INFRAMUNDO
Hoy que las puertas del infierno se han abierto y que de su profundo vientre surgen las llamaradas que me consumen, justo hoy, cuando el tiempo ya no importa y cuando tantos creen saberlo todo, deseo contar lo que nunca alcanzaron a conocer de mi existencia pétrea.
El único acto de placer que dio origen a mi deformidad fue la pasión de mi escultor quien, a golpe de martillo y cincel, extrajo el monstruo que intuía agazapado en el interior de la fría amalgama. Cuando vio como emergía mi cornamenta, la fiera mirada, la risa satánica, el cuerpo felino, las garras afiladas y adheridas al canto como una fiera a su presa, consideró que algo faltaba, entonces, alargó mi descarnada y puntiaguda columna, la terminó en flecha y dejándola suspendida como látigo amenazante dijo –ahora eres perfecta-.
Gárgolas, quimeras, grifos, arpías… no somos solo figuras misteriosas, unidas a las vertientes para ahuyentar a los demonios como pétreos espantapájaros. Nuestros cuerpos esperpénticos quedaron unidos a los muros, donde los aullidos de terror anidan desde hace siglos, para recordar a los hombres que en ellos anida también un híbrido.
Nos pusieron, gran error, solo controlando la Sorbona y la ciudad, se olvidaron que es en los intestinos donde siempre surge lo maligno de todo lo creado. Allí, en lo más oculto, en lo más instintivo una simple chispa desató los monstruos que galopan desbocados bajo los cimientos de Notre Dame.
Ahora, mientras en su vientre todo arde y las rojizas columnas de humo eleva las cetrinas cenizas de una era que se destruye, me arrepiento de no haber roto más veces el hechizo. Porque es eso justo lo que no saben los que dicen saberlo todo. En las noches tranquilas abandonamos nuestra quietud desplegando las etéreas alas y las escamas cristalinas para alcanzar todo lo que nos es prohibido. Nos deslizamos con grácil movilidad por los tejados, donde a veces jugamos como cachorros, o nos acicalamos unos a otros, es tanta nuestra complicidad que lo que siente uno es sabido por todos al instante, y a veces imitamos con los gestos a los humanos poniendo sus caras de alegría, duda, curiosidad, sorpresa… hasta que la claridad en ciernes del siguiente crepúsculo nos avisa. Solo entonces, volvemos a ser las bestias paralizantes.
Pero es tal mi cruel naturaleza que en esta ardiente locura, aun cuando sufro la agonía de estos muros, viendo como su corazón muere de sed a pocos metros del Sena preñado de primavera, mi risa de hiena, más hiriente, aflora.
© Carmen Bedmar Díaz. Abril 2023. Todos los derechos reservados.
Qué idea más bonita, Carmen, eso de que hablen las gárgolas y cuenten su historia. Felicidades.
Felicidades, Carmen, por un relato tan original. Me ha encantado leerlo. Abrazos 🌷