La colección de armarios – Anxo do Rego

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La colección de armarios

Marcos León, escuchó una llamada telefónica y con un suspiro repleto de paciencia, comenzó a arrastrar los pies hasta el extremo opuesto de la tienda. A punto estuvo de hacer el viaje en balde. Menos mal que la mayoría de los clientes conocían su cojera. Cuando llamaban, no cortaban la comunicación al cuarto o quinto intento, como hacían muchos otros.

Su edad avanzaba tan deprisa que apenas tenía tiempo de contar los años cumplidos, cuando ya se presentaba el siguiente. A veces, para saber cuántos celebraba, debía echar mano de un ejercicio matemático. Al año en que vivía le restaba el año en que nació y añadía uno. De esa forma respondía a la pregunta ¿Cuántos años tiene, señor León?

Descolgó el aparato negro, sucio y antiguo pero eficaz. Se opuso a que la compañía telefónica se lo sustituyera por otro más moderno, de esos provistos de una serie de avances a los que no quería acostumbrarse.

¿Dígame?

¿Señor León? Soy de la empresa de transportes UCL y quería confirmar si mañana, sobre las once, estará en su tienda Tenemos un envío para entregarle.

Naturalmente. ¿De dónde viene?

De Nuevo Méjico, Estados Unidos.

Ya era hora, hace tiempo que lo esperaba.

Entonces está de suerte.

Gracias, les veré mañana a las once.

Sí señor, allí estaremos mis tres compañeros y yo.

Eso quiere decir que pesa mucho.

La verdad es que si, al menos eso me han dicho.

A las once y cinco de la mañana, sonó el timbre en la tienda de antigüedades. En esta ocasión, se mantuvo a la espera cerca de la puerta con el fin de evitar el largo y lento caminar. La agencia que realizaba la entrega era nueva, las anteriores le pusieron en una especie de lista negra, negándose a entregar cualquier envío que le remitieran del exterior, por muy pequeño que fuera.

Adelante, pasen. Pero tengan cuidado, hay muchos objetos que pueden romperse, si no ponen el suficiente cuidado al llevarlo ¿Es muy grande?

Eso parece.

¿No lo habrán abierto, verdad?

No lo sé, señor, nosotros solo lo entregamos, pero no acostumbramos a hacer algo así. Además, lo que sea, viene dentro de una caja de madera especial para el transporte.

Estupendo, en ese caso, supongo que no habrá ocurrido como en los anteriores.

¿Qué les pasó?

Sufrieron consecuencias por no respetar las notas de atención expuestas.

¿No serían iguales que la que viene en este paquete?

Espero que sí. ¿Qué pone?

No abrir bajo ningún concepto. En caso de rotura, llamar al destinatario al teléfono señalado y seguir las instrucciones marcadas por él.

Estupendo. Me alegro que hayan puesto la nota tal y como la pedí.

¿Puedo saber que ocurrió en las ocasiones anteriores?

Ya se lo he dicho. Sufrieron consecuencias.

Graves, supongo.

Suficientes.

En fin, menos mal que no lo hemos intentado.

Mejor, así podré seguir trabajando con ustedes.

¿Tiene más envíos?

Naturalmente, soy coleccionista de antigüedades. Esta es una de las más valiosas.

Eso pone en el documento de tránsito. «Antigüedad cuidado».

Bueno, tendrán mucho que hacer. Hagan el favor de poner cuidado y seguirme, deben situarlo en una habitación al otro lado de la tienda.

Los cuatro hombres descargaron del camión la caja de madera mediante una plataforma. Una vez en el suelo trasladaron el paquete a un deslizador para desplazarlo sin apenas esfuerzo. A un ademán del responsable, los tres hombres empujaron el paquete por la tienda. Llegaron hasta donde esperaba Marcos León, quien les pidió esperar unos segundos.

Metió la mano en un bolsillo, extrajo un manojo de llaves y tras mirarlas detenidamente, situó una de ellas frente a la cerradura. Mientras lo hacía, los cuatro hombres leyeron un cartel casi borrado, que pegado a la puerta anunciaba: Terminantemente prohibido el paso a esta habitación. No nos hacemos responsables de cuanto pueda sucederle. La Gerencia.

Esperen un segundo, encenderé la luz.

Ahí dice que no podemos pasar.

Es solo una frase preventiva. Soy hombre de pueblo, y en el mío se daba un refrán: El miedo guarda la viña. —acompañó la frase con una risa sarcástica.

Pero, ¿podemos pasar?

Naturalmente, siempre que se comporten como yo les diga.

Sí. Sí señor.

Bien, entonces pasen la caja, desmóntenla y luego dejen su contenido en aquel hueco, entre aquellos dos armarios.

Así haremos.

Los cuatro hombres se colocaron en el centro de la habitación. No tenía más mobiliario que una serie de armarios pegados a la pared cubriendo el perímetro. Los había de todos los estilos y colores hasta completar el número de veinticuatro. Se quedaron pasmados, no tuvieron más remedio que preguntar cuando volvió a aparecer de nuevo, después de retrasarse unos segundos en el marco de la puerta, fuera de habitación.

Colecciona armarios, por lo que veo —dijo el responsable mientras sus hombres terminaban de abrir la caja.

En efecto. Pero son armarios muy especiales.

Entiendo la diferencia.

Creo que no. Son especiales no por su forma o color, altura, anchura o fondo. ¡No! Lo son por lo que contienen.

