Carta a un amigo

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Carta a un amigo


Soy Andrés un amigo de Alejandro, aunque le llamamos Sasha.

Hace unos días recibí una carta suya y tras leerla, he decidido dar cuenta de las circunstancias que la rodean.

Sasha era un buen hombre y con esta definición, tal vez el resto de su personalidad y forma de ser para con los demás. No será necesario exponerlo aquí, quedará para mi recuerdo omitiéndolos, pero si narraré algunos de sus comentarios por la amistad que nos unía.

Sasha tenía sensaciones y deseos ocultos a los que abrazaba cada día convirtiéndolos en una fijación peligrosa. Los soñaba cada vez que ella irrumpía en su sosegada vida de manera grosera e imperativa, con odioso y persistente calado que abonaba una razón oculta al resquebrajar la esencia de su deseado cariño, ahora transformado en algo que se acercaba mucho al odio. Nunca creyó el significado del dicho: entre el amor y el odio solo hay un pequeño paso. Sin embargo tuvo que aceptarlo, entenderlo y corroborarlo.

Poco a poco, día a día, fue separándose de ella, de manera mental ya que físicamente no podía, se lo impedía la generosa actitud adoptada para aceptar a los demás miembros de su familia y vivir en armonía. La mayoría de las vivencias, sus gestos y mínimas frases afectivas solo eran burdas estafas sentimentales. Una costosa y abrumadora forma de convertirle en un ser dedicado por entero a darla satisfacción, a cumplir sus inicuas decisiones. Más le habría valido quedarse en su tierra y no pisar la que ahora se veía obligado a vivir.

Las constantes humillaciones que soportó desde el primer día en que inició su convivencia, ella las cubría con un asqueroso manto, ahora reconocible, la consabida reconciliación. Tras lamentables discusiones y alguna petición de disculpa, recaía una y otra vez en la misma y repetitiva espiral y, vuelta a empezar.

La salud de Sasha después de cinco años, se había deteriorado hasta el punto que emergió en él un único deseo, desaparecer de este mundo. Llegó a un convencimiento, creer que había vivido suficiente. Antes de iniciar ese viaje sin retorno al ignoto mundo del suicida, decidió recuperar el tiempo perdido, volver a ser un hombre alegre y jovial.

No lo pensó mucho tiempo. Un buen día salió de aquella casa, que no hogar, y no regresó jamás. Esa decisiva mañana se levantó, tomó su café diario, como el que ella adoptó por costumbre dada su calidad, recogió algunos documentos privados y unas cuantas mudas, los metió en una maleta mediana, junto a unos libros, tres fotografías, y se marchó. Tres mujeres aparecían en tales instantáneas, las que siempre dijo le dejaron huella indeleble y más amó en su vida. Su madre, una gran amiga, ambas fallecidas y la de una tercera que aún le costaba olvidar, a la que nunca dejó de amar y le habría gustado ver antes de regresar o perderse en la oscuridad y el olvido absoluto, según recalcó.

Anduvo recogiendo información, luego acoplándose a su nueva y efímera vida. No contactó con antiguas amistades, se limitó a sobrevivir. Cada mañana la misma y repetitiva rutina. Desayunar, pasear, comprar la prensa, regresar a su nuevo domicilio, almorzar y enfrentarse al silencio y la lectura de sus últimas adquisiciones literarias.

Exactamente un 24 de febrero por la tarde se dispuso a leer el periódico. En la página de sucesos aparecía una luctuosa noticia que llamó poderosamente su atención.

Ayer día 23 la muerte de una mujer, auxiliar de clínica en una residencia para ancianos, ha sorprendido a propios y extraños, fundamentalmente por la horrorosa manera de morir. Según algunos de los presentes citados por el Juez que instruye las oportunas diligencias, la mujer comenzó su trabajo como cada día, a su hora —siempre era muy puntual—señaló una de las ancianas a las que atendía. Añadió seguidamente, —comenzó a vomitar sangre e ir numerosas veces al servicio—, según comentó, tenía diarrea —algo debió sentarme mal— le había dicho en repetidas ocasiones.

Al parecer y según otros testigos, la auxiliar acudió al doctor para que le recetara algo con que aliviar los vómitos y diarrea. Sin embargo, al cabo de tres horas, no volvió a su puesto, la buscaron hasta encontrarla muerta en el servicio, junto a vómitos y heces ensangrentados.

Tras presentarse la policía y acordonar el lugar, dieron cuenta al Juzgado de Guardia que inició las oportunas diligencias. El cadáver se encuentra en el Instituto de Medicina Legal de la ciudad a la espera de practicar la autopsia.

Dada la extraña causa de la muerte, aún no aclarada por desconocida, este periódico les mantendrá informados ampliamente, tan pronto el Juez levante el secreto del sumario que ha dictado.

Al terminar de leer la noticia Sasha miró el reloj, se levantó del sofá y acercándose a un viejo aparador, abrió la puerta derecha, extrajo una botella de güisqui Cardhu, escanció una espléndida dosis, levantó el vaso y lo bebió en silencio.

La primigenia noticia del óbito de aquella mujer fue seguida durante más de una semana. Declaraciones de compañeros y familiares, aparecieron en el apartado periodístico. Los reporteros preguntaban a los testigos y estos repetían lo que ya dijeron al Juez.

El hijo de la finada y su esposa, también fueron interrogados.

—Claro, me han preguntado que si tenía algún enemigo.

—¿Y eso?

—Al parecer no ha sido una muerte natural, según el primer informe forense ve indicios de que mi madre pudo ser envenenada.

