Al día siguiente nada más romper el sol, las cajas voladoras comienzan a llegar. Bajan los guardianes con los esclavos y entran en la mina. El grupo de Pasak con él a la cabeza, se desliza hacia la explanada. A las dos horas, un grupo de esclavos recorre las galerías con medidas de agua para disponerlas en sitios estratégicos. Es el momento elegido.
Nada más iniciarse el turno de trabajo, un humo denso se apodera de ambas galerías. Los guardianes se comunican a través de los aparatos con forma de espejo pequeño, y comienzan a salir atropelladamente al exterior. Tan pronto salen los primeros guardianes, los guerreros de Pasak se ocupan de eliminarlos. Detrás, corriendo igualmente, una columna humana formada por hombres de diferentes tribus avanza ligera hasta ocupar las cajas voladoras según los recomiendan en voz alta.
Los guerreros de Pasak ayudan a dirigir y colocar sobre las cajas voladoras, a todos los hombres fuertes. Mientras, los jóvenes desaparecen arriba de la ladera al encuentro con Kenie. Cuando las cajas están repletas, se ocultan entre los árboles y esperan el hundimiento de la mina. El ruido producido por las explosiones es ensordecedor. Después le sigue un portentoso arrastre de tierra y rocas que formaban la colina. Los árboles que antes cubrían el espacio ocupado por las cajas voladoras también desaparecen. Los hombres observan como poco después, una caja voladora, diferente y cerrada, sobrevuela durante unos instantes el área. Luego la abandona y se dirige a la cabaña principal de los dioses.
Quince de las cajas capturadas, se aprovechan para salir repletas de jóvenes y hombres menos fuertes. Regresan poco después con guerreros jóvenes. Mientras tanto, tres unidades con Kenie y más de cincuenta guerreros vestidos con los uniformes retirados a los guardianes, vuelan hasta la parte superior de la cabaña principal. Una vez allí se deslizan por el techo y se introducen en la gran cabaña.
Comprueban, como ya intuían, que aquella edificación no es una cabaña al uso, sino una construcción metálica y brillante como las espadas. Se desplazan hasta unos pasadizos donde encuentran escaleras. Bajan por ellas y llegan a una sala donde hay cuatro hombres sin armas y con un objeto extraño en sus manos. No se inmutan cuando los ven. Aquellos hombres se introducen en una plataforma transparente y desparecen por el suelo. Kenie los imita y con diez de sus hombres, suben a una de las plataformas. Al llegar a una gran sala se quedan paralizados por el estupor que les produce la visión. Ante sus ojos aparece una gigantesca galería con camastros metálicos en número incontable. Permanecen iluminados con una tenue luz azulada. Sobre ellos, cuerpos desnudos de mujeres, adultos, jóvenes y adolescentes, sujetos por brazaletes tanto a los pies como a las manos. Sobre sus cabezas, una especie de casco del que brotan infinidad de cables y tubos desconocidos para Kenie. En silencio, comienza a recorrer la sala. Mira alucinado los rostros de cuantos están tumbados. No se mueven, solo adivina su respiración mediante un leve movimiento del pecho. Retrocede hasta donde esperan sus hombres y advierte asustado como sujetan a una joven.
—¿Quién eres? —pregunta inmediatamente Kenie.
—¿Cómo hablas mi lengua? —responde la joven.
—Responde por favor. ¿De qué tribu eres?
—Soy Celer y pertenecía a la tribu Salar, a una luna y media de aquí.
—¿Qué hacen aquí todas esas gentes? —dice señalando la galería.
—Esperan acabar un proceso de asimilación. Cuando lo completan son enviados a otra zona de esta construcción, ellos lo llaman nave, para hacer el gran viaje.
—No comprendo tus palabras. ¿Qué es una nave? y ¿Asimilación?
—Los dioses nos enseñan su idioma y al mismo tiempo algún concepto desconocido durante dos lunas, luego vamos aprendiendo a manejar sus objetos. Cuando completamos el ciclo, algunos como yo nos quedamos para ayudarlos, otros si no lo pasan, vuelven a esta sala de asimilación.
—¿Sabes de donde son los dioses y como están en nuestras tierras?
—Al parecer vinieron de un planeta lejano. Ellos lo llaman su planeta. Allí según dicen, carecen de alimentos y energía, por eso vinieron al nuestro.
