PERTENECER
— Maria del Mar García
Venimos al mundo formando parte de un lugar, unas costumbres, una familia.
Esta familia a la que pertenecemos nos imprime huellas invisibles acerca de la forma (correcta) de ver el mundo, de comportarnos, lo permitido, lo prohibido y la identidad.
Pero, ¿qué pasa, cuando no me siento parte? Cuando me siento un bicho raro, ya que las ideas que emergen de mi interior han creado vida por sí mismas.
O quizás, mis padres no estaban disponibles para mí, ya sea porque ni siquiera estaban disponibles para ellos mismos, o porque los miles de horas de trabajo, era una forma de huir de su interior, incapaces de gestionar la vida que venía, como un tsunami emocional que te deja petrificado, y sientes que no puedes hacer nada, sólo mirar hacia otro lado.
Cuando mi infancia la vivo así, es como si mis piernas fueran más débiles, ya que no hay cimientos firmes. Puede haber un sentimiento profundo de soledad y lejanía, introspección, y sentir que no encajamos.
Puede que me la pase huyendo de un lugar a otro, creyendo que el cambio me hace libre e independiente, pero no: es una forma de huida. Una en la que parece que duele menos, pero lo es.
Sólo en el camino de la autoobservación, podré ir identificando estos patrones, y hacer de mi cuerpo mi patria y de mi interior mi bandera; y darme el permiso de pertenecer a mí, sin límites, sin fronteras, y así, sentir que pertenezco a la vida, que puedo confiar en ella, lo que me permite enraizarme a la Tierra.
© Maria del Mar García. Julio 2023. Todos los derechos reservados.