Por favor, no hagan ruido

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Por favor, no hagan ruido


 

El anuncio en el periódico señalaba la dirección donde debía presentarme y la hora, 20:04. La temporada de invierno llevaba activa más de quince días. La tarde se había cerrado gris y comenzaba a caer aguanieve. Me extrañó la exactitud horaria de la cita. Decidí tomar el metro para desplazarme, siempre fui muy puntual. El llegar a la dirección encontré el portal abierto, entré y lo primero que vi fue un antiguo paso de carruajes que desembocaba en un patio. Me extrañó no encontrar ni un solo tiesto con plantas o flores.

Atravesé el patio y en el fondo, tras superar tres escalones, encontré dos portalones de madera. El situado a la izquierda, se presentaba pintado de color verde oscuro, el opuesto de un negro profundo. Algo más me extrañó, en ambos, aparecían fijados sendos carteles sujetos con una chincheta en el centro, a la altura de mis ojos, cuyo texto, idéntico, señalaba: Por favor no hagan ruido, pueden molestarlo.

Miré de nuevo el anuncio para comprobar si me había equivocado. Pero no, exactamente era el portal nº 6 derecho, 6ª planta, puerta 6. Empujé despacio el portalón negro, que cedió con suavidad para acceder a las escaleras que se iniciaban a la derecha del ascensor, comencé a subir por ellas, dado que otro cartel anunciaba: No funciona, estropeado, pero por favor, no haga ruido al subir, pueden molestarlo.

En cada planta encontré idéntico cartel con un texto similar. Al llegar a la tercera paré para tomar resuello. Los escalones de madera, raídos y faltos de barniz por el uso, eran altos y molestos para subir. Aguanté las ganas de suspirar mientras alcanzaba la sexta altura. Una vez allí comencé a buscar la puerta 6. El pasillo estaba oscuro, tuve que tantear la pared para intentar localizar un supuesto interruptor que lo iluminara. Fue inútil. Decidí arrastrar una de mis manos por la pared. Mientras, mis ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad con el fin de localizar las puertas, especialmente la sexta. Cuando la encontré pasé la mano hasta rozar otro cartel sujeto a la pared. Para leerlo no tuve más remedio que sacar un encendedor e iluminarme. Decía: El Timbre no funciona. Por favor no hagan ruido, pueden molestarlo.

Miré el reloj, comprobé que aún faltaban dos minutos para la hora señalada. Durante unos segundos me mantuve dubitativo, no sabía qué hacer. La disyuntiva era si el timbre no funcionaba, debía avisar de mi presencia golpeando la puerta con los nudillos, y precisamente desde que atravesé el portal de entrada la constante anunciada era, no hacer ruido. Aumentó mi incertidumbre. En mi cerebro se repetía una y otra vez la frase: por favor no hagan ruido, pueden molestarlo.

Por fin me decidí y opté por golpear. El momento exacto de la cita se echaba encima y no deseaba ser impuntual. Además ¿cómo sabrían de mi presencia si no llamaba? Lo hice solo una vez, aunque temeroso. Muy poco tiempo después oí unos extraños ruidos al otro lado de la puerta, lo traduje como si un tropel de gente fuera acercándose, despacio, con lentitud. Esperé, al no abrirse, golpeé de nuevo en varias ocasiones espaciadas por unos segundos.

Al cuarto intento, al golpear con suavidad mis nudillos sobre la madera, el ruido parecía más cercano, aunque diferente al escuchado inicialmente y más potente, como si algo se arrastrara sobre el suelo.

Con el quinto y desesperado intento, sentí un escalofrío recorrer mi espalda mientras mis cabellos se erizaban y el sonido era cada vez más pronunciado e irreconocible por extraño, jamás había oído algo similar.

Con la sexta llamada de mis nudillos, advertí el gran error cometido, provocar ruido, no guardar silencio. De repente escuché, esta vez más pronunciados, unos gruñidos acompasados del supuesto arrastre. Al mismo tiempo se repitió el escalofrío. En esta ocasión se mantuvo más tiempo sobre mi espalda. Sentí miedo. Un miedo como nunca imaginé.

No me atreví a seguir. Decidí abandonar, salir de allí cuanto antes, pero no me dio tiempo, la puerta se abrió y algo o alguien inesperadamente, agarró mis brazos con fuerza arrastrándome dentro. Intenté hablar, pero las palabras formuladas en mi cerebro no llegaban a traducirse a sonidos en mi garganta, no salían. Unos enormes deseos de gritar se acumulaban en mi cerebro aumentando por momentos. Por el contrario, mis fuerzas cada vez eran menores. Era como si alguien las absorviera, se escapaban de mi cuerpo por segundos. Sentí una flojedad inquietante. Las piernas apenas me sostenían.

Giré como pude la cabeza hacia la puerta y comprobé que estaba cerrada. En ese preciso instante, lo que sentí ya no era miedo, sino un pánico cerval acompañado por un único deseo, correr, salir de aquel lugar como fuera. Sin embargo aquella especie de ser lanzó algo parecido a una frase. No supe traducirla. La voz; si podía definirse como tal; brotada grave y profunda, como surgida de ultratumba. Iba acompañada de un hedor irresistible, posiblemente creado a partir de algo en putrefacción y azufre. Continuó arrastrándome hacia el interior de la vivienda. De repente se paró me situó frente a su supuesto rostro y dijo de manera algo más clara.

—¿Viene por el anuncio?