—Escucha Celer, vamos a liberar a todos y regresar a nuestras aldeas. Soy Kenie, de la tribu Partal, conmigo vienen muchos guerreros de diferentes tribus para ayudarme.
—¿Entonces me llevarás contigo? No quiero hacer el gran viaje volando en estas grandes naves.
—¿Cómo podemos destruirlas, lo sabes?
—No, pero puedo preguntar a uno de los SD como yo.
—¿Qué significa SD?
—Similar a los Dioses, casi un dios.
—Escucha, debo recoger al resto de mis hombres, están en la parte superior de esta nave.
—Sube en esos elevadores y pulsa el signo ∆ para subir y otro igual, pero al contrario para bajar de nuevo.
—Otra cosa ¿Cómo podemos liberar a toda esa gente?
—Hay que tener cuidado, lo haré yo, si lo hacéis vosotros y os confundís al desconectarlos, pueden morir. Ve a por tus guerreros y esperarme aquí, mientras buscaré a Zark, él os llevará donde necesitéis, será vuestro guía, conoce toda la nave.
—Gracias, nuestros pueblos te lo agradecerán sin duda alguna.
—Tener mucho cuidado no os dejéis ver.
Kenie sube en un elevador y va enviando a sus hombres hasta la sala de asimilación. Allí esperan hasta que Zark hace aparición en compañía de Celer.
—¿Dónde quieres ir Kenie? —pregunta Zark.
—Primero donde se encuentren los dioses, debo matarlos, luego a liberar a todos los de esta sala y resto de gente de nuestros pueblos. Si hay en otros sitios también, después destruir estas naves o como se llamen, con todos los guardianes y dioses dentro.
—Los dioses no son como todos creíamos, son únicamente hombres, dirigentes de toda esta tribu o habitantes de las naves. Montaron la historia de ser dioses al considerarnos seres inferiores y temerosos de nuestros antiguos dioses. Se aprovecharon de nuestros mayores, supeditados a las leyendas y religiosidad, sirviéndose del miedo y la duda para proporcionarse adeptos y ser utilizados posteriormente.
—Pues lo pagarán con sus vidas.
—¿Has dicho que quieres matarlos?
—Desde luego.
—Yo no lo haría. Si me permites, he llegado a comprender cuáles son sus necesidades y supongo que será mejor demostrarles que pese a que no disponemos de sus avances ni tecnología; disculpa, pero he aprendido los conceptos de los dioses; nuestros pueblos son inteligentes y podemos luchar haciéndoles ver que deben marcharse para no volver a regresar jamás.
—¿Cómo?
—Ellos disponen de naves estelares, viajaron desde su planeta al nuestro que al parecer se encuentra a una distancia incontable para nosotros, podrán hacerlo de regreso a otros, pero para ello necesitan el material que extraen de la mina que has destruido. Ese material es imprescindible para convertirlo en energía. Sin embargo, hay muchas más minas, yo conozco donde están situadas. Si les amenazas con destruir todas, con eliminar la materia prima que necesitan, se irán y nos dejarán en paz.
—No lo creo, intentarán destruirnos, son crueles, lo han demostrado, solo tienes que ver como se llevan a nuestras gentes, desconocemos la razón.
—Yo sí, quieren repoblar territorios en su planeta con nuestros jóvenes.
—¿Anulando sus vidas y haciéndoles vivir faltos de sus familiares y amigos? ¿Crees que está bien?
—No. Es cruel, tienes razón. Te ayudaré ¿Qué te propones hacer?
—Dame la situación de las minas y enviaré a un grupo de hombres a destruirlas. Después me llevarás ante los dioses
—De acuerdo. Necesitarás estos objetos para comunicarte con tus hombres a distancia. Os enseñaré su manejo.
—Gracias.
Media hora después envía un hombre al encuentro de Pasak con uno de los comunicadores a distancia. A través de él le cuenta el plan preparado. Poco después Pasak reúne a un grupo de guerreros para volar en una caja a cada una de las minas. Lo convenido es destruirlas cuando Kenie de la orden.
Celer mientras tanto comienza a desconectar a los retenidos en la sala de asimilación. Zark acompaña a Kenie. Aprovechan el revuelo ocasionado con la destrucción de la mina. Irán a la sala donde se encuentran los dioses. Tres SD serán los encargados de retirar a los dioses, los objetos que portan para evitar comunicación alguna. Deben esperar órdenes de Kenie para recoger a las gentes de las tribus y refugiarse fuera de la gran nave de los dioses.
