MAGREDO Y LOS CALDOS DE LUJO
Toca comida con la inspectora Murillo y el subinspector Urkidi para celebrar que el comisario se coge vacaciones hasta la última semana de agosto, y Magredo ha decido invitarles a un conocido restaurante de lo viejo ubicado en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la antigua casa de postas que todavía hoy mantiene el viejo portalón por donde entraban las carretas de los viajeros de paso hacia la frontera con Francia y viceversa. El restaurante también es conocido por la bodega en la que exhibe al público su amplia colección de botellas de vino, buena parte de las cuales tras una vitrina donde se detalla tanto la procedencia como la bodega a la que pertenecen y todos los detalles de rigor de cada una de ellas. Magredo y sus subordinados se deleitan observando los detalles de cada botella, la mayoría de ellas pertenecientes a la denominación de Rioja, y ya más en concreto, y como es de rigor dada la cercanía, aquellas de la subzona de Rioja Alavesa.
—¡Qué barbaridad! ¿Cómo se puede pagar ciento y pico euros por una botella de vino! –comenta escandalizada la inspectora Murillo ante una botella de Reserva Granja de Mazuri 1982, finca Atxalde, de la localidad alavesa de Labastida.
—¿Te parece caro un reserva de una de las bodegas de mayor solera y prestigio de toda la denominación? Fíjate tanto en la fecha como en el detalle de que se trata de un vino de Pago, es decir, hecho en exclusiva con las uvas procedentes de la finca que viene en la etiqueta.
—Sigo pensando que una botella de vino no debería valer tanto.
—Dirás mejor que nosotros no nos lo podemos permitir con el sueldo que ganamos –apostilla el subinspector Urkidi.
—Es que yo no lo pagaría ni aunque fuera millonaria —insiste Murillo.
—Eso lo dices porque no eres una amante del vino —responde Urkidi.
—No me extrañaría nada que todos esos precios estuvieran tan inflados como las obras de arte contemporáneas; pura especulación para lavar dinero negro –afirma tajante la inspectora.
—¡Joder, Murillo! Que no estamos de servicio, descansa un poco, mujer —bromea el subinspector Urkidi al tiempo que busca la complicidad en el rostro del comisario.
—Pues no te diría que no –interviene Magredo-. De hecho, esa fue la misma conclusión a la que llegué yo hace más de treinta años, cuando todavía era inspector y trabajaba en la unidad de robos, y tuve que encargarme de la investigación del robo millonario de la bodega del Hotel Jaun Zuria de Bilbao.
—¿Un robo millonario? —ambos subordinados de Magredo al unísono.
Entonces Magredo refiere a sus subordinados el caso de uno de los robos más mediáticos sucedidos hace la friolera de treinta años, el de 45 botellas de vino almacenadas en la bodega del hotel Jaun Zuria de Bilbao. Los ladrones eran una pareja portuguesa alojada en el hotel aportando un documento falso suizo. Según el atestado la pareja fue invitada por el personal de restaurante del hotel donde acababan de cenar, siguiendo una práctica habitual con los clientes. Posteriormente, según dedujeron los propios empleados, la pareja subió a la habitación y, momentos después, el hombre abandonó la estancia para dirigirse al sótano donde se encontraba la bodega. Una vez allí el falso huésped accedió con una llave maestra, previamente sustraída y sin que conste en el atestado cómo o por qué, saliendo al rato con tres grandes mochilas, una en cada mano y otra a la espalda, en las que portaba cuarenta y cinco botellas de vino, cuyo valor ascendía a 496.500 euros. Solo una de ellas, un Ramírez de Arellano, Gran Reserva año 1819, ejemplar único en el mundo, estaba valorada en 125.000 euros. Para la protección de las botellas se utilizaron varias toallas de la habitación donde estaban hospedados los ladrones. A su vez, la mujer bajó a la recepción para distraer al empleado con la excusa de que le preparara algo de comer a pesar de que la cocina ya estaba cerrada. El robo fue descubierto a la mañana siguiente, constatando que los presuntos autores habían abandonado el hotel sobre las 5.30 de la mañana.
—Salta a la vista que la pareja actuó con gran profesionalidad, especialización y perfecta planificación en el robo —apunta el subinspector Urkidi como si recitara una lección de cuando estaba en la academia de Arkaute.
—Algo así. Lo que sí pudimos comprobar fue que ambos visitaron el restaurante hasta en tres ocasiones antes de perpetrar el robo para hacer un estudio previo del lugar.
—Es evidente que el robo no fue producto de una improvisación a lo largo de la cena. La pareja sabía a por lo que iba.
—Y tanto. Los gerentes del hotel sostuvieron que el robo tuvo que ser por encargo. De las 45 botellas sustraídas 38 eran reservas de Marqués de Cigoitia, el resto cuatro Heredad de Antoñana, dos Sierra de Beronia y, por último, la estrella de la bodega, el Ramírez de Arellano que os he comentado antes, adquirida en una subasta en Christie´s en el año 1969.
—Sin embargo, creo recordar que los sospechosos fueron arrestados junto a la frontera portuguesa con Galicia —apunta el subinspector Urkidi en su empeño de ganar puntos a toda costa y cuando sea delante del comisario.
