REPOSICIÓN.- Teresa de Cepeda y Ahumada fue una “fémina inquieta y andariega”, superviviente de enfermedades, fenómenos extraordinarios y de la Inquisición. Lectora compulsiva y escritora de vocación que fundó diecisiete conventos en veinte años y que fue santificada solo cuarenta primaveras después de su muerte y eso que nació, a decir de su confesor, sin nombre de santa. Y aunque fue nombrada patrona de las Españas en 1617, junto a Santiago, los defensores del Matamoros emprendieron una “guerra” contra ella que solo finalizó en 1630 cuando el papa le retiró el “cargo” de patrona a la abulense.
¿Flaca, ruin e ignorante?
Teresa vivió entre 1515 y 1582, durante los reinados de Carlos V y Felipe II, en pleno poderío español, en una sociedad patriarcal donde la mujer tuvo escasa o nula relevancia. En sus escritos se autodefinió Teresa como “mujer flaca y ruin”, ella misma dijo: “las mujeres no somos para nada, no tenemos letras”. No hay que engañarse, era una aparente sumisión, la obligada modestia femenina para no ser considerada “bachillera” o “marisabidilla”, algo nefando entonces y bien que se aprecia en las obras de Lope o Calderón que ridiculizan a las mujeres letradas. La afición a los libros de Teresa, como lectora y escritora, data de la infancia, pues parece que ya escribió junto a su hermano una novela de caballerías. En sus conventos exigió que hubiera buenos libros, entre otros de fray Luis de Granada y fray Pedro de Alcántara: “es necesario este mantenimiento para el alma como comer para el cuerpo”, dice la santa.
Y por otro lado si adopta esta postura de mujer débil e ignorante fue para evitar ataques y enfrentamientos con los ideólogos y con la Santa Inquisición; a ello se debe también la continua reescritura de su obra. No hay que olvidar que su familia paterna, los Cepeda, eran una de las incontables estirpes judeoconversas que tuvieron que emigrar y cambiarse el patronímico para burlar a una sociedad cruel con los marginados, para lo cual debieron incluso comprar testigos falsos. De hecho, el padre de Teresa, para borrar sus vestigios, abandonó un próspero negocio y vivió a la manera de los nobles cristiano-viejos, es decir, sin trabajar, para ello se casó con una hidalga y como enviudó repitió hazaña, pero en el intento casi dilapidó las dotes de la primera y la segunda esposas.
Los hermanos de Teresa, doce nada menos, una familia numerosa como era habitual en la Castilla de entonces, no tuvieron más opción que embarcarse en las guerras imperiales o emigrar a las Indias (su primera fundación, en Ávila en 1562, tuvo lugar gracias a la plata que le envió su hermano Lorenzo desde América). Ella, en cambio, ingresó en el monasterio de la Encarnación donde había ciento cincuenta monjas de todas las condiciones sociales: ricas que vivían en sus buenas celdas individuales, con criadas y esclavas, con cocina propia y que incluso recibían huéspedes; pero también monjas pobres con dormitorio y comedor común que pasaban hambre y penurias.
Teresa perteneció sin duda al primer grupo, se codeó en el locutorio con las aristócratas locales, y con ella se llevó como huésped a su hermana Juana cuando murió su padre. Pero también pasó largas temporadas fuera del claustro debido a sus enfermedades, y tuvo que recurrir a médicos y curanderas. Fue este un período de conversión interior, de fenómenos místicos parecidos a los de los alumbrados y que sus confesores no entendían o no querían entender por miedo a la Inquisición. De esta forma, la Vida, la autobiografía de Teresa, se escribió según algunos investigadores para justificar que sus experiencias sobrenaturales venían de Dios y no del demonio. Desde entonces son miles las ediciones de sus obras en multitud de lenguas.
Más lección que Cervantes
Y a pesar de que Teresa tiene que demostrar su ausencia de formación teológica, su falta de erudición y su ignorancia del latín, así como expresarse con llaneza, san Juan de la Cruz definió su escritura como “maravillosa” y dijo de ella fray Luis de León: “en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y claridad con que las trata excede a muchos ingenios, y en la forma de decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritos que con ellos se iguales”. E incluso Azorín dijo que la madre Teresa era “más lección que el Cervantes”, que ya tiene su estilo hecho, mientras que en la santa se ve cómo va construyéndose. Dijo Víctor García de la Concha que el atractivo de leer a Teresa radicaba en conocer “la vida de una mujer en uno de los períodos más conflictivos de la historia de España”, una monja que emprendió “una aventura revolucionaria en el espíritu y en la cultura”. Por otra parte, dijo Unamuno que España “aprendió a entender a Dios en los escritos de Teresa de Jesús”.
Pocas mujeres han entrado como Teresa en el canon hispánica, es una de las más destacadas autoras del siglo de oro español y una figura universal, coetánea de fray Luis de León, fray Luis de Granada, fray Juan de los Ángeles, san Juan de la Cruz, Luis de Sarría, etc. Destacan su autobiografía, la Vida (1562), Camino de Perfección (1562), las Constituciones (1563), las Exclamaciones (1569), Desafía espiritual (1562), las Fundaciones (1573), Moradas (1577), etc. Escribió además poesía, medio millar de cartas y sesenta y seis cuentas de conciencia. Su público lector era en principio, salvo excepciones, las monjas de su congregación, hasta que en 1588 fray Luis de León editó por primera vez las obras de Teresa de Jesús.
Santa en el tiempo de los santos
La beatificación de Teresa tuvo lugar en 1614, y su canonización en 1622, simultánea a las de Ignacio de Loyola, Francisco Javier e Isidro Labrador. Fue san Juan de la Cruz su colaborador más destacado, y conoció Teresa a san Pedro de Alcántara y san Francisco de Borja. España e Italia fueron los países que coparon entonces la santidad europea. Los religiosos, santos, místicos, y ermitaños eran el modelo social ideal del siglo y algunas figuras suscitaron devociones cercanas a la superstición, como la madre Luisa de Carrión, alumbradas como las de Llerena, la beata Ana de Abella, la beata de Piedrahita, Catalina de Jesús, Jerónima de Noriega, etc. En la mayoría de los casos mujeres perseguidas por la Inquisición. De hecho la propia Teresa de Jesús compareció en 1575 ante el Santo Oficio y fue recluida en uno de sus conventos hasta 1580.
Fue después de tomar los votos cuando comenzaron a crecer los desmayos de Teresa y le dio un “mal de corazón”. No se sabe qué padecía, pero numerosos investigadores se han interesado en su caso a lo largo de los años y se le ha diagnosticado, con distinta suerte, meningoencefalitis, brucelosis o fiebre de Malta, epilepsia, meningitis tuberculosa o paludismo.
Falleció el 4 de octubre de 1582 pero con el cambio de calendario al gregoriano, desapareció el juliano, desaparecieron once días, y queda la fecha de fallecimiento el 15 de octubre.
Para saber más
- Cortes, B. Bennassar, T. Egido y V. G. de la Concha, “Santa Teresa y su época”, en Cuadernos Historia 16, núm 110, 1985
Juan José Sánchez Oro, “La odisea de Teresa de Jesús: la santidad rebelde”, Historia de Iberia Vieja, n. 118, pp. 22-33
María de los Ángeles Valencia, “De Ávila a los altares: la pasión de Teresa”, La Aventura de la Historia, n. 101, 2007, pp. 70-78.
Imagen: Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa sobre lienzo, que es el cuadro más parecido al aspecto original, por realizarlo con la protagonista delante de sus ojos, y con los pinceles en la mano. (Wikipedia)
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Publicado en Hojas Sueltas en Marzo 2023