¿Y que contienen?

Eso es algo que no deberían saber. Precisamente los estoy agrupando, para que nadie sufra posibles consecuencias.

Y usted ¿No las sufre?

Desde luego que no. Yo sé que contienen en su interior, y nunca he quebrantado la norma. Además, soy muy anciano para temerlos.

¿Ha dicho temerlos?

Perdón, tal vez me he expresado mal, he querido decir tenerlos.

Disculpe. Entonces, debo entender que …

Cuando reúna los cinco que me faltan, cerraré definitivamente y me marcharé a descansar hasta mi último día. Tuve una vida pendiente de esta dichosa colección. Además, ya tengo a alguien que me sustituya.

Será como todas las colecciones, costosa aunque seguramente le llenará de satisfacción.

¡Que va! Es algo que me obligó quien la comenzó. Cuando me hice cargo de la tienda, también tuve que hacerlo de los armarios. Yo he conseguido esos veinticuatro, y ahora este, más los otros cinco que espero. En la otra habitación hay otros treinta. Pero esa ya está sellada. A partir de ahora se ocupará mi sustituto de seguir coleccionando el resto armarios.

¿Sellada ha dicho?

Sí, con los de esa habitación mi predecesor tuvo muchos problemas.

¿Por el contenido?

En efecto. Pero sobre todo por la gente, no suele hacer caso cuando les dices que pongan cuidado o no hagan esto o aquello.

Ya entiendo.

¿Y que contienen?

A eso le repito que no le voy a responder. Precisamente por su integridad. Además, conoce usted el refrán: La curiosidad mató al gato. Pues también podría tentarle. Hágame caso, olvídese de cuanto puedan contener.

No entiendo.

Mejor. Bueno, veamos cómo viene este armario.

Los hombres manipularon la caja hasta dejar al descubierto un armario metálico, pintado de blanco, como los antiguos que antaño utilizaban los médicos en sus consultas. Aparecía cerrado herméticamente, aunque en la cerradura, se veían unas abolladuras hechas desde el interior. Los ordenó recoger las maderas y la espuma que evitó al armario golpearse durante el traslado. Cuando lo hubieron sacado dijo:

Ahora por favor, deben poner mucho cuidado, evitar que se abra, no lo dejen caer, por lo que más quieran. Como les dije, déjenlo entre aquellos dos, el hueco es el exacto para éste, no debe cabecear.

Sí señor, no tema. Lo pondremos en los deslizadores.

¡No! —gritó— deben llevarlo sin ese elemento, lo que contiene debe saber que ha llegado a su lugar. Hasta ahora sabía que estaba moviéndose de un lado a otro. Viajando. Este es bastante más inteligente.

¿Se refiere al armario?

A que si no, iba a referirme.

Lo ha dicho como si dentro hubiera algo que entendiera, que tuviera vida.

Todo objeto posee vida. Cada uno de nosotros formamos parte del espíritu universal. Nada ni nadie carece de él. Disculpen, no soy un hombre religioso, por eso me apoyo en ese tipo de espíritu. No me dejo influenciar por esas raras creencias sujetas a liturgias que solo engañan a los… Perdonen, me entusiasmo con esto. Pero como decía, todo en este mundo, tiene su propio espíritu. ¿No cree?

Supongo. Vamos, démonos prisa, acabemos con esto, tengo ganas de salir de aquí —dijo algo asustado al resto de compañeros.

También yo tengo ganas de acabar. Así estaré más tranquilo, nunca se sabe la reacción del armario.

El anciano Marcos acompañó a los cuatro hombres hasta la salida, les ofreció una estupenda propina y se despidió de ellos. Lentamente, como siempre, volvió a la habitación de los armarios. Un murmullo general se hizo patente nada más entrar. Guardó silencio, sabía a lo que se exponía. El armario blanco carecía de las marcas de seguridad de la que sí disponían los otros. De modo que se acercó a la oficina, tomó un rollo de cinta autoadhesiva y comenzó a poner trozos sobre la puerta, cerradura y cualquier rendija que permitiera entrar luz al interior.

Tan pronto acabó, el murmullo desapareció. Salió, cerró la puerta dando tres giros a la cerradura, y continuó con su trabajo diario. Primero se sentó frente a la mesa, sacó la lista que guardaba en una carpeta con el título: Armarios, y puso la fecha dentro del apartado, recepción. A continuación en observaciones no puso, como en los otros, anotación alguna. No tenía noticias de que hubiera sucedido algo durante el traslado.

Repasó cuantos le quedaban. Ya tenía el armario de la clínica. Restaban cinco. El del entomólogo, del restaurante, la base militar, la vidente y la joven estudiante. Las peticiones estaban hechas hacía mucho tiempo. El primero lo hizo enviando una carta a la Sociedad Africana de Entomología, con sede en la capital de Tanzania, Dar es Salaam. El segundo a Pekín, después a una base militar norteamericana en Alemania. El siguiente a una vidente en Jamaica, y por último al responsable de un Colegio Mayor asimilado a la Universidad de Granada, en España.

Con todos y cada uno de ellos mantuvo correspondencia, después de leer la prensa y cerciorarse de estar en lo cierto y comprobar no existía posibilidad de confusión. Era el mínimo compromiso exigido por su antecesor, cuando se hizo cargo de la colección.