—¿Cómo vamos a entendernos? —pregunta a Pasak.
—No te preocupes, yo hablo su idioma, te traduciré cuanto digan.
—Entonces, adelante.
Kenie se deshace de la ropa que lleva puesta de los guardianes y deja a la vista, las habituales de su tribu. El resto de sus hombres le imitan y caminan tras él en una doble fila. Zark pulsa la caja de comunicación y espera a que la puerta se abra. Entra con un arma larga apretando su espalda. Un hombre con vestidura diferente, en la que se ven cuatro estrellas sobre sus hombros, se dirige a Zark.
—¿Que ocurre SD? ¿Qué significa esto?
—General Adams, el jefe de nuestros pueblos desea hablar contigo.
—¿Y qué quiere?
—Desea pedirle que libere a las gentes de nuestros pueblos y que todas sus naves salgan de nuestro planeta.
—¿Nada más?
—Bueno si, que no vuelvan jamás.
—¿Qué harán si no obedecemos?
—Los matarán, destruirán sus naves y el material energético que necesitan para volar. Ya han destruido la mina Alfa.
—Bien, dile que hablaremos de nuestras condiciones.
El trámite de traducir la conversación la hace larga y confusa, pero cuando escucha la última frase traducida del General, Kenie da orden a sus guerreros de capturar a todos los hombres que se encuentran en la sala y formar con ellos un grupo en el centro. Zark obedece la orden de Kenie, cierra la puerta y deja entrar a otro SD provisto de intercomunicador. En ese instante un guardián agazapado tras un mostrador saca su arma corta con intención de usarla contra Kenie, pero no tiene opción, tres guerreros aprietan el gatillo de las suyas en posición sin ruido, y tanto el hombre como los aparatos que lo rodeaban quedan destruidos. El General se mueve en ademán de empuñar la suya, pero Pasak le dice inmediatamente.
—Si la toca caerá muerto antes de usarla y entonces no podrá dialogar con Kenie.
—De acuerdo. Dígales que no disparen.
—Y ustedes dejen sus armas en el suelo, un SD las recogerá.
—Bien.
—Nuestras condiciones son irrenunciables —dice después de hablar con Kenie— Obedezcan o serán destruidos.
—No lo creo, además, esto no es una negociación.
—Desde luego que no lo es, están siendo tratados como invasores y asesinos. Y estoy repitiendo las palabras de mi jefe. O se marchan de nuestro planeta o no volverán a ver el sol.
—Señor —dice uno de los hombres del General— las nuevas minas están siendo destruidas y solo nos queda el material acumulado en cada una de nuestras naves, insuficiente para nuestros propósitos.
—¿Cómo es posible?
—No lo sé General, pero mire el monitor.
—Vale. Tengo que dar órdenes a mis hombres ¿puedo? —dice dirigiéndose a Zark.
—Desde luego, pero con mucho cuidado.
Zark acompaña al General, que camina con dos guerreros a cada lado. Deja que se acople en una silla, frente a un monitor y tras aplicar varios signos señala.
—Soy el General Adams, orden de prioridad máxima, cancelen todas las recuperaciones, devuelvan a los indígenas a sus aldeas y regresen con las naves de carga a la nave nodriza. Elévense y apliquen la Orden D-25-A
—¿Qué ha dicho? —pregunta Kenie mientras Zark retira al General del mostrador pidiendo a dos hombres que le sujeten por los brazos.
—Ha dado una orden a sus naves de desplazamiento para devolver a nuestra gente a sus aldeas.
—Me parece bien.
—Lo estaría si no hubiera incluido en esa orden la eliminación de todas las aldeas.
—Dile que no le matamos ahora mismo porque no deseamos matar a sangre fría como ellos, pero déjales claro que a partir de ahora no tendremos piedad si intentan otra jugarreta como esta. Atarlos y cubrir sus bocas para que no puedan volver a hablar.
—De acuerdo Kenie.
—Algo más, pediré a Pasak escoja a un par de hombres de cada aldea y viaje para comprobar si han matado a alguien. Mientras tanto no te separes de mí, quiero que… ven, acércate y escucha atentamente —señala en voz baja al oído.
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