La página en blanco no es un mito

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A PIE DE PÁGINA – El arte de escribir

La página en blanco no es un mito: comenzar, fracasar, insistir

Hay quienes afirman que lo más difícil de escribir es comenzar. Que la página en blanco no es una exageración romántica, sino una presencia real y, a menudo, intimidante. Y tienen razón. No se trata de una superficie inocente, sino de un umbral desafiante. Un espacio que no ofrece nada, que exige todo. La página vacía es una frontera: lo que está antes de ella es pensamiento, intuición o deseo; lo que está después, si hay suerte, será forma. Lejos de ser un recurso retórico, ese momento inicial es quizá el más arduo. El escritor se enfrenta no solo a lo que no ha dicho, sino a la posibilidad de no saber cómo decirlo. ¿Por dónde empezar? ¿Qué tono adoptar? ¿Desde qué lugar hablar? A menudo, la dificultad no está en la falta de ideas, sino en la indecisión formal. La escritura, como la vida consciente, empieza en una elección.

I. Comenzar

Empezar a escribir no es simplemente poner la primera palabra. Es asumir una postura estética, ética incluso. Significa decidir un ritmo, una voz, una distancia. Como señaló el novelista español Juan Benet —más en entrevistas y ensayos que en su ficción directamente—, la novela no empieza donde comienza la historia, sino donde empieza el lenguaje del autor. En otras palabras: lo importante no es tanto lo que se cuenta como cómo se cuenta. Y ese “cómo” no es automático. No surge por inspiración ni se impone desde fuera. Se construye con lecturas, tanteos, borradores y una cierta disposición de escucha. La voz del escritor se afina escribiendo, y no antes. En ese sentido, comenzar no es un acto de claridad, sino un gesto de búsqueda.

Frente al vacío, cada escritor desarrolla sus propias estrategias. Algunos —como Azorín, en sus ensayos— recomendaban escribir todos los días, sin importar el resultado. Defendía la escritura como una labor cotidiana, casi artesana, que requiere constancia más que exaltación. El hábito, decía, disciplina el lenguaje. Otros, como Enrique Vila-Matas, han hecho de la imposibilidad de escribir un tema central. En Bartleby y compañía, el narrador investiga el fenómeno de los escritores que han renunciado a escribir. El “no escribir” se convierte, paradójicamente, en un gesto literario. Escribir sobre el silencio, sobre el deseo bloqueado, también es una forma de empezar. Y hay quienes, como Marguerite Duras en Escribir, entienden que el acto mismo de escribir nace del vacío. “Escribir —afirma— es también no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido”. Su concepción de la escritura está vinculada a una necesidad interior que se expresa más allá de la lógica. Comenzar sería, entonces, entregarse a ese impulso sin saber adónde conduce. El miedo al comienzo no se vence, se atraviesa. A veces una imagen, una palabra o una cadencia sirven como anzuelo. Otras veces, solo el acto mecánico de escribir rompe la resistencia. No hay recetas infalibles, pero sí una certeza: el texto empieza a existir cuando dejamos de esperar que lo haga por sí solo.

II. Fracasar

Pero incluso cuando se empieza, no hay garantías. Lo más probable es que lo que surja esté lejos de lo que se deseaba. Escribir es fracasar: fracasar al intentar dar forma a una emoción, a un pensamiento, a un recuerdo. Fracasar cada vez que la frase no suena, que la imagen no convence, que el texto no fluye. Este fracaso no es anecdótico, sino estructural. Está en la base del oficio. Como escribió Maurice Blanchot en El espacio literario, “escribir es adentrarse en el espacio de la ausencia de obra”. Es decir, trabajar con la conciencia de que lo que se persigue —la obra ideal, definitiva, exacta— siempre se escapa. El escritor convive con lo inacabado, con lo que no ha sabido decir. Esta conciencia del fracaso no paraliza necesariamente. Puede ser, de hecho, un motor. Javier Marías lo asumía con serenidad. En entrevistas y en ensayos como los de Literatura y fantasma, confesaba que corregía sus novelas hasta el agotamiento: las imprimía, las leía en voz alta, volvía a reescribir. Era una forma de acercarse, no de alcanzar. Sabía que el texto perfecto no existe, pero no por ello dejaba de buscarlo.

Flaubert, más radical, llegaba a obsesionarse con el mot juste, la palabra exacta. En sus cartas a Louise Colet detalla cómo podía pasar días puliendo un párrafo. No se conformaba con lo que suena bien: quería que lo escrito fuera verdadero. Esa exigencia —a menudo extenuante— revela que el fracaso, cuando es productivo, no inmoviliza: afina. El fracaso en la escritura tiene muchas formas: la banalidad, el tópico, la frase innecesaria. Pero también puede ser fértil. Un texto que no funciona puede contener una intuición valiosa. Lo importante es saber leer el error, convertirlo en material de trabajo. La escritura no es una línea recta: es más bien un rodeo.

