La vida es pura impermanencia, un cambio constante.
Nuestra biología ya nos muestra, que ni siquiera nosotros podemos permanecer en el mismo estado el tiempo que queramos.
La aceptación de esta premisa nos permite fluir con la vida; cuando nos resistimos al cambio, o nos aferramos a lugares, personas o cosas, es lo que nos lleva al sufrimiento, esa es su raíz.
Porque nada nos pertenece, hasta ese punto; incluso la vida que se nos da es un movimiento suave, una onda, a veces más grave, a veces más aguda, pero no podemos cogerla, sólo aceptarla tal cual viene.
El cambio es inherente a la naturaleza humana, y en cambio, nos resistimos a su levedad.
Un proverbio japonés dice: » El bambú que se dobla, es más fuerte que el roble que resiste».
Porque cuanta más flexibilidad desarrollamos ante la vida, más fortaleza nos da, que no fuerza.
En la diferencia entre flexibilidad y fuerza, tenemos la clave: no dejar que el corazón se endurezca, y permitir que la vida nos traspase la piel, nos la erice, y sea nuestra gran maestra.
Quien fluye, vive; el que se resiste, sufre.
© Mª del Mar García. Septiembre 2023