Por: Andrea Momoitio
El Patronato de Protección a la Mujer, una institución franquista que dependía del Ministerio de Justicia, sometió a miles de mujeres durante la dictadura a un férreo control entre la disciplina militar y la tortura psicológica. La muerte en 1983 de una de las internas, Inmaculada Valderrama, aceleró su desaparición.
El 6 de noviembre de 1941, por Real Decreto, se constituye el Patronato de Protección a la Mujer. Fue anunciado como una organización que estaría integrada “por personas de gran prestigio moral, autoridad y celo” para llevar a cabo con el “mayor acierto posible, tan cristiana y meritoria labor”. A lo largo de la historia reciente del Estado español se han dado diferentes iniciativas para tratar de salvaguardar la moral católica y, por supuesto, para limitar la vida política, social, sexual, económica y cultural de las mujeres. Siempre, por supuesto, en nombre de nuestro propio bienestar. Una de esas instituciones —que trató de venderse a la opinión pública como beneficencia— es el Patronato de Protección a la Mujer, pero antes hubo otras. Entre 1902 y 1931 estuvo en funcionamiento el Real Patronato para la Represión de la Trata de Blancas que tenía como objetivo evitar la explotación sexual de las mujeres, pero acabó convirtiéndose en una institución que penaba y condenaba a las que se salían del redil. La II República española, en 1931, constituyó el Patronato de Protección a la Mujer con el que se pretendían ciertos cambios que nunca llegaron a darse porque en apenas cuatro años sus funciones acabaron siendo asumidas por el Consejo Superior de Protección de Menores. Cautivo y desarmado el Ejército republicano, el “Gobierno Nacional del Nuevo Estado” declaró haberse encontrado ante unas instituciones en “ruinas morales y materiales, producidas por el laicismo republicano, primero, y el desenfreno y la destrucción marxista, después”. Así, a petición del Consejo de Ministros y para “cancelar tan triste herencia” se volvió a constituir, con el mismo nombre, Patronato de Protección a la Mujer que dirigiría Carmen Polo, la mujer del dictador.
En los últimos años han aparecido centenares de estudios y publicaciones sobre la represión que ejerció la dictadura franquista, pero, todavía hoy, resulta muy difícil entender hasta qué punto sometieron a la ciudadanía. Más allá de la represión política y policial, el franquismo tejió una red de instituciones, obras y patronatos que aún resulta prácticamente imposible reconstruir. La creación de la que llamaron “Nueva España” se llevaría a cabo entre violencia y propaganda, moral católica y una obsesión perversa por la redención de las caídas [y, según su normativa, de “las que están a punto de caer”]. Los detalles son escabrosos y parece escucharse de fondo The shining, la banda sonora de El resplandor. Pensad en niñas rapadas, arrancadas de sus familias, niñas y adolescentes detenidas en reformatorios porque habían sido vistas mucho en la feria, chavalas prácticamente secuestradas porque sus familias no podían hacerse cargo de ellas, porque eran prostitutas, pobres, hijas de rojos, lesbianas o, simplemente, adolescentes rebeldes.
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