—Si  —respondí con temor.

—Ahora siéntese y dígame si está dispuesto a trabajar para mi jefe.

—Desconozco que debo hacer —respondí sin convencimiento alguno, dado que mi único deseo era marcharme de allí inmediatamente.

A partir de las frases cruzadas, de nuevo silencio y oscuridad. Miré a mi alrededor pero apenas veía más allá de un metro. El hedor aumentaba y sentí unas enormes ganas de vomitar. Como pude las eliminé. De repente la voz de aquello, sonó de nuevo.

—El anuncio lo decía bastante claro, funciones de secretario personal de una importante figura.

—Supongo que para ese puesto estoy preparado, pero disculpe, no señalan horario y es una cuestión importante para mí, quizás más que el sueldo.

—Tal vez.

—¿Entonces?

—Su horario será, todo el día.

—¿Y qué tipo de contrato laboral? ¿Por tiempo determinado o indefinido?

—Su tipo de contrato será para toda la vida.

—¿Cómo? ¿Qué dice?

—¿Debo repetírselo?

—No. No es preciso, pero entendí toda la vida

—Es lo que he dicho.

—Vale. ¿Y el sueldo?

—No le hará falta sueldo alguno. Tendrá cuanto necesite, solo con pedirlo se le entregará.

—Bien.

—Dentro de unos momentos le presentaré a quien será su jefe.

—¿Usted quién es?

—A quien va a sustituir.

—No entiendo.

—Yo acabé mi función como secretario personal. Por ello puedo decirle que el trabajo es delicado. No debe ni puede, cometer errores, yo realicé más de uno, y como consecuencia de ello, el Jefe me ha condenado a esto  —dijo al tiempo que encendía una tenue luz rojiza.

Mi sorpresa fue mayúscula. Me quedé atónito al observarlo. Aquella figura no era humana, sino una especie de simbiosis entre un gusano y un caracol gigante. Una composición híbrida solo imaginada por un dibujante de comics de terror o ciencia ficción. Su cabeza resaltaba por enorme del resto del cuerpo, sus brazos pese a mantenerlos sujetos al tronco, eran más largos de lo normal en proporción a su asqueroso y repugnante cuerpo. No tenía piernas, habían desaparecido fundiéndose con el gigantesco cuerpo ondulado y parduzco. Al ver mi cara de asco y asombro, apagó la luz e inmediatamente aparecieron de nuevo las arcadas y deseo de vomitar. De nuevo escuché su voz.

—No se preocupe a mí también me ocurrió con mi antecesor.

—Puedo preguntarle cuánto tiempo lleva trabajando para esa persona.

—Exactamente ciento veinticinco años. Le recomiendo se limite a hacer aquello que le pida, no cometa errores o le castigará, suele hacerlo condenándonos a permanecer el resto de nuestra vida con una forma tan extravagante o más que la mía.

De pronto se oyó un estampido seguido de un fuerte y penetrante olor a azufre.

—Ya ha llegado, no tardaré en presentárselo —señaló aquel ser.

—Todavía no he aceptado —dije balbuceando.

—Claro que ha aceptado. El hecho de venir y entrar, es suficiente para aceptar el trabajo, máxime teniendo en cuenta que no hizo caso de los carteles y le molestó, hizo ruido. Creo que por eso está algo molesto. No le gusta nada el ruido y sus reacciones son incomprensibles.

—¿Cómo se llama?

—Tiene muchos nombres, ya le dirá él como quiere que le llame.

Ha transcurrido mucho tiempo, he querido escribir esto antes de convertirme en algo imposible de describir y por supuesto, que algo me impida hacerlo. Por cierto, he debido cometer muchos errores, mi jefe ha debido enfadarse bastante, pues mi cuerpo ha iniciado un proceso de conversión. Mis manos parecen garras, las uñas, largas, negras y retorcidas apenas me permiten sujetar la pluma con que escribo. Mis piernas se han tornado extrañamente deformes, yo diría que se parecen a las de un macho cabrío, con pezuñas en vez de dedos. De mi cabeza salen unas protuberancias endurecidas largas y retorcidas. Mi rostro es horrendo, tengo los ojos saltones y rojos, y las orejas, puntiagudas. Y lo peor, si pudieran oírme les produciría algo parecido a terror, mi voz se ha transformado, se asemeja más a un gruñido profundo y desgarrador, prefiero no hablar. Hoy decidí eliminar los espejos, pero antes quise mirarme y verme reflejado por última vez, por eso puedo describirles como soy, y la verdad, me parezco a mi jefe, es decir al mismo Lucifer.

© Anxo do Rego. Abril 2023. Todos los derechos reservados.

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Narrador. Fundador, Director y Editor de la extinta editorial PG Ediciones. Actualmente Asesor y colaborador en Editorial Skytale y Aldo Ediciones, del Grupo Editorial Regina Exlibris. Director y Redactor del diario cultural Hojas Sueltas. Fundador de una de las primeras revistas digitales de novela negra «Solo Novela Negra» en la actualidad incorporada a la sección LEYENDO en el diario cultural HOJAS SUELTAS que dirige. Partícipa en numerosas instituciones culturales. Su narrativa se sustenta principalmente en la novela policíaca con dieciseis títulos del comisario del CNP, Roberto H.C. como protagonistal. Mantiene su creatividad literaria con relatos, artículos y reseñas en algunas revistas digitales culturales. Redactor del diario cultural Hojas Sueltas.

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