Desde que aprendemos las primeras letras, el mundo que nos rodea se convierte en un universo de frases, palabras e ideas: informaciones, crónicas, resúmenes, críticas… y, con suerte, alguna buena noticia.
Hay palabras que nos suenan especialmente bien. Basta recordar cuando balbuceamos por primera vez “mamá” o “papá”. Quizá no logremos rememorar la alegría que provocaron en nuestros progenitores, pero esas palabras nos llevan inevitablemente a la infancia, a la juventud, al descubrimiento de las primeras emociones y a ese primer amor que creímos eterno.
También nos visitan recuerdos de discusiones con familiares o amigos que, con el paso del tiempo, se transforman en un “lo siento” o un “perdona”. Nos enamoramos, y el lenguaje se vuelve más dulce. Trabajamos, soñamos, confiamos… en definitiva, vivimos envueltos en palabras que, pese a los momentos de tristeza, nos reconcilian con la esperanza. Y si tenemos suerte, compartimos el camino con personas queridas que nos protegen y nos inspiran a pronunciar —o a escribir— palabras de gratitud.
La vida, así entendida, se convierte en un peregrinaje emocional, donde las palabras y las frases que nos acompañan dibujan nuestra historia.
Y, como cada año, llegan las festividades. Se anuncian como una oportunidad, como si fuera necesario recordarnos que debemos amar y desear felicidad a quienes nos rodean. Resulta paradójico: cada uno conoce bien sus sentimientos, sin necesidad de obligaciones ni pronunciamientos públicos. Pero incluso lo evidente necesita a veces ser dicho, como si se tratara de una frase lapidaria: Es Navidad. Es necesario, es casi obligatorio, desear felicidad al mundo entero.
Por si algún Gran Hermano nos juzga por no cumplir con esta costumbre, desde Hojas Sueltas, rodeados de letras, frases y recomendaciones literarias, en nombre de todo el equipo de redactores y colaboradores, os enviamos nuestro más cálido y sincero deseo de felicidad en estas fiestas navideñas.
Anxo do Rego
-Director-



