Panamá papers

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LaBlanche, una intrépida detective con ojo de águila para los detalles, regresó tarde a su casa en las afueras de la ciudad. Había estado trabajando en un caso todo el día y lo único en lo que podía pensar era en descansar un poco, servirse una copa de vino y acurrucarse con un buen libro. Pero cuando abrió la puerta, le dio la impresión de que algo andaba mal. La casa estaba demasiado silenciosa, demasiado quieta. LaBlanche estuvo en muchas situaciones peligrosas en su vida, pero nunca tan asustada como en ese momento. Se deslizó por la casa, dirigiéndose lentamente al estudio, donde sabía que su marido trabajaba habitualmente. Para su sorpresa, lo encontró tirado en el suelo, inmóvil. Por un momento, LaBlanche no pudo moverse. Su mente se aceleró, tratando de dar sentido a lo que estaba sucediendo. Entonces notó algo extraño: heridas visibles en el cuerpo de su esposo. Asesinado, pero no había señales de forcejeo en el lugar. Con una mano temblorosa, tomó el teléfono y llamó a la policía. Cuando llegaron los oficiales, se llevaron a LaBlanche para interrogarla. Dio su declaración, pero a pesar de sus mejores esfuerzos, no pudo proporcionarles ninguna pista. Durante horas, los detectives la interrogaron, tratando de descubrir pistas ocultas que los llevaran al asesino. Pero LaBlanche no tenía nada que darles y finalmente la dejaron ir con una advertencia. Al salir de la comisaría, LaBlanche sintió que se le revolvía el estómago. No estaba más cerca de encontrar al asesino o asesinos de su marido, pero ella creía saber cuál era el asunto que su marido llevaba entre manos. Le había fallado, y ahora dependía de ella desentrañar el misterio y hacer justicia al asesinato de su marido. Era periodista, se había puesto en contacto con otros periodistas que investigaban algo relacionado con papeles ocultos y paraísos fiscales. Él andaba muy preocupado, tomando medidas exageradas sobre su seguridad. Decía que no podía hablarle del tema, era muy peligroso. Le parecía mentira que en casa de una detective haya ocurrido algo así. Moisés hablaba mucho con una periodista llamada Daphne. LaBlanche se dio cuenta que aquello era algo muy gordo, tanto que se le escapaba.

Desde el día del asesinato de su marido todo empezó a correr como la pólvora. Recordó que Moisés manejaba una carpeta con mucha documentación y varias memorias externas, en una caja de zapatos, llegó por una agencia de transporte. Celoso de aquel paquete no quiso comentarle nada, solo lo hizo desaparecer. Se levantó y empezó a buscar por la casa, primero en los lugares más ordinarios y normales, después en otros sitios más extraños y finalmente buscando en los rincones más imposibles. Tenía la certeza de que su marido podría estar metido en algo tan peligroso que le había costado la vida, algo relacionado con gente importante y con cuestiones políticas o económicas, ambos pilares mueven el mundo, a veces son un estercolero.

Estaba muy raro de un tiempo a esta parte. No era normal tanto secretismo y de repente alguien lo asesina. Su profesión la hacía una descreída de las casualidades. Puso la casa patas arriba y no encontró nada. Se tumbó en el sofá y se quedó dormida, despertó con el sonido del teléfono, tenía un nuevo caso pendiente, una cuestión de empresa que no le apetecía nada en absoluto, pero la vida seguía dando vueltas. Le tocaba investigar una supuesta baja falsa de una trabajadora de una empresa multinacional. Se suponía que estaba convaleciente en casa y en vez de eso se la había visto de compras y tapas. Habló con su socio, salió a la guardia pertinente. Fichó a la mujer y comenzó el seguimiento por la ciudad, su mente estaba en otra cosa, casi la pierde. Entró en una tienda de bikinis y ropa interior, allí pasó una hora disimulando mirar modelitos y esquivando a la dependienta con un «solo estoy mirando», soportó las pruebas de vestuario de la mujer y salió tras ella otra vez, café en un bar, más tiendas, quedada con amigas… Le llamó la atención que una de ellas llevaba un bolso antiguo de Louis Vuitton, igual que uno suyo, de repente le entraron ganas de volver a lucirlo. Lo abandonó en el trastero porque pensaba que estaba demasiado pasado de moda.

Al llegar a casa, se sirvió un vino y se tumbó en el sofá, se quedó mirando la foto del último viaje con su marido. Los dos juntos, para siempre. Nunca imaginó que no viajarían más juntos. De repente no sabía porqué le entraron ganas de bajar al trastero. Eran las dos de la mañana, no podía dormir, el trastero la llamaba. No era el bolso, era otra cosa. El bolso solo era un mensaje del Más Allá. Se puso una bata y cogió las llaves del trastero. Cuando abrió la puerta se dio cuenta que hacía más de un año que no bajaba pero allí había estado alguien recientemente, las cosas estaban revueltas, todo muy desordenado. Le resultó extraño, si Moisés hubiera bajado a buscar algo se lo hubiera dicho… o no…Empezó a sacar trastos al pasillo para revisar y volver a colocar todo. Debajo de uno de los estantes, oculta en la montonera de desorden una bolsa de basura negra asomaba, tiró de ella y se partió un poco. Dentro la misteriosa caja de zapatos, de repente le invadió un cúmulo de sensaciones negativas, raras, miedo, miedo. Asió la caja y se encerró en el trastero. A las seis y media abrió la puerta y metió todo lo del pasillo de mala manera. Estaba traspuesta, enferma de dolor, odio, y pánico, más bien, terror.

Hizo unas cuantas búsquedas en Internet: quienes eran Mossack Fonseca, en qué consistía el offshore, y una serie de nombres algunos muy conocidos otros solo le sonaban. Las memorias externas estaban encriptadas. Entonces se acordó de la periodista con la que su marido hablaba muy a menudo. La llamó: «Soy LaBlanche, no nos conocemos, soy la mujer, bueno la viuda de Moisés». Al otro lado se hizo un silencio terrible: «Este no es un medio seguro para hablar, yo me comunico con usted en unos segundos». Al poco sonó el teléfono desde un número desconocido. Las dos mujeres hablaron. Daphne era reacia a dar muchas explicaciones y que le contara demasiado LaBlanche, le cortó y le preguntó si estaba dispuesta a ayudar a destapar uno de los mayores estercoleros de la historia, por su marido, ya que le había costado la vida. Ella aceptó «No puedo hablar, solo decirte que si has encontrado algo, «algo» que él guardaba házselo llegar al periódico Süddeutsche Zeitung, pregunta por Elías, es un contacto alias, apunta su extensión». LaBlanche colgó e inmediatamente estaba marcando el número que le habían dado. Llamó desde el número de su marido, al otro lado contestó una voz amigable «Colega, estaba esperando noticias de ti». Ella le explicó que el colega estaba muerto y que había descubierto en lo que trabajaban. «Es demasiado peligroso para ti, ¿puedes esperar a las siete en la estación? Cerca del andén 35. Una chica con pinta de indigente se te acercará y te dirá «las golondrinas no están ya en sus nidos», no digas nada, solo entrega lo que tu sabes, gracias. Y por favor, cuídate mucho, ahora estás en el ajo».  A la mañana siguiente despertó con la noticia de que alguien había filtrado a un periódico alemán Süddeutsche Zeitung papeles de la empresa Mossack Fonseca. Se quedó sentada en el sofá viendo las noticias de última hora y algo empezó a quebrarse en su mente. Además Daphne había sido asesinada con un coche bomba a la salida de su casa. Se acordó de la vieja casa de sus abuelos en mitad de la nada en la isla de Mallorca. Hizo una maleta, dos llamadas telefónicas y cerró su casa por un tiempo. Temía por su vida.

© Kika Sureda.Mayo 2023. Todos los derechos reservados

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