —dije sin advertir que ya estaba en el hotel y mi mente seguía situada en la caravana a las afueras del pueblo.
Bajé por las escaleras. Antes de poner los pies en el último peldaño observé como Mun conversaba animadamente con Matilde Gancedo, viuda de Esparta. Ella miró el reloj, dijo unas palabras y besó a Mun en los labios. Al verlos me di la vuelta y subí para ocultarme. Después bajé de nuevo, salí a la calle y entré por la puerta exterior del hotel. Matilde esperaba en la barra, tal y como estaba minutos antes.
—Señor Cid, lamento lo ocurrido, de verdad que lo siento.
—Yo también lamento la muerte de su esposo. Créame.
—Sé que le tenía afecto y sobre todo respeto y admiración.
—Si señora, era un buen hombre.
—Mejor dejamos ese aspecto.
—Como quiera señora.
—Escuche Cid, o Miguel, si me permite.
—Claro señora Gancedo.
—Bien Miguel, no se preocupe por la película, pagaremos a todos como si la hubieran terminado. Usted también recibirá lo estipulado en contrato más una prima que sin duda merece por soportar esta situación.
—Muchas gracias.
—Y ahora lo más importante. Lamento que no pueda acabarla, ni llevar a cabo el sueño que supuso escribir el guion. Sin embargo, tendrá una nueva oportunidad más adelante, se lo prometo.
—No entiendo señora.
—Si, en realidad soy la Productora, quien ha tenido el capital desde un principio, mi marido solo actuaba en mi nombre, todas las funciones y situaciones debía darme traslado antes de decidir. ¿Comprende ahora?
—Si señora.
—Tómese una temporada de descanso y cuando esté listo para empezar otra película, llámeme a este número privado. Anótelo por favor y elimine al que ha estado llamándome hasta ahora.
—Claro. Muchas gracias.
Decidí quedarme en el pueblo una temporada. Ya no tenía que acudir ante la policía. Necesitaba descansar mi mente, aunque supongo que no llegué a conseguirlo, pensé que cuanto había ocurrido merecía un guion cinematográfico y estaba dispuesto a escribirlo. Hasta entonces solo había escrito guiones de comedias, hasta que decidí dirigir. Luego inicié alguno de aventuras como el del rodaje, pero ahora estaba dispuesto a poner sobre el papel uno de terror. Con la poca información recibida sobre los «dorados», me dispuse a investigar, recoger más datos y visitar toda la zona para documentarme debidamente.
Recorrí calles, casas y establecimientos, algunos propietarios tenían coincidentemente el mismo apellido que mi productora, Gancedo. No lo consideré especialmente interesante. Una mañana me acerqué a una de las tabernas del pueblo para tomar un vino y charlar con alguno de los ancianos que cada mañana se sentaba con otros y un vaso entre las manos.
—Entonces, ¿según cuenta los dirige alguien que llaman Virtan?
—Sí señor, es algo así como el jefe de los «dorados». Siempre fueron espíritus, aunque pueden transformarse a su antojo en humanos, en las personas que ellos quieran o necesiten.
—Disculpe, pero hay cosas que me ha contado que son difíciles de creer.
—Eso depende de su credulidad, pero si viviera como yo en el pueblo, comprobaría que es cierto. No se le ocurra meterse en el bosque y menos hacer ruidos o prender fuego, moriría como lo hicieron algunos de mis vecinos.
—Muchas gracias por la información, lo tendré en cuenta.
Al acabar se me ocurrió caminar hasta el bosque. No entré en él, aún conservaba cierto reparo en hacerlo, máxime después de la advertencia recibida. Caminé bajo la niebla que comenzaba a levantar, sin darme cuenta me encontré en un camino desconocido. A un lado el bosque, al otro el arroyo donde nacía la niebla. Mis ojos solo miraban al suelo para evitar encontrarme con algún hueco por donde caer o rama con la que tropezar. A punto estaba de dar la vuelta y regresar al pueblo cuando oí un murmullo, alguien conversaba. Me atreví a continuar, tal vez si los encontraba y preguntaba, sabrían decirme como regresar al pueblo por otro camino. Dos pasos y …
—No quisiera tener que volver otra vez —escuché decir a una voz masculina.
—Pues no hay más remedio que hacerlo de vez en cuando —respondió la voz femenina.
—Lo sé, pero no me gusta, el esfuerzo es muy grande.
—También a mí me cuesta tomar mi figura humana.
—Bueno.
—Estaremos aquí una temporada, daremos algunos sustos a los del pueblo y volveremos a nuestra antigua situación.
—¿Cómo lograste que las alimañas te obedecieran?
—Ya te lo explicaré más adelante, es solo cuestión de tiempo, lo aprenderás si estás dispuesto a continuar a mi lado.
—Claro Matilde, ¿o debo llamarte Virtan?
—Puedes llamarme como prefieras, a ti te lo permito.
—¿Cómo supo tu marido quien eras?
—Cometí un terrible error, un mañana no le esperaba y regresó antes de tiempo, pensó que no estaba en casa, pasó al baño y vio como me transformaba en «dorado»”, le dormí y cuando me dijo lo sucedido, le hice creer que había sido una pesadilla. Por eso te llamé y preparamos toda esa parafernalia de la película. Además, estaba cansada de su constante infidelidad, no podía permitir que siguiera faltándome el respeto. La suerte hizo el resto.
—Entonces
—Volveremos al pueblo.
Me sorprendió escuchar aquella conversación. Traté de volver sobre mis pasos sin girar el cuerpo, caminando de espaldas, con tal mala suerte que pisé una rama. El ruido que produje hizo que los «dorados» dejaran de hablar y miraran hacia donde estaba. Me vieron y enseguida me rodearon de la misma forma que hicieran en el bosque, se acercaron a mi rostro. Luego percibí una sonrisa en uno de ellos. De repente se tornaron en las mismas bestias que ya vi. Me di la vuelta y empecé a correr, sin darme cuenta pisé mal, resbalé y caí al arroyo. Mi fijé que los «dorados» no pudieron seguirme, pues se apartaban del bosque. El agua, aunque fría me despejó la mente. Me levanté y como pude regresé al pueblo. Subí a mi habitación, me cambié de ropa y bajé al restaurante a tomar algo caliente para luego descansar, recoger la maleta y regresar a la capital.
Antes de terminar Matilde y Mun aparecieron en el salón restaurante, vacío en ese momento. Ambos se sentaron frente a mí de espaldas a la puerta.
—Le creí en la capital —dijo Matilde.
—Yo también, pero luego cambié de opinión, me quedé para recorrer todo esto, quiero escribir un guion cinematográfico sobre los «dorados».
—Deseche la idea, yo que usted prepararía una comedia. Es más, si lo hace estoy dispuesta a financiarle como si se tratara de un rodaje de Hollywood.
—No lo sé, me gusta la idea que he comentado.
—Insisto Miguel, haga lo que le digo y los dos nos sentiremos más satisfechos.
—¿Y si no lo hago?
Mun y Matilde me miraron fijamente. De repente sus rostros comenzaron a sufrir una transformación hasta desfigurarse por completo y convertirse en las mismas y horribles bestias que vi en el bosque. De sus labios no salió frase alguna sin embargo fue suficiente para que abandonara corriendo aquel lugar.
He vuelto a la capital y pese a que no consigo apartar de mi mente lo sucedido, solo me dedico a escribir guiones de comedias de enredo y películas de humor. Ni quiero ni puedo escribir algo sobre lo que viví en aquel lugar y aún menos recordar a esos dos ejemplares de «dorados».
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