—Exacto. ¿Y a qué no olvidáis gracias a quién? —pregunta Magredo al tiempo que luce la más amplia de sus sonrisas; si bien no podemos estar seguros que sea por simple vanidad o por el placer de ver cómo la sola exhibición de este vuelve a provocar en el rostro de la comisaria Murillo verdaderas ganas de resoplar.
—Esas dos personas, ciudadanos suizos residentes en Zurich, fueron detenidas junto al entonces todavía en funciones paso fronterizo de Tui-Valença tras un arduo trabajo de nuestros compañeros de la Ertzaintza en colaboración con agentes de Europol e Interpol, la policía fronteriza de Portugal y las agregadurías de Interior de España, Suiza y, por supuesto, también la portuguesa. Meses de investigación y coordinación entre cuerpos de distintos países que al final no llegaron a ningún puerto.
—¿Entonces cómo…? —pregunta Urkidi sin reparar en que la respuesta está ya en la media sonrisa dibujada en el rostro de su compañera.
—Pues porque al inspector Magredo, un chaval en aquella época –bromea el comisario con él mismo- tuvo una corazonada tras percatarse de que el camarero que atendió a la pareja lusa era gallego, de Cambados para ser exactos. Por lo que…
—Por lo que dedujo que si el camarero era gallego y la pareja portuguesa los tres debían estar compinchados a la fuerza –la inspectora Murillo decide terminar la frase del comisario procurando constatar en todo momento su escepticismo, cuando no ya verdadero cansancio, ante lo que aventura otra historieta de Magredo en las que se jacta como de costumbre de su acusado olfato policial.
—No se me pase de lista, inspectora, las cosas siempre son…
—…mucho más sencillas —Murillo vuelve a terminar la frase de su superior.
—Llevábamos medio año de investigación y cada vez que encontrábamos una pista sobre la pareja, por lo general tirando del archivo policial de la Europol para estos casos, e incluso del de los suizos en todo lo relacionado con residentes en su país de origen luso, siempre acabábamos pinchando en hueso. De modo que me dije que ya era hora de…
—…coger el toro por los cuernos —la inspectora Murillo poniendo a prueba la paciencia de su superior.
—Exacto –Magredo se toma su tiempo antes de apartar su mirada de la de su subalterna para continuar con su relato-. De modo que decidí echar mano del Suso, mi soplón en todo lo que tuviera que ver con el tráfico de cocaína desde Galicia al País Vasco. Supongo que ya os imaginaréis con qué motivo.
—…
—Ya veo, ya. Venga, ya sé que no estamos en horas de servicio; pero, un poquito de imaginación, por favor –Magredo se prepara para un largo silencio por parte de sus subordinados-. A ver, ¿qué tipo de clientes creéis que estarían dispuestos a pagar semejante dineral por un lote de botellas de vino robadas?
—Supongo que aquellos acostumbrados a derrochar el dinero en lujos que ostentar delante de otros de su misma calaña.
—Mafiosos rusos y por estilo –se apresura a añadir Urkidi para no quedarse una vez más a la zaga de su compañera.
—Solo que en aquellos años todavía no habían llegado los rusos a Marbella, ni siquiera la Mafia o la Camorra, al menos no del modo que lo harían mucho más tarde. Así que lo más parecido que había entonces en España eran…
—Los narcos gallegos —Murillo ya acostumbrada a terminar las frases de Magredo.
—Muy bien, inspectora, muy bien. De modo que se me ocurrió convencer al Suso, y aquí excuso explicar el cómo, para organizar la venta del vino robado entre sus contactos en el narco y la pareja de ladrones a través del sospechoso.
—¿Qué sospechoso? —pregunta Urkidi.
—El camarero gallego, por supuesto —contesta Magredo.
—¿De modo que el robo fue una sugerencia del camarero del Hotel a una pareja de ladrones profesionales con los que contactaría vaya a saber usted cómo o dónde?
—O a la inversa, inspectora, eso da igual. El caso es que, sin la colaboración del camarero, que fue el que de verdad proporcionó las llaves de la bodega al hombre, no habría sido posible el robo.
—Luego supongo que el Suso acabaría concertando la venta con los narcos y que en el momento de la entrega…
—… aparecimos una legión de agentes de casi todos los cuerpos policiales de la península para echarles el guante nada más atravesar la frontera en dirección a Villagarcía de Arousa –Magredo no puede sentir sino una profunda satisfacción tras ser él quien complete ahora la frase de su subordinada.
—Y todo ello gracias a la fabulosa intuición del inspector Magredo, el cual una vez más apostó su futuro profesional a la única baza, la de su intuición.
—Usted misma lo ha dicho, Murillo. ¿Cómo si no cree que he llegado a…
—…ser el comisario con más casos resueltos de toda la Policía Autónoma Vasca –Murillo disfruta siendo ella quien ponga fin al relato de Magredo.
—Venga, pasemos al comedor que se está haciendo tarde. Y como gracias a vosotros he podido disfrutar recordando aquel caso que tanta importancia tuvo luego para mi carrera profesional, creo que vamos a celebrarlo como no pude hacerlo entonces.
—¿Chuletón de kilo por cabeza? —pregunta Urkidi.
—También. Pero me refería más bien a tomarnos esa botella de Reserva Granja de Mazuri 1982, finca Atxalde.
—¿De verdad va a pagar…? –pregunta Murillo sin que el comisario le dé tiempo a terminar la frase.
—Por supuesto, la ocasión lo merece. ¿O no?
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Berroztegieta, 27/07/2022