Cuatro de ellos prometieron que el envío lo realizarían con urgencia, con la misma que tenían por el temor que conllevaba mantenerlo cerca por más tiempo. El quinto dijo que se retrasaría el tiempo suficiente para aprovechar un envío con material de exportación, y lo haría por vía marítima.

Marcos cerró la carpeta, la introdujo en el cajón inferior derecho y lo bloqueó con llave. Después se levantó, caminó hasta la cocina y se preparó el segundo café del día. No hacía caso a los médicos y lo tomaba como debía ser, con cafeína.

Durante los siguientes quince días, recibió cuatro visitas de los mismos hombres de la empresa de transportes UCL con otros tantos envíos. Primero le anunciaban la hora en que irían, y luego se presentaban con el paquete. Una vez allí el mismo responsable le hacía similares preguntas, y claro, recibía idénticas respuestas. En el último envío aquellas fueron más preocupantes.

Lo que no entiendo señor León, es el misterio por mantener cerrada, casi sellada, la habitación de los armarios. ¿No será que trata de confundir a la gente y guarda en ellos alguna joya o antigüedad de altísimo valor, y asusta a la gente con historias como el espíritu universal de los objetos?

¿Me cree capaz de algo así?

Es una forma de crear una historia de miedo alrededor de su tienda, supongo.

¿Duda de mis palabras? Pues créame, soy un mero guardián, y nada de lo que contienen esos armarios, se parece a una joya, puedo asegurárselo.

No importa, es solo hablar por hablar. Solo que me parece algo absurdo.

Se lo demostraré.

¿Ahora?

No. Venga dentro de una hora, solo, sin sus compañeros. Pero antes deberá prometerme que nada les dirá a ellos. Y sobre todo bajo su absoluta responsabilidad.

¿Está metiéndome miedo?

Ni mucho menos, solo tomo precauciones.

De acuerdo. Volveré en una hora. Ahora, nos iremos en cuanto acoplemos este último armario.

Bien.

Marcos tomó la lista de su escritorio y buscó la situación de uno especial. Fijó en su memoria la marca para situarse en la habitación y esperó pacientemente a que el inquieto hombre regresara.

Faltaban cinco minutos cuando llegó ante la puerta. El visitante ya estaba esperando.

Pase, pase.

Voy.

¿Está preparado?

Supongo que sí.

Antes, por favor redacte una nota con su puño y letra, fírmelo y reseñe su documento de identificación debajo. Ya le dije que no me hago responsable de cuanto pueda ocurrirle.

Venga, señor León, que no soy un niño a quien pueda asustar fácilmente.

De acuerdo, pero por favor, escriba cuanto le he dicho, de lo contrario no seguiremos con esto.

Está bien.

Vamos, lo hará en mi escritorio.

Ernesto Casiano, leyó la nota, la firmó y entregó seguidamente a Marcos que la guardó en un sobre, poniendo él la fecha y hora. Seguidamente dijo.

Bien, ahora pasaré un momento a la habitación de los armarios, dejaré la llave puesta en la puerta del que podrá abrir, luego saldré y quedará usted solo. Que conste que es el menos problemático. Solo podrá estar cinco minutos. Al cabo de ese tiempo cerrará con llave y saldrá de la habitación. Yo le esperaré para comprobar si ha hecho cuanto le he dicho. ¿Ha comprendido?

Sí señor.

Entonces vamos.

El anciano arrastró su pierna lentamente hasta la habitación de los armarios. Entró, cerró la puerta y al cabo de unos minutos volvió a salir.

La llave está puesta, solo entre y diríjase al armario para enfrentarse a la realidad que pone en duda.

De acuerdo, señor León.

Nada más entrar el invitado, cerró la puerta, pulsó un botón escondido bajo una caja negra y cuando la luz roja de la minúscula bombilla se encendió, miró el reloj. Eran exactamente las 12:06.

Un murmullo traspasó la barrera de la puerta, única forma de entrar y salir. Aquella habitación carecía de ventanas y las paredes estaban reforzadas por unas placas de acero de dos centímetros de grosor colocadas en su interior.

A medida que pasaban los segundos el murmullo fue en aumento, hasta convertirse en el esperado griterío. Algo similar al patio de un colegio en su hora de recreo. Por encima de aquellos gritos oyó el de Ernesto.

¡Abra! ¡abra la puerta, por favor!

Antes dígame si está dentro.

Sí, acaba de meterse.

Entonces gire la llave, y cuando cesen los gritos, acérquese a la puerta. Solo entonces la abriré.

De acuerdo, pero haga el favor de abrir —volvió a gritar.

De repente el silencio se adueñó de la habitación. Sin embargo un grito desgarrador anunció que no había cumplido las instrucciones. Marcos se acercó a la caja negra, volvió a pulsar el botón, espero unos segundos y cuando la luz roja se tornó en verde, regresó a la puerta y la abrió. Su incrédulo invitado estaba de pie frente a él. Su rostro pálido y desencajado, mostraba una mueca de horror y miedo como nunca antes había visto.

Salga, entraré a comprobar si ha cerrado bien el armario.

No recibió respuesta alguna. Aquel hombre sin decir palabra alguna, se mantuvo parado, sin moverse. Marcos lo tomó por el brazo, tiró de él y lo sacó de la habitación, seguidamente se acercó hasta el armario y comprobó que estaba cerrado. Sin embargo dio un respingo y murmuró entre dientes:

¡Caramba! me equivoqué de armario, puse la llave en el de Rumania. No me extraña la cara de terror que tiene el pobre Ernesto. En fin, lo siento.

