HAY QUE DIVERTIRSE
Por JUAN MADRID
Salvador y Antonio estaban bebiéndose unos cubatas y pasando el tiempo en una mesa del fondo de la discoteca nueva, La Boca del Infierno, que acababan de inaugurar en el barrio. Un lugar al que nunca hubieran ido, si no fuera porque se encontraba a dos pasos de sus casas, y además de que los dos iban de Rodríguez. Les habían dicho que ese era un sitio bastante bueno para encontrar mujeres.
Los dos se conocían de la agencia de transportes Mudanzas Cepeda. Salvador era conductor y Antonio, cargador de muebles.
—¿Has visto a esa chavala, la de la minifalda de lunares? —le preguntó Antonio.
Salvador levantó la cabeza del cubata.
—¿Quién?
—Esa, la de la faldita. Puede tener la edad de tu niña, tío. La muy puta. ¿Te has fijado cómo abre y cierra las piernas?
Estaba en las mesas de delante con aire distraído, girando en uno de esos taburetes. La verdad es que podía ser su hija, la Mariloli, parecía igualita a ella. ¿Y qué? ¿Quién puede adivinar la edad de una mujer? De todas maneras, la Mariloli estaba en Perales de Tajuña con la familia y además no podría hacer esas cosas.
—Se lo acabo de ver, —insistió Antonio— Se lo he visto, joder. No lleva bragas.
Salvador suspiró y bebió del cubata. Allí se estaba fresquito, pero era un coñazo tanto ruido. Y encima, el Antonio que no paraba de hablar de todo lo que veía o se figuraba. Ya le había dicho dos o tres veces que él se lo montaba en el curro, mientras hablaba con las señoras que se mudaban. Un poquito de palique, un par de roces y nada, a quilar. Se lo hacían en los cuartos de baño, estaba chupado.
Antonio le dio una palmada en la espalda y lo sobresaltó.
—¿Qué te pasa, tío, estás mustio o qué?
—Lo que estoy es cansado, Antonio. Me parece que me las voy a pirar a mi casa.
—Pero ¿es que no te has fijado, tío? La tía no hace más que mirarnos y abrirse de piernas. ¿Te vas a ir ahora?
—Sí, me las voy a pirar. Me abro para mi casa.
—Vale, tío, pero yo me quedo. Esta noche, mojo, por mi madre que mojo.
Salvador lo vio dirigirse a la chavala de la minifalda, decirle un par de tonterías antes de entrar en los retretes. Luego se dirigió al mostrador y pagó lo suyo. La chica se acercó. Era igualita que su Mariloli, salvo por esos increíbles ojos azules.
—¿Te vienes conmigo, guapetón?
—No.
—¿Por qué no?
—Eres una cría. No me gustan las crías. Es mejor que te vayas a tu casa.
—Te la mamo por treinta euros, ¿te vale?
—Te he dicho que no, joder.
—Venga, te lo hago por veinte, venga, nos vamos al retrete, tío, no seas muermo. Te pareces a mi padre, en serio. Siempre tiene esa cara de mala follá que tú tienes. ¿Cómo te llamas?
Antonio llegó y le pinzó la cara a la niña.
—¡Qué buena estás, madre mía!, pero ¡qué buena! ¿Qué le has dicho aquí a mi amiguete? ¿No dices nada? Mira, chata, cincuenta euritos y te vienes con los dos al retrete. ¿Te vale?
Entonces Salvador, sin previo aviso, sacó la navaja y se fue para el Antonio, que empezó a gritar.
Más tarde, parece que la chica le dijo a la policía no sé qué de una discusión entre amigos o algo por el estilo. Ella estaba allí para pasarlo bien. Hay que divertirse.
© Juan Madrid. Junio 2023. Todos los derechos reservados.