Subí la cuesta del Chapiz. En mi cabeza flotaban recuerdos aún recientes. Sin hacer caso de la batuta que, con mano invisible, definía las imágenes en una secuencia lógica, continué caminando. Al girar a la izquierda mis pies avanzaron y no tardó en aparecer el Mirador de Morayma. Había llegado temprano, faltaba una hora para la reunión. En los jardines quedaban pocas mesas ocupadas por los comensales que charlaban animados.
Me adentré en el Carmen. Antiguas evocaciones me vinieron a la memoria consiguiendo ordenarse dentro de mi espacio mental. Y al fondo, la Alhambra, imponente y majestuosa. El agua que sale de las fuentes del Carmen refresca la fronda avivando su exuberancia. El ulular de un pájaro pretende desvelar el sueño del palacio Nazarí, pero no puede. Ni tampoco el mío.
Prosigo mi paseo perfilando rincones que me ayuden a rememorar esta tarde de encuentros. Qué pequeños surgen los palacios cuando los capto en una imagen, y qué grandiosos se muestran cuando los contemplo frente a mí. Parecen querer saludarme con una sonrisa muda y un despertar de media tarde.
Ana Burgos. Diciembre 2022.