Regresó tras comprobar que la habitación quedaba cerrada y trató de recuperar al pobre Ernesto. Solo al cabo de una hora comenzó a decir palabras incoherentes.

No le hice nada. Solo es una broma de mal gusto ¿verdad? No creo en su existencia.

Se lo advertí. ¿Se le ha pasado ya?

No, no se me ha pasado. Ha sido cruel, todo esto ha sido muy cruel. Debería haberme advertido.

Usted lo quiso así, quería ver el interior de uno de mis armarios.

Le denunciaré a la policía por tener eso ahí.

No lo creo Ernesto. Me firmó un documento eximiéndome de responsabilidad.

Me mintió.

Nunca miento. Tal vez no le dije toda la verdad. Pero usted no me creyó. No tuvo fe en mis palabras.

No importa, le denunciaré.

Haga lo que quiera, pero no vuelva jamás por aquí. Traté de ser amable y sin embargo, intenta pagarme de esa forma. Tal vez debería haber abierto el último armario que me trajeron.

Es usted mala persona.

No le admito algo así. Haga el favor de salir de mi casa inmediatamente.

Claro, ahora mismo. Pero se arrepentirá de esto, puedo asegurárselo.

No intente nada o pagará las consecuencias.

Ya lo veremos.

Marcos se quedó preocupado. El resto de la semana se entretuvo en comprobar la lista debidamente, no era oportuno volver a equivocarse. Al acabar el miércoles de la siguiente, un inspector de policía se presentó en la tienda.

¿Señor León? ¿Marcos León?

Sí señor, soy yo.

Podemos hablar unos minutos.

Por supuesto. ¿Ocurre algo?

Nada, solo trato de averiguar algo sobre la desaparición de un hombre. Por lo visto sus compañeros dicen que la última vez que le vieron fue aquí, en su tienda.

¿De quién se trata?

De este hombre —dijo tras mostrarle una foto— ¿le conoce?

Naturalmente, es el responsable de un equipo de entregas de la empresa UCL. Me han traído una serie de envíos recientemente.

Continué por favor.

Después de la última entrega, regresó para que le mostrara el contenido de uno de los armarios de mi colección. Hablamos y pensaba que ocultaba joyas o algo así. Le convencí de que nada de eso tengo en mi tienda y se marchó.

¿Supone que trataba de preparar un golpe?

Que pregunta más rara. ¿a qué viene eso?

Hace dos días, tres compañeros de Ernesto, han pedido la cuenta y se han despedido.

Comprendo.

Disculpe ¿ha dicho que colecciona armarios?

Sí señor, quiere verlos.

Si es posible.

Marcos le invitó a acompañarle, atravesaron la tienda y antes de llegar al fondo, giraron a la derecha y se presentaron ante una habitación abierta. Dos ventanas dejaban pasar la luz del sol.

Ahí están los armarios de mi colección —dijo señalándolos.

¿Puedo acercarme?

Y abrirlos si lo desea.

Son muy bonitos.

Tenga en cuenta que algunos tienen varios siglos de existencia. Aquel —dijo señalando uno con figuras arabescas— está datado en el siglo X.

El inspector de policía abrió y cerró alguno de ellos, para comprobar que no se ocultaba nada en su interior. Después miró a Marcos.

En realidad no estoy aquí por la desaparición de Ernesto, sino por la denuncia que ha puesto contra usted.

¿Una denuncia?

Sí.

¿Puedo saber la razón?

Dice que le encerró en una habitación con armarios, y que de uno de ellos, salió algo desconocido y extraño que le produjo una explosión de terror.

Usted mismo acaba de abrirlos.

En efecto.

Entonces ¿que reclama?

Nada, solo dice que oculta algo maligno en esta tienda. ¿Puedo echar un vistazo?

Naturalmente, vaya por donde le apetezca, yo le seguiré, claro que algo más despacio, ya ve, mi pierna no me permite ir deprisa.

Veo que a la izquierda hay dos puertas ¿Que hay dentro?

Ni yo mismo lo sé. Tenga en cuenta que esta tienda está arrendada. Su propietario falleció hace unos años y sus hijos solo vienen por aquí de vez en cuando a cobrar la renta. De aquellas dos puertas no tengo llave. Ambos cuartos, no sé lo que pueden contener. Están tal y como el propietario los dejó. Supongo que serán antigüedades que quiso guardar para sí.

Comprendo, entonces hablaré con sus herederos. ¿Puede darme su dirección?

Claro, vayamos a mi escritorio.

Algo más, señor León.

¿Si?

Dice que le trajeron varios envíos los empleados de UCL.

En efecto, armarios que compré en subastas en diversos países. Los acaba de ver.

Ya.

El policía salió de la tienda acompañado por Marcos y en un bolsillo, la dirección de los herederos de su predecesor. Marcos confiaba en que mantendrían la palabra dada a su padre en su presencia. Al fin y al cabo uno de ellos, el más joven, se haría cargo muy pronto de la tienda y por supuesto de la colección de armarios. En cuanto recibiera el último, el enviado desde Pekín.

No recibió visita alguna, ni llamada telefónica. Sin embargo él sí tuvo que hacer una, y precisamente a la comisaría donde trabajaba el inspector que le visitó.

