Reflexiones sobre una taza
El aroma del café recorre la distancia que separa la cocina del estudio. Lo cierto es, que no lo es, solo es un rincón con una mesa, modelo caballete simple, de madera, que yo mismo diseñe; si se le puede aplicar el verbo. Dos borriquetas en forma de uve invertida soportan un tablero de nogal; menudo insulto del dibujo al árbol; en el que se aposenta un monitor al que hacen guardia sendos altavoces a cada lado, quietos, sin pestañear como soldados obligados a permanecer inmóviles; y un calendario. Los primeros para deleitarme con las notas preciosistas de mis amados músicos románticos: Beethoven, Schubert, Chopin, Schumann, Richard Strauss, Rimski-Kórsakov y Béla Bartók, entre otros. Te preguntarás ¿Por qué románticos? También lo soy, aunque desde luego carezco del don de mezclar corcheas o semicorcheas, junto a sus hermanas, primas y demás notas que completan las grandes o minúsculas obras. El segundo me anuncia el tiempo pasado y el que resta por recorrer, ¿plácidamente?
¡Ah! Sí, me diluyo y disperso. Debe ser la edad, me pierdo es descripciones que poco o nada se acercan a mi reflexión principal. ¡Cuanto lo siento! Os pido disculpas. Ya recuerdo.
El aroma del café que disfruto desde hace más de treinta años me golpea sin compasión. Me anuncia debo retirarlo del fuego, volcarlo sobre mi taza. Bien digo Mi Taza. Forma parte de una promesa. Se la hice a ella, a Susana. Cuando me la obsequió junto a otros objetos hace dieciséis años, me lo pidió: No dejes que sean otros labios los que acaricien esta taza, sólo los tuyos, nadie más. Debes prometérmelo. Lo hice. Llevamos juntos todo ese tiempo, sigue lozana, segura, sin golpes ni rozaduras. Luminosa como el primer día que la descubrí de su envoltura, quizás envidiosa por asimilar el brillo y alegría de los ojos de mi querida Susana.
La cuido y guardo con mucho cariño, que aún retengo para ofrecérselo a Ella cuando nos reunamos en el ignoto mundo donde se encuentra. A veces, mejor diría con demasiada frecuencia; me pronunciaré debidamente; diariamente la taza tiene el valor de recordarme a Susana. Cada día al verter el café, añadir un poco de leche y hurtarlos el azúcar, el dolor de su ausencia se apodera y aposenta en mi espíritu, sin pudor ni complacencia alguna. Y solo en momentos de especial sensibilidad, se confunde la tristeza y ayuda a que unas lágrimas resbalen por las mejillas. Seguramente el café está demasiado caliente, me digo, pero no, no lo está, es añoranza mezclada con una intensa melancolía y la nostalgia de no permanecer como ella, en espíritu, y estar vivo padeciendo su ausencia desde hace quince años.
Únicamente la uso para tomar café, nada más, me opongo a otros menesteres. Dedico el suficiente cuidado, guardado por el temor a que pueda romperse, a que ella compruebe que no puse el necesario al retirarla hasta la mañana siguiente. En ocasiones creo escuchar su voz dándome los buenos días, al sustraerla del estante donde aguarda para cumplir con el desayuno diario. Quiero creer que es Susana. Que vela por mi taza, por nuestra taza. Seguro que ella como yo, piensa que cuando se rompa será el momento en que me disponga a cruzar a la otra orilla e inicie el camino para volvernos a encontrar. Quizás ella se oponga desde allí a salir a mi encuentro. Es la única razón que adivino para que Mi Taza se mantenga como el primer día.
Susana, si pudieras leerme: Sigo echándote de menos amada mia.
© Anxo do Rego. Abril 2023. Todos los derechos reservados