III. Insistir

Y entonces, ¿por qué insistir? Porque no escribir, para quien necesita hacerlo, es aún peor. Porque la escritura no es solo una elección estética: es una forma de estar en el mundo. Insistir no es perseverar por orgullo o por vanidad, sino por necesidad. Escribir es una forma de pensar, de recordar, de ordenar. A veces, incluso, de sobrevivir. Rosa Montero, en La loca de la casa, habla del miedo como un componente inevitable en la escritura. Miedo al fracaso, a la irrelevancia, a no estar a la altura. Pero también defiende que ese miedo es parte del proceso. No se trata de eliminarlo, sino de aprender a escribir con él. El miedo es señal de que algo importa. Insistir es seguir escribiendo incluso cuando no se sabe a dónde va el texto. Es confiar en que el sentido aparecerá en el camino. Es, en cierto modo, asumir que escribir no siempre nace de tener algo que decir, sino del acto mismo de decir. La frase de Duras resuena de nuevo: aullar sin ruido. También se insiste leyendo. Porque la lectura alimenta la escritura. No por imitación, sino por diálogo. Carmen Martín Gaite, en sus ensayos Desde la ventana y Cuéntame, reivindicaba la mirada atenta, la escucha de las voces ajenas, la importancia del relato cotidiano. Leer y observar son formas previas de escribir.

Y se insiste, por último, aceptando el tiempo. La escritura necesita pausa, maduración. Muchos textos mejoran al ser dejados en reposo. Otros se salvan tras una relectura tardía. El ritmo de la escritura no siempre coincide con el ritmo exterior. Por eso hay que resistir la urgencia, y confiar en el proceso. Insistir no es garantía de éxito. Pero sin insistencia, no hay escritura. Cada intento fallido, cada frase corregida, cada párrafo desechado forma parte del camino. La literatura no se hace solo con inspiración: se hace con paciencia, con cansancio, con duda.

Autores, obras y citas

Este artículo ha recorrido ideas y reflexiones de autores que han hecho del proceso de escritura un tema literario en sí mismo. Se resumen a continuación las referencias utilizadas:

Referencias

  1. Juan Benet

    • Volverás a Región (1967).

    • Su idea de que “una novela empieza donde empieza el lenguaje del autor” es atribuida a sus ensayos y entrevistas, y resume su estética de la forma como origen.

  2. Azorín

    • La voluntad (1902), Al margen de los clásicos (1915).

    • Defensor de la rutina y el ejercicio diario como método de escritura.

  3. Enrique Vila-Matas

    • Bartleby y compañía (2000).

    • Sobre escritores que han optado por el silencio, haciendo del “no escribir” una forma literaria.

  4. Marguerite Duras

    • Escribir (1993).

    Escribir es también no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido”.

  5. Javier Marías

    • Ensayos reunidos en Literatura y fantasma (1994) y diversas entrevistas.

    • Corrección obsesiva como método.

  6. Gustave Flaubert

    • Correspondencia (Cartas a Louise Colet, 1850–1855).

    • El concepto del mot juste, la exigencia formal.

  7. Maurice Blanchot

    • El espacio literario (1955).

    Escribir es adentrarse en el espacio de la ausencia de obra”.

  8. Rosa Montero

    • La loca de la casa (2003).

    • Miedo y deseo como motores de la escritura.

  9. Carmen Martín Gaite

    • Desde la ventana (1987), Cuéntame (1983).

    • La observación y el relato como fundamentos del texto.

  10. Clara Obligado

    • Una casa lejos de casa (2018), La muerte juega a los dados (2015).

    • El exilio, la identidad y la escritura como territorio reconstruido.

La página en blanco no es un mito. Es una realidad concreta, un espacio que interroga. Pero también es una oportunidad. Empezar, fracasar, insistir: esas son las fases —no necesariamente lineales— de la escritura. Y en cada una de ellas hay una forma de creación.

No se trata de vencer la página en blanco, sino de escribir con ella. Con su amenaza, su promesa, su silencio. Kafka escribió que “un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”. La página en blanco es ese mar. Y cada palabra, cada intento, cada regreso, es ya un golpe.

Sígue esta serie de articulos en el apartdo EL ARTE DE ESCRIBIR. Te ayudarán, si cabe, a escribir un poco mejor.

REDACCIÓN – Equipo Punto y Seguido 

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