Espere, le pondré con el inspector Pedraza, el lleva esa zona —dijo un compañero.

Gracias.

Sí. Dígame.

¿Señor Pedraza?

Si ¿con quién hablo?

Soy Marcos León y quiero que alguien de ustedes venga inmediatamente a mi tienda.

¿Qué ha pasado?

Haga el favor de venir y lo comprobará con sus propios ojos.

De acuerdo, voy inmediatamente.

El anciano Marcos, estaba en la puerta de la tienda cuando llegó el inspector Pedraza. Antes de entrar se fijó en cada detalle, despacio. Observó que el cierre de seguridad aparecía levantado después de haber sido forzado con algún instrumento metálico. Una pieza de metal soportaba el peso evitándolo caer, de manera que permitía un hueco de al menos metro y medio, por donde debieron pasar los supuestos ladrones.

Bien, acompáñeme, mientras llamo a la comisaría pidiendo ayuda. ¿Sabe si se han llevado algo?

No lo he comprobado todavía, tengo un inventario actualizado, más tarde lo veré. Pero eso no es lo importante.

¿Qué es lo importante?

Hay varios cuerpos en una de las habitaciones cerradas.

¿Cómo?

Sí, han debido forzar la entrada y allí están. Pero eso no es lo más significativo

¿Qué es lo más significativo?

Antes debe verlo.

La visión era espeluznante. Cinco hombres, o lo que quedaba de ellos, aparecían sobre el suelo de la habitación. A su alrededor y cerrando todo el perímetro, desde un extremo al otro de la puerta, una serie de armarios de diferentes tamaños, colores y formas.

¿Que ha ocurrido aquí?

No lo sé inspector.

Si lo sabe. Está muy tranquilo.

De verdad, créame, no lo sé.

Está bien, hablaremos más tarde.

Se acercó a los cuerpos y comprobó uno a uno su situación. El primero aparecía con numerosas dentelladas por todo el cuerpo, incluso el cuello destrozado, dejaba ver la tráquea y algún músculo. Muslos, brazos y pecho estaban incompletos.

Otro de ellos aparecía completamente carbonizado, ni tan siquiera quedaba un resto identificable. Un tercero, si bien estaba completo, tenía sus manos agarrotadas cubriendo su cara. Le ocultaban sus ojos, al retirárselas, estos aparecieron fuera de sus orbitas. Su garganta estaba destrozada, como si hubiera emitido un prolongado y grandioso grito de terror hasta hacerla estallar. El cuarto presentaba un agujero similar al producido por una jeringuilla gigante, en la base del cráneo, único sitio que aún definía se trataba del cuerpo de un hombre. El resto se presentaba como una copia exagerada de un muñeco de plástico al que hubieran eliminado el aire que le hacía parecer un cuerpo humano.

El último hombre presentaba numerosas heridas producidas por un objeto punzante en todo su cuerpo. Su cabello completamente blanco y sus brazos, con restos de músculos y tendones colgando, como si hubiera querido parar los lances producidos por la macabra danza de un gran cuchillo.

El inspector miró inquisitivamente al anciano Marcos.

Explíqueme todo esto, por favor.

¿Qué?

Usted sabe algo que no quiere decirme. ¿O cree que soy estúpido?

No puedo decirle nada.

Está bien, tendré que llevármelo a la comisaría, dejarle encerrado unos días y esperar a que comience a hablar.

Mi abogado me sacará a los dos minutos. Yo no hice nada. Mi tienda ha sido allanada por unos individuos, que al parecer son empleados de UCL. Además, comprobará que no hay huellas mías a partir de esta puerta.

¿Cómo lo sabe?

Sencillamente, no he matado a nadie. Además, ese de ahí, el del cabello blanco, es Ernesto, quien puso la denuncia.

Pero si tenía el cabello moreno, según la foto que le enseñé hace días.

Lo sé. Ha debido sufrir algún shock, y a veces eso hace que el cabello se ponga blanco por el miedo padecido.

¿Cómo sabe eso?

Es vox pópuli, por favor, no me diga que lo desconoce.

En efecto. Sigamos. Explíqueme porque hay cinco muertos y seis armarios abiertos.

No me había dado cuenta.

Por favor, Marcos, le prometo que no le implicaré en los asesinatos, pero ayúdeme.

Está bien, va a necesitar mucha ayuda, y tendrá mucho trabajo a partir de este momento.

Por qué lo dice.

Venga, le contaré una historia mientras vienen sus compañeros a tomar huellas. Pero antes debe prometerme que guardará el secreto.

No puedo prometerle nada señor León.

Entonces se quedará sin saber lo ocurrido.

Oiga, ¿no oye usted un murmullo? Parece que sale de los armarios.

Lo siento, pero mis oídos no son los mismos de hace veinte años.

Ya.

Ambos hombres se retiraron de la habitación. Antes, Marcos miró la caja negra situada en un lateral de la puerta. Pulsó y cuando se marchaba, vio que la luz verde parpadeaba. Enseguida desaparecieron los murmullos señalados por el policía. Atravesaron la tienda hasta el escritorio del anciano y cuando estuvieron sentados, comenzó a hablar. Durante quince minutos le explicó someramente, la situación.

