Morris West, y su obra El Abogado del Diablo.
Esta novela me llegó en una época en la que tenía serias dudas sobre la religión católica. Estudié en un colegio de frailes, en donde debías creer sin cuestionar. Pero alcancé esa edad en la que comienzas a analizar. Recuerdo que yo analizaba todo, desde mi relación dentro de la familia, hasta la política, franquista, por cierto, y me hacía preguntas. La afición a preguntar es lo peor que te puede suceder. No por las preguntas en sí, sino por las respuestas.
En esta novela, que nada tiene que ver con la película de Al Pacino, las interrogantes surgían como setas en primavera. La Iglesia tenía una forma muy peculiar de canonizar, sobre todo en el siglo XX. Antes, en los tiempos del Coliseo Romano, bastaba con que te devorase un león, para ser santo o santa, sin mayor cuestionamiento, ni revisión de vida y obra. También se ha canonizado a Juan Diego, en México, un personaje que es parte de la leyenda, sin poderse afirmar que hubiese existido.
Pero, en la novela de Morris West, un sesudo personaje, del Vaticano, debe refutar la presunta santidad de un habitante de un pequeño pueblo de Calabria. El prelado, Blaise Meredith, lucha por su vida, porque se la ha diagnosticado una enfermedad terminal. A la vez que busca pruebas para rebatir la popular santidad del pueblerino, Giacomo Nerone, hace una retrospección de su vida, para descubrir si sirvió de algo. Incluye la situación del cura del pueblo, quien duerme con su ama de llaves, no por lujuria, sino porque solamente tienen una cama.
Hay otros personajes, pero sería prolijo describirlos. Solamente diré que me impresionó el tema, la prosa tan vívida, y, a la vez, fácil de digerir, de West.
Erlantz Gamboa