—¿Qué la han envenenado? ¿Dónde? ¿En la residencia? ¿En su casa?

—No lo sé, me limito a decir lo que me han comunicado.

—Anda cariño, volvamos a casa, la abuela lleva muchas horas sola, debo preparar su almuerzo.

—Claro, volvamos a casa.

Poco antes, ante el Juez.

—No, que yo sepa no tiene ningún enemigo conocido. Tampoco si ha podido verse con alguien. Llevaba tiempo sola. No lo sé señor juez, no vivimos con ella, pero cuidaba mucho sus alimentos, aunque últimamente padecía del estómago. Es, quiero decir era, muy rigurosa en sus costumbres, se levantaba para ir trabajar, regresaba para almorzar con mi abuela y después se quedaba en casa hasta la hora de dar un paseo con ella. Que yo sepa no. No, tampoco la molestaban por teléfono. ¿Que si sospecho de alguien? Pero si apenas sabemos la razón de su muerte. Cuando tengan el informe final, por favor dígannos de qué murió.

Quince días después el informe inconcluso señalaba, según la prensa, que la occisa sufrió envenenamiento, al parecer por ingerir ricina por encima de DL50. Sin embargo la policía, que mantiene abierta la investigación, no ha encontrado aún la manera en que pudo acceder directa o indirectamente a dicha toxina. Continúan las pesquisas y hasta hoy, carecen de sospechoso alguno. Según nos ha comunicado el hijo de la finada, ha tenido que trasladar a la abuela a su domicilio, ya que la vivienda de su madre ha sido precintada y continua siendo procesada por la policía científica.

Como decía, recibí la carta de mi amigo. Al acabar de leerla y después de reflexionar profunda, aunque pausada y detenidamente, sigo dubitativo sobre qué debo hacer con su contenido. Dice así.

 

Querido amigo Andrés. Antes de relatarte una serie de hechos, deseo pedirte perdón. Seguro que me lo concederás, nos tenemos cariño. Lo hago por dos razones, una por violar tu confianza, la otra creo que no te agradará, por decidir acabar con mi vida. Ya no tengo deseo ni ganas de seguir viviendo.

Conoces todo lo bueno, malo y regular que hubo en mi vida. Nada pues tengo que añadir. Desde que abandoné a la innombrable, evitando con ello cometer un desatino; y en un absurdo intento de reconciliarme con el pasado, no solo el inmediato, también retrotraerme a los días en que fui verdaderamente feliz, cuando gozaba del tiempo, la amistad y el amor de mi vida, no con ella desde luego; solo he deambulado sin rumbo ni acierto. Senté mis cuarteles en Badajoz y me dispuse a enfrentarme al presente leyendo y dispensando mis conocimientos a cuantos quisieran asumirlos. Un día creí había llegado el momento de intentar regresar al lado de mi querida Amalia, aunque solo fuera por un momento. Fue imposible, no logré dar con su dirección, ahora ni siquiera sé dónde vive. Me habría gustado estar unas horas escuchando su especial tono de voz, recorrer con la mirada los rizos de sus cabellos, si aún los conserva, tropezar con la mirada de sus maravillosos ojos marrones, comprobar si mantiene en su mano el anillo que un día la obsequié para una finalidad que lamentablemente no obtuve. Me arrepentí toda la vida, tú lo sabes bien.

Después de este fracaso, tal vez obligado y sufrido como castigo por el abandono mental a que la sometí durante los dos primeros años, por la convivencia habida con la innombrable, producto de su odio y regado con sus humillaciones, he regresado al presente para cerciorarme del absurdo y vacío futuro que me espera. Por ello y pese a que siempre comentamos el profundo error que significa acabar con la propia vida, he decido suicidarme. Lo haré de la única forma que puedo, dada mi cobardía, abandonaré la medicación que sustenta mi corazón. Así no sabré cuando aparecerá la Parca para cubrirme con su negro manto.

Mi querido amigo, que esta expresión de cariño no anule el que siempre me tuviste, fruto del mío por ti. Superaste con creces la definición de amistad, la convertiste en algo similar a hermandad pura. Gracias por haber estado a mi lado. Hasta siempre.

Dado en Badajoz a, la fecha no importa, pues no sé cuándo sucederá.

Tuyo Sasha.

PD: Se me olvidó incluirte una última petición. Tu ecuanimidad y responsabilidad sabrá qué hacer con lo que sigue.

En numerosas ocasiones te comenté que la innombrable se acostumbró al café Huehue, que compraba y mandaba traer desde las tierras altas de en Huehuetanango en Guatemala. A mi última petición de envío no pude esperar y ella siguió disfrutando de uno de los mayores placeres del paladar a los que la acostumbré. Me puse en contacto con mi proveedor y supe que ella continuó haciéndoles pedidos, aunque de menos cantidad. Me comentaron que les extrañó recibir sus peticiones desde mi antiguo domicilio al tiempo que las mías desde el que ahora ocupaba.

Dialogué telefónicamente con el comercial que me atendía y obtuve su beneplácito para dar cumplida satisfacción a la petición que hice, la de incluir unas bayas, que prometí enviarle, junto a los granos de café en uno de los pedidos que ella realizase. Creo que cumplieron y conseguí el efecto esperado.

Lo siento amigo, quiero creer que el paso del tiempo ha cercenado y convertido en crueldad algo que permanecía dormido en mí.

¡Ah! olvidaba decir que las bayas eran de ricino, similares a las del café. 

 

© Víctor Hervás Sánchez. Abril 2023 Todos los derechos reservados.

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