El piso franco preparado por la Agencia estaba situado en un edificio de apartamentos de la calle Zurbano, entre José Abascal y el Paseo del General Martínez Campos. Rodeado de oficinas y despachos, con numerosas entradas, salidas y algunas cafeterías y restaurantes donde poder almorzar sin que su presencia fuera tenida en cuenta. Sería uno más de los muchos empleados que merodeaban la zona. Diego disponía de suficientes fondos económicos para mantenerse durante bastante tiempo. Era su segunda misión como ayudante, aunque su instrucción le proporcionó la preparación necesaria para no tener problema alguno. Al día siguiente debía comunicarse vía internet con el numero tres, recibiría instrucciones, bien para volver a la base o esperar nueva misión para salir directamente a la ciudad que le destinaran.
Las horas las ocupaba en leer, ver alguna película de video y repasar algunos de los momentos pasados con Rosario. Durante el tiempo en que estuvieron juntos preparando la última misión, llegaron a intimar más de lo que la Agencia les habría autorizado. Sintió un vacío inexplicable cuando se separaron. En numerosas ocasiones se preguntó la razón de ese escondido sentimiento, que sin duda rozaba el cariño. Necesitaba sentirlo en ambas direcciones. Llevaba mucho tiempo solo, y su corazón estaba harto de disimular. Estaba claro que sentía cierta atracción por Rosario, o como se llamara. Nunca supo su verdadero nombre. Cuando fueron enviados a Ámsterdam; primera misión juntos; ella se hacía llamar Victoria, y el Narciso. Desempeñaron el papel de estudiantes becados por el Instituto Español de Nuevas Artes, del Ministerio de Educación. En su etapa de preparación, la vio en varias ocasiones durante los obligados meses de readaptación y calificación. No era extraña la situación, todos sus compañeros olvidaron sus nombres, no tenían recuerdos familiares, ni de sus respectivas infancias, solo aparecían los momentos vividos desde su incorporación a las instalaciones de la Agencia. Sin embargo guardaba un extraño presentimiento, un duro e inaceptable recuerdo que jamás quiso trasladar a persona alguna.
Durante la última misión, en su estancia en Brasil, a punto estuvo de mencionárselo a Rosario. Tal vez la oportunidad le hizo sentirse distinto. Por un momento quiso formar parte de un mundo ajeno a cuanto le habían enseñado. Aunque pudo más la dichosa formación recibida en aquella Granja-Escuela de Los Molinos en Madrid. Tenían pocas oportunidades de comunicarse entre los miembros de la Agencia, estaba prohibido. Únicamente si era como consecuencia de la misión en que participaba, podían hacerlo, siempre con una razón suficientemente poderosa.
Aquella noche no durmió bien. Nada más levantarse, sin desayunