DE UNA BRECHA Y UN MARTILLO

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Kika Sureda – 

Es viernes por la noche y uno de los patrulla acaba de detenerla cerca del barrio chino. Había golpeado con un martillo a un viandante. Pasará la noche en el calabozo, no quiere declarar.

El herido ha contado a uno de los policías, con bigotillo fino y gracioso, que andaba ya camino de casa, y en el callejón a la altura del portal de una antigua pensión salió una loca y le pegó con algo. No se acuerda de más.

Todo no es como lo cuenta cada uno, sino como quiere contarlo.

Una noche de barras y sin estrellas y la puta había cantado.

“Me parece que esto traerá cola”, dijo una de las policías. Acababa de sellar la declaración de la fulana.

Sí, era puta, prostituta, meretriz, señora de las que fuman o como quieran llamarla. Vivía en la calle y su afición a las drogas y alcohol la pagaba negociando con su sucio cuerpo. Era fácil, solo tenía que bajarse el pantalón corto y apoyarse en cualquier contenedor poniendo el culo en pompa mientras pensaba en su siguiente dosis. A veces la contrataban niñatos borrachos y drogados para divertirse un rato. Se lo hacían por turnos y luego le lanzaban un billete de veinte euros. Alguna vez, jugaban a la humillación tirándole monedas para que con el pantalón en los tobillos o sin él, recogiera las monedas una a una del suelo.

Los voluntarios de Cruz Roja intentaron muchas veces quitarla de la calle, ella no quería. Se conformaba con dormir en cualquier sitio y tener dinero para marihuana, alcohol o heroína.

No recordaba cuando comenzó a vivir en la mierda. Un viejo abusó de ella con ocho años, después vinieron otros: amigos de sus padres, desconocidos, era lo que tenía que una niña y después adolescente estuviera siempre en la calle tirada.

El fulano del martillazo era un señor del que no se sospechaba hasta que la puta cantó por bulerías en comisaría. El caballero no lo era tanto. Consumidor de cocaína los fines de semana, salía de su casa familiar y le decía a su esposa que iba a tomar unos vinos con algún cliente, por eso de hacer negocios. Tenía una asesoría muy conocida en la ciudad. Sus vinos con clientes eran putas baratas a las que sometía a todo tipo de abusos, todas callaban. Eran gente de la calle, quien les iba a auxiliar.

Pero tuvo mala suerte, dio con una que se hartó. Le gustaba especialmente por su cara de niña y lo sucia que era.

En una de sus prácticas aberrantes la había penetrado con el mango de un martillo causándole dolor y sangrado, el mismo martillo que le abrió una brecha en la cabeza.

© Kika Sureda . Septiembre 2023. Todos los derechos reservados

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