Sin anestesia, por favor.
Vivimos en un mundo regido por la mente, donde sentir es una experiencia que se torna casi pecaminosa.
Se vuelve necesario ir desde lo racional para poder sobrevivir, pasar cada experiencia por la cabeza: triturarla, amoldarla, meterla en un cajón, clasificada desde la A a la Z, del apartado 1 al 10.
Y, por favor, que quepa dentro, bien medida, aunque sea apretadita, porque si no, puede desbordarme eso de abrirme a algo nuevo, a una emoción o experiencia que se sienta distinta, vaya a darse que me abrume o pretenda abrirme a cosas nuevas.
Desde lo social, sólo validamos lo visible, tangible, racional y aceptado por la mayoría; nos cerramos a que alguien pueda pensar distinto, o sentir diferente, o sentir profundamente, ya que lo vivimos como peligroso.
Anestesiar las emociones para sobrevivir al caos externo e interno.
Lo diferente, lo inconmensurable, nos da miedo; pero la raíz de ese miedo, es el no poder controlarlo, el cómo va a explotar en mi mundo, por si no cabe en uno de esos cajones.
Sin embargo, lo que realmente me da miedo es sentir; y es precisamente a través de este sentir, la forma en la que me abro a la vida, y dejo que ésta penetre, me inunde, me llene cada uno de mis poros, y me permita fluir con las olas de mi mundo.
Abrirme a sentir la vida implica valentía y mucho amor propio, ya que me expongo a que me hieran, a salir lastimada o enfadada de un vínculo, pero a la vez, conlleva que he vivido hasta la extenuación, y yo, quiero sentirme viva.
© Maria del Mar García. Mayo 2023.