Sinopsis:
Madrid, 1939-1945. Muchos luchan por salir adelante en una ciudad marcada por el hambre, la penuria y el estraperlo. Como Eloy, un joven tullido que trata de salvar de la pena de muerte a su hermano encarcelado; Alicia, taquillera en un cine que pierde su empleo por seguir su corazón; Basilio, profesor de universidad que afronta un proceso de depuración; el falangista Matías, que trafica con objetos requisados, o Valentín, capaz de cualquier vileza con tal de purgar su anterior militancia. Costureras, estudiantes, policías: vidas de personas comunes en tiempos extraordinarios.
Castillos de fuego es una novela que encierra más verdad que muchos libros de Historia y que transmite el pulso de un tiempo en el que el miedo casi arrasa con la esperanza que, de forma natural, se abre camino entre la devastación. Una época de reconstrucción en la que la guerra ha acabado solo para algunos pero en la que nadie está a salvo, ni los que se alzaron a los pies del dictador ni los que lucharon por derrocarlo.
Reseña de ANTONIO TEJEDOR.
Castillos de fuego viene a ser la historia real que vivieron en la posguerra y nos han contado mil veces; ahora, en versión novelada. Lo que no quiere decir que sea menos real. Lo que sí es más amena, más fácil de leer y digerir. La obra de un escritor que ha hecho su oficio como hay que hacerlo más allá de que el tema e incluso su tratamiento guste o no. Que para todo hay opiniones. Valoro, sobre todo, su modo de narrar la historia, no de contarla, dividiéndola en escenas con estupendos diálogos –ágiles, interesantes, que hacen avanzar la acción-, las descripciones cortas y necesarias y unas digresiones sucintas, que diría don Miguel, no dilatadas, que ayuden a la comprensión de la historia.
Madrid, 1939. Tras el fin de la guerra, la paz no llega nunca. Además del hambre y del frío, hombres y mujeres tiritan de miedo, los descompone del pánico. Los enfrentamientos y posterior muerte de la mayoría de ellos les lleva a un sin vivir y una congoja continua que el autor nos va desgranando en una tupida red de vidas (por llamarlas de alguna manera) que forman el laberinto de una ciudad en la que los vencedores exigen su cuota diaria de victoria, de reconocimiento explícito de esa victoria a base de humillaciones, venganzas y hasta muertes de aquellos que lucharon en el otro bando; algunos, por una cuestión de suerte, de mala suerte, por estar ese día donde estaban. Como el profesor depurado de la Universidad, cuyo motivo se reducía a ser hermano de un preso al que quiere rescatar.
Castillos de fuego es una amalgama de historias para no olvidar con un fondo de mercado negro, compraventa de cualquier cosa que haya en las viviendas o la propaganda franquista como una nube que cubre el cielo las 24 horas del día. Un Madrid en ruinas, chivatos viviendo de sus felonías, infiltrados hasta en la sopa, traidores a sus ideas que cambian la chaqueta, militares y falangistas campando por sus respetos y robando a los vencidos con total impunidad. Un ejército de disfrazados, todos con la careta puesta, interpretando personajes para cazar o para no ser cazado, que la vida pende de un hilo. Arribistas al olor de cargos, zancadillas y trampas para escalar puestos, la retórica revolucionaria, las purgas, caídas en desgracia dentro del partido comunista o de los falangistas, como Ridruejo.
Esta parece ser uno de los objetivos de la novela, equiparar a todas las dictaduras por el rasero de la infamia. Nos cuenta cómo en ellas no cabe la crítica y que solo la obediencia ciega es aceptable para sus dirigentes, so pena de verse descabalgados de cargos o mandados al otro barrio. Y aquí es donde tengo mis dudas al desconocer en detalle la historia real, porque aun sabiendo que las purgas existieron en el PC, no sé si el autor en un afán de no ser tachado de partidista ha cargado demasiado las tintas en este tema. De hecho, son las protagonistas de casi el último cuarto de la novela donde las penurias de la vida de cada ciudadano casi desaparecen de la historia para centrarse en las actuaciones de los militantes, sus luchas contra el franquismo y las traiciones que según el Comité Central del PC se producían y que los llevaban también a la muerte.
Madrid, una ciudad con muchos apellidos, entre los que sobresalía el miedo, el hambre y la miseria. Y por encima de todos, el rosario incesante de muertos por acusaciones falsas y peregrinas que nos harían reír si no hubieran acabado en la tortura, el asesinato y el cementerio. La victoria no trajo la paz, sino mucho dolor y mucha muerte.
Lástima que la dureza de la historia nos haga rebrincar del asiento de vez en cuando a pesar de todo lo que ya conocíamos, aprendido en otros muchos textos. Pisón mezcla la tragedia con la dulzura de esos ratos íntimos de una pareja, de los intereses familiares y esa fortaleza de todos para ir ganando la partida minuto a minuto en aras de conseguir un futuro más halagüeño, un día a día que vaya de la mano de la normalidad. A remarcar la abundante documentación histórica en la que se basa Castillos de fuego y que queda reflejada al final del libro.
El Autor:
Ignacio Martínez de Pisón nació en Zaragoza en 1960 y reside en Barcelona desde 1982. Es autor de más de quince libros, entre los que destacan las novelas La ternura del dragón (1984), Carreteras secundarias (1996), El tiempo de las mujeres (2003), Dientes de leche (Seix Barral, 2008), galardonada con el Premio San Clemente y el Premio Giuseppe Acerbi, El día de mañana (Seix Barral, 2011), por el que recibió el Premio de la Crítica, el Premio Ciutat de Barcelona y el Premio de las Letras Aragonesas, La buena reputación (Seix Barral, 2014), Premio Nacional de Narrativa y Premio Cálamo al Libro del Año, Derecho natural (Seix Barral, 2017), Fin de temporada (Seix Barral, 2020) y Castillos de fuego (Seix Barral, 2023). También ha publicado los ensayos Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), que obtuvo los premios Rodolfo Walsh y Dulce Chacón, y Filek. El estafador que engañó a Franco (Seix Barral, 2018), y el libro de relatos Aeropuerto de Funchal (Seix Barral, 2009).
© Antonio Tejedor. Octubre 2023.