Revolución en el jardín

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REVOLUCIÓN EN EL JARDÍN

de Jorge Ibargüengoitia

Por Jaime Molina


Antes de descubrir este maravilloso libro de crónicas, ya me había leído un par de excelentes novelas de Jorge Ibargüengoitia, un autor por desgracia poco conocido en España y cuyos libros son bastantes difíciles de encontrar. Pero que no cunda el desánimo: tengan paciencia, busquen sus libros y descúbranlos, y seguro que se sentirán gratificados. Si de algo sirve esta breve reseña que sea para animar a leer a este grande de las letras mexicanas: hay que leer a Ibargüengoitia. En sus novelas ya se puede adivinar una sutil ironía en el estilo de este magnífico escritor mexicano. Por lo que respecta a Revolución en el jardín, Ibargüengoitia despliega todo su arsenal irónico con un humor que en ocasiones llega a rozar lo descacharrante.

El libro que nos ocupa, una cuidadísima edición de Reino de redonda, magníficamente prologada por Juan Villoro (dicho sea de paso, otro valor desconocido en España de la literatura mexicana), compuesto por una serie de artículos que en su momento fueron publicados en diversas revistas y periódicos y que, a su vez, están extraídos de diversas antologías. Aunque Jorge Ibargüengoitia comenzó a ejercer su carrera literaria como dramaturgo, fue su primera novela, titulada Relámpagos de agosto, la que le lanzó al mundo de la narrativa. Dicha novela fue galardonada con el Premio Casa de las Américas, en 1964 y, precisamente en la crónica que da título al libro, Revolución en el jardín, el autor relata sus peripecias en Cuba, cuando viaja hasta allí para recoger el susodicho premio. Es la crónica más larga de las que componen el libro y una de las más hilarantes en las que el narrador nos muestra una Cuba con la revolución castrista recién estrenada, por así decirlo, y en la que todo parece estar bastante desorganizado. Sin pretender ser una crítica política, el relato resulta bastante demoledor. Lo extraordinario es que pese a todas las vicisitudes por las que tiene que pasar Ibargüengoitia como escritor premiado e invitado del gobierno cubano, no hay ni una sola palabra insultante ni crítica hacia el castrismo, todo un ejercicio de diplomacia literaria, sin duda, y repleto de un humor inigualable.

El resto de los relatos o crónicas que componen el libro se centran en la mirada atenta y observadora que el autor hace de su entorno, pero no estoy hablando sólo de unas crónicas periodísticas al uso, sino de crónicas de los sucesos más cotidianos que uno pueda imaginarse. Ibargüengoitia nos puede hablar de su familia, de reuniones con amigos, de su relación con los vecinos o con la asistenta del hogar y el prodigio literario consiste en que, de sucesos meramente banales, el autor es capaz de afilar su pluma hasta convertirlos en auténticas comedias de situación. Sorprende, además, que en todo el conjunto del libro, de esta serie de crónicas que proceden de muy diversas publicaciones, no haya un solo momento que podamos considerar aburrido ni repetitivo. Todos los relatos son diferentes, y están escritos con inteligencia, sin incurrir nunca en el insulto o la descalificación, con una mirada atenta y precisa, capaz de descubrir detalles que a cualquier otro le pasarían desapercibidos, una prosa afilada y por momentos sarcástica pero, al mismo tiempo, sensible y con el estilo que también caracteriza a su narrativa: con un lenguaje sencillo, limpio y claro que lo convierte, a mi modo de ver, en un escritor imprescindible.

Con este libro su autor es capaz de hacer lo que muy pocos han conseguido: convertir una crónica, una simple anécdota, en un relato, y cada relato es una pequeña joya literaria. Es como si Ibargëngoitia hubiese descubierto o redescubierto un género nuevo, un híbrido entre el periodismo y el relato, con todas las virtudes de uno y de otro. Y entre esas virtudes destaco sobre todas el humor, tan necesario y tan injustamente desdeñado, sobre todo en el ámbito literario, y que le permite decir verdades y criticar asuntos muy serios sin necesidad de ser irascible. He aquí una muestra de ese humor en este magnífico comienzo de una de sus crónicas, titulada ¿Con quién hablo?:

Leí en el papel las letras mayúsculas escritas a mano:

«MVORTSGHORO
XANACVWRJIP
FUCADSG… », etcétera.

Gilberto Sullivan me miraba con impaciencia.

–¿Entiendes lo que dice? –preguntó.

–¿Mvortsghoro o fucadsg?

Me quitó el papel y señaló las letras que estaban al final del primer renglón y al principio del segundo.

–Aquí dice “Roxana”.

Era la transcripción parcial de los resultados de la primera sesión de espiritismo, a la cual no asistí…

El propio Ibargüengoitia define lo que para él significa el humor en unos de estos relatos, concretamente en el que se titula Humorista: Agítese antes de usarse, donde se define el autor declara lo siguiente:

Hay quien afirma, y yo estoy de acuerdo, que el sentido del humor es una concha, una defensa que nos permite percibir ciertas cosas horribles que no podemos remediar, sin necesidad de deformarlas ni de morirnos de rabia impotente.
Esta característica del humor como sedante es la ruina del autor como aguijón. Por esto creo que, si no voy a conmover a las masas ni a obrar maravillas, me conviene bajar un escalón y pensar que si no voy a cambiar el mundo, cuando menos puedo demostrar que no todo aquí es drama.

No estoy seguro de si Ibargüengoitia se encontraba en lo cierto cuando habla de bajar un escalón. En su caso, en mi opinión, lo estaba subiendo.

© Jaime Molina. Marzo 2023. (Cicutadry).Todos los derechos reservados 

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