Kika Sureda-
Decidí que debía hacerme un seguro de decesos. Los accidentes eran cada vez más habituales, la edad no perdonaba. Un día era un golpe, la caída del caballo o una bala rozando, ya saben lo que dicen: las armas las carga el diablo.
Le dije al comanche Pluma Roja que me llevara con él a la ciudad. Los martes, jueves y sábados subía con su motocicleta con cajón a llenar de cervezas del Lidl y vino barato. Nuestros sueldos eran más bien obras de caridad. Mientras iba en la motocicleta apretujados oliendo el sudor del indio pensaba que le iba a contar al de la aseguradora. Palpé mi bolsillo derecho de un pantalón roído donde llevaba setecientos euros, eran todos mis ahorros en años. ¿Me daría para un seguro de decesos?
Mientras mi compañero se surtía de bebidas para todo el poblado, yo entraba a la oficina de Mapfre. Mi yo, de pie con ropas y unas zapatillas roidas frente a un señor joven de traje azul, camisa azul claro, corbata, zapatos lustrosos y colonia barata, vamos, un novato. Si fuera veterano compraría perfume caro, era un quiero y no puedo. Me fijé en el corte del traje, barato. Qué soy pobre pero no tonto.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? —me radiografía con cara de asco disimulado.
—Quisiera un seguro de muertos, difuntos o decesos, como lo llamen.
Se quedó un instante pensando y no me invitó a sentarme.
—Bueno, tenemos varios a distintos precios. Aquí por ejemplo uno barato, son treinta y tres euros mensuales y le cubre hasta tres mil quinientos de gastos de funeraria.
Seguía sin invitarme a que tomara asiento.
—Este otro…
—Mire, tengo setecientos euros ahorrados, sesenta y siete años, la salud tocada, sé que me queda poco y lo único que quiero es pagar algo y que me entierren tranquilo y no acabar comido por los carroñeros en algún lugar del desierto.
El imberbe puso cara de circunstancia.
—Pero está trabajando todavía? Debería estar jubilado. ¿Dónde trabaja, si puede saberse?
—En el Oeste. Soy un viejo pistolero que bebe whisky barato en el salón, busca pelea, persigue a otros desgraciados a caballo y…
—Trabaja en uno de los poblados del Oeste. Esos Mini Hollywood venidos a menos. Sé lo que es. Mi abuelo murió de una lesión por una caída de un caballo. Siéntese, por favor y le miro algo que se ajuste a su economía.
Pensé que hay que ver cómo cambia el cuento. Al final el tipo de traje nuevo y el viejo de ropas roídas acabaron cerrando un seguro con un apretón de manos.
Volví a casa con el bolsillo más vacío, aspirando el olor a sudor del indio motero, sujetando con la mano derecha el cajón repleto de alcohol barato. Al fin y al cabo, era lo único divertido que teníamos los cuatro viejos que seguíamos dando espectáculo por cuatro perras al mes. Cervezas y tiros, calor y ropas polvorientas, seguro de decesos para el próximo accidente.
© Kika Sureda. Agosto 2023. Todos los derechos reservados.