Y sobre todo querido Pedraza, debe tener fe en mí. Solo trato de proporcionarle la información precisa para que no acabe como esos desgraciados. Ahora lo importante es…

Encontrar al sexto hombre. El podrá explicarnos lo sucedido realmente.

No podrá hacerlo, aparecerá muerto un día de estos, concretamente dentro de seis aproximadamente.

¿Cómo lo sabe?

Necesito una prueba de fe de usted, cuando la obtenga le contaré más cosas, mientras tanto confórmese con escuchar lo que ahora le regalo a título de concesión.

Está bien, creeré en usted.

Eso ya lo veré. Ahora escuche atentamente. El sexto hombre aparecerá muerto y no muy lejos, posiblemente en un parque.

Porqué allí.

Sencillamente es donde los insectos estrepsipteros viven mejor.

No conozco ese tipo de insectos, solo los más comunes.

Entonces escuche atentamente. Se trata de unos parásitos de alas retorcidas cuyas larvas se depositan sobre los lomos de saltamontes, perforan su exoesqueleto y al notarlo, éste produce una capa blanda para envolver la herida. Un proceso de regeneración natural que cierra el agujero producido. Claro que, dentro quedan las larvas, que poco a poco van alimentándose del saltamontes hasta que el banquete acaba con él. En el proceso las larvas van aumentando de tamaño y acaban por ocupar completamente el cuerpo del anfitrión hasta que por fin muere. Cuando se descubrió en algunas aldeas, que este insecto podía hacer lo mismo en el cuerpo de un hombre, comenzaron a realizarse experimentos, con tan mala suerte que algunos se escaparon produciendo una especie de pandemia. Bien, pues esos mismos insectos estrepsipteros, son los que nuestro hombre lleva bajo su piel. Se habrán reproducido exponencialmente, por lo que en el plazo de seis días, lo encontrará parcial o totalmente devorado desde su interior.

Como sabe todo eso señor Leon.

Tuve fe al escuchar a quien me lo trasladó, espero que usted la tenga en mí si quiere resolver esta situación.

¿Qué me dice de los otros?

Eso solo lo sabrá cuando considere que no va a defraudarme, y tiene fe en mí.

De acuerdo, intentaré demostrárselo.

No, a mí no, a todos esos —dijo señalando la puerta de los armarios.

Durante horas los equipos enviados por la policía, revisaron la tienda, tomaron huellas y comprobaron que ninguna de ellas, correspondía a Marcos León. Él, después del atentado sufrido, se reunió con su heredero y continuador para trazar los pasos a seguir.

De acuerdo Marcos, ocuparé tu sitio dentro de un mes. Veo que tienes todo resuelto ¿Dónde puedo encontrarte si necesito tu ayuda?

Te iré llamando cada semana. Antes de retirarme definitivamente, quiero comprobar una cosa. Al parecer han aparecido informaciones en Méjico, sobre el chupacabras. Quiero averiguar algo.

¿Cómo has quedado con el policía?

No hay problema.

¿Está satisfecho con tus explicaciones?

Se quedará satisfecho, te avisaré. No obstante, le dije que debía tener fe.

Eso decía también mi padre.

Es lo mejor.

Aun le quedaban diez días para abandonar la tienda de antigüedades y su colección de armarios. Ahora debía estar pendiente de los resultados e informaciones aparecidas en la prensa, radio y televisión. Para ello contaba con la magnífica ayuda del policía, quien se brindó a colaborar con él después de mantener una estimulante y larga reunión.

Me marcho. Dentro de unos días saldré para Méjico, debo localizar un armario para la colección de mi continuador.

¿Abandona la tienda?

Así es. Pero antes quiero explicarle algunas cosas. Necesito contar con usted en el futuro, sobre todo por mi continuador de la colección.

Puede hacerlo. De verdad, creo en usted.

Por el bien de todos así lo espero, de lo contrario nuestra asociación se vería empañada negativamente.

No se preocupe.

Escuche Pedraza. Como ha comprobado, encontró el cuerpo de uno de los hombres, tal y como le dije. La autopsia que le hicieron demostró que fue devorado desde el interior por los malditos insectos.

En efecto, por eso le digo que creo en usted. ¿Podría decirme que les ocurrió a los demás?

A eso iba. A contarte que les ocurrió.

Escucho.

Uno de ellos fue casi devorado por dos perros, bueno en realidad los espíritus de dos perros, portadores de la rabia. Hubo un tercero, pero un chino, se propuso cocinarlo. Preparó una serie de platos y bocadillos con que ofrecer a los parroquianos de su puesto de comida, con tan mala suerte que a uno que le desagradó el bocadillo adquirido, lo tiró. Los perros compañeros del seccionado en trozos, lo olieron a distancia y sin más siguieron la pista hasta dar con el cocinero. Lo atacaron y le inocularon la rabia, que fue trasladando a miles de ciudadanos de la zona. Por fin alguien los mató e introdujo sus espíritus en unas cajas cerradas herméticamente dentro de un armario. Ese es precisamente el que abrió ese estúpido.

¿Y los otros?

Espera. El carbonizado lo fue como consecuencia del espíritu de un soldado provisto de un lanzallamas. Muerto por sus propios compañeros al comprobar cómo sin orden ni concierto mataba por el placer de ver arder a la gente. Al verlo le dispararon, explotó el depósito y murió. Sin embargo los espíritus de ambos, lograron durante mucho tiempo seguir carbonizando, hasta que alguien consiguió confinarlos en una caja e introducirlos en un armario.

Qué horror.

Y que lo digas. Otro de los cuerpos, el que apareció con el agujero en la base del cráneo, me lo mandaron muy recientemente. Se trata del cuerpo vivo de un alienígena encontrado dentro de una nave en Nuevo Méjico. Anduvieron haciéndole pruebas y no consiguieron dominarle, parecía que nada ni nadie lograba confinarle en algún sitio. Por fin alguien logró que entrara en una habitación a la que inmediatamente inyectaron hidrogeno líquido a presión. En muy pocos segundos se congeló y lograron meterlo en una caja de seguridad y ésta dentro de un armario. Con la salvedad de permanecer bajo cierta temperatura. Luego me lo enviaron con los otros para encerrarlos en esa habitación especialmente habilitada. Hasta entonces cuando se liberaba, solía hacer en los humanos lo que le hacían a él, investigar sobre su cuerpo. Al parecer alguien le oyó decir en una ocasión, que su visita allá por 1950, solo obedecía a contactar con nosotros y que su nave se estrelló en el desierto por un error de cálculo. Se venga de esa forma de las barrabasadas que le hicieron los norteamericanos durante años.

Eso iba a preguntarle. Donde meten esos armarios.

Hay dos habitaciones especialmente diseñadas para contenerlos. Tienen un sistema que reduce la fuerza de cuantos espíritus hay dentro. Solo que si no se aplica y se abren los armarios, puede ocurrir como en los casos precedentes, que fluyan sin orden y se conviertan en furias descontroladas matando y posteriormente huyendo, como han hecho en este caso. Tenemos dos. La primera está sellada y la segunda estaba a punto de hacerse. Ahora tendré que esperar para volver a llenarla.

Es decir que están fuera y seguirán matando.

En efecto, y necesito a alguien que acuda en nuestra ayuda. Que oculte la realidad de los hechos y consiga introducirlos en un armario cerrado para enviarlos a este lugar.

Pero según me dice, usted no sigue la colección.

No, pero sí mi descendiente en el sistema.

Entiendo. Y quiere que sea uno de los suyos.

Algo así. Por eso le pedí fe.

Bueno, sígame contando lo ocurrido a los otros hombres.

El cuerpo de otro de ellos, murió de miedo con sus ojos fuera de las orbitas. Bien, ese murió por la salida de un fantasma, el de una vidente, bueno en realidad alguien que practicaba brujería. Solo una vidente, descendiente de aquella y con mucho cuidado, consiguió introducir al fantasma de la bruja en una caja y está como el resto, en un armario, después de enviarlo aquí. Cuando sale provoca tal pánico en sus apariciones, que quienes lo ven mueren del terror producido por las formas que adopta. Debe ser algo espantoso.

Y que lo diga Marcos.

Por último, el muerto con numerosos cortes, obedece al espíritu de una asesina. Al parecer en un Colegio Mayor en la ciudad de Granada, España. Hubo un asesino en serie. Solía introducirse en las habitaciones de estudiantes jóvenes, una vez allí, las obligaba a desnudarse para abusar de ellas, después las mataba. En una ocasión encontraron un mensaje escrito con sangre sobre la pared. Decía: Menos mal que no encendiste la luz, habrías muerto. Al parecer una mujer joven, compartía habitación con una compañera. Al llegar una noche después de asistir a una fiesta, temiendo despertar a su amiga, evitó encender la luz. Se desvistió y se metió en la cama. Por la mañana cuando se levantó comprobó que el cuerpo de su compañera estaba apuñalado y en la pared la frase escrita. Hubiera muerto de haber encendido la luz, el asesino esperaba oculto para salir. La policía utilizó a aquella mujer como señuelo para localizar al asesino, y no tuvieron suerte, la encontraron muerta. Los policías no supieron cómo consiguió entrar o salir. Desde entonces y gracias a nuestra ayuda, consiguieron sujetar el espíritu de aquella mujer que se venga de la única forma que sabe, matando a cuanto hombre aparece ante sus ojos. Y esto es todo, mi querido Pedraza.

Bien. Estoy dispuesto a ayudarle. Me pondré a trabajar con todo mi entusiasmo para localizar a esos espíritus escapados.

No me defraude.

No, no lo haré. Pero hay algo que aun quiero preguntar.

Adelante.

Me refiero a Ernesto. Como es que tenía el cabello blanco.

El muy estúpido quiso abrir un armario, pese a que le dije que no había en ellos joyas ni objetos de valor. Supongo que convenció a sus cinco compañeros para abrirlos. No se creyó cuanto le dije. Le llevé a un armario donde está el espíritu de un bebe asfixiado por su madre, quien solo si está fuera y transcurren quince minutos, se convierte en algo diabólico. Mientras tanto, aparece como un bebé dormido, tranquilo y sin peligro. Le dije que solo estuviera cinco minutos, de manera que viera al bebe dormido. Le puse la llave en la cerradura, con tal mala suerte que me confundí y le puse otra, la de en un armario que recientemente trajeron de Rumania. Lo abrió y se encontró con algo que le produjo tal susto y terror que salió de la habitación con el cabello blanco. Lo siento, me equivoqué. A mi edad cualquier cosa nos despista, y más con la cantidad de llaves que tengo.

Tendré cuidado en no seguir los pasos de Ernesto.

No te preocupes. Bueno, y ahora que sabes el misterio de nuestra tienda de antigüedades, prométeme que no darás cuenta de esto a nadie.

Tranquilo, seguirá siendo secreto.

De acuerdo. Me quedo más tranquilo. Dentro de unos días me marcharé, pero antes elige un armario, de los primeros que viste, de los buenos que no tienen espíritus. El que más te guste, te lo mandaré como regalo cuando acabes y localices a todos esos espíritus.

No es necesario.

Claro que lo es. Con algo debemos pagar los esfuerzos de los demás. A quienes nos ayudan les hacemos un obsequio de valor.

Entonces elegiré aquel que me enseñó del siglo X.

Buena elección, sí señor.

¿Puedo quedarme con él?

Te dije el que quisieras de esa habitación.

Gracias Marcos.

A ti por ayudarnos.

Ambos hombres se despidieron. El policía comenzó el seguimiento de los seis espíritus que abandonaron los armarios. El anciano Marcos, consiguió localizar la población donde encontraron al chupacabras, y tras muchos esfuerzos, consiguieron introducir su espíritu en una caja y ésta en un armario, que debidamente preparado, fue remitido a Madrid, con una etiqueta. Destinatario: Álvaro Dicenta. Gerente de Los espíritus de la antigüedad, Tienda de Antigüedades. Calle Prestamistas, número 6, Madrid. España. Teléfono de contacto 999461821. Remitente, Marcos León. Desde México. En cada lateral una nota en varios idiomas: En caso de rotura, llamar al destinatario al teléfono señalado y seguir las instrucciones marcadas por él. Bajo ninguna circunstancia se deberá abrir la caja. El último párrafo fue añadido por Marcos como consecuencia de lo sucedido recientemente.

Al cabo de seis meses, el inspector Pedraza consiguió localizar y remitir los seis armarios conteniendo los correspondientes espíritus controlados. Envió una carta con el último de ellos al nuevo gerente y coleccionista de armarios, quien al recibirla, esperó la llamada semanal prometida por Marcos.

¿Entonces ya puedo descansar tranquilo?

Espero que sí. Ya has acabado con tu colección. Ahora empezaré la mía. Sellaré tu cámara con el último envío de Pedraza e iniciaré la mía con el tuyo del chupacabras. Que disfrutes de tu tiempo libre.

Gracias Álvaro. Oye, quería pedirte un favor.

Adelante.

Le prometí a Pedraza que cuando consiguiera enviar los seis armarios, le regalaría uno de los exentos de problemas, de los que tenemos en la tercera habitación.

Ya, pero estoy iniciando las obras para mi colección, los he sacado y expuesto en la tienda. Supongo que no se habrá vendido.

Bueno no creo que haya muchos problemas. Se trata de uno con signos árabes. Le pusimos un precio muy elevado. Es una especie de pago por guardarnos el secreto y ayudarnos.

Está bien, lo buscaré y se lo enviaré.

Las señas están en mi escritorio. Ahora el tuyo.

De acuerdo.

Bien, buena suerte que tengas una estupenda jubilación.

Gracias Álvaro.

Durante meses las obras avanzaron. La colección de armarios también. Dentro de la tercera habitación, comenzó a llenarse su perímetro. Sin embargo olvidó llamar al policía para saber si le había llegado el armario árabe enviado como regalo de Marcos, por lo que se acercó al escritorio, buscó su teléfono y llamó.

Me gustaría hablar con el inspector Pedraza. Soy Álvaro Dicenta, gerente de Los Espíritus de la Antigüedad.

Lo siento no está.

Y ¿dónde puedo encontrarle?

¡Ah! ¿Pero no sabe que le ocurrió?

No. no señor.

Murió.

¿Qué? ¿Cómo?

Le encontraron en su domicilio. Al parecer el forense dijo que había sido devorado por una colonia de termitas, infectadas por un hongo conocido como Cordyceps. Al parecer cuando este hongo encuentra a un huésped, sobre todo insectos, lo invade y durante el proceso parasitario afecta a la conducta induciendo a estos a comportamientos atípicos. Al parecer a las termitas que tenía el armario, el hongo modificó su conducta, atacaron a nuestro compañero y lo devoraron.

Qué horror.

En efecto.

Álvaro Dicenta colgó el aparato y pese al malestar que sintió, siguió con su cotidiano trabajo. Era jueves, día en que Marcos León solía llamarlo. Aquella ocasión después de saludarle y preguntar por su salud, le comentó la muerte del policía. No se sorprendió, y dijo.

Escucha Álvaro, debíamos hacerlo, no podemos permitir que gente ajena a nuestra asociación, vaya por ahí con nuestros secretos a cuestas. Siempre existe la posibilidad de que un buen día, derramen la información, lo que sería nefasto para todos nosotros.

¿Entonces?

Sí, yo puse el hongo en el armario, sabiendo que había termitas, luego solo debía esperar a que lo devoraran.

Bien.

Escucha Álvaro. Nunca, nunca abandonamos nuestra asociación, solo cuando nos llega la hora de morir. Ocúpate de nuestra sede en Madrid, y pon cuidado en no cometer error alguno. Mientras tanto yo seguiré visitando nuestras sedes en los cinco continentes. ¿O cómo crees que se nutre nuestra colección de armarios?

Este relato forma parte del libro titulado «Nueve noches de insomnio»

© Anxo do Rego. Todos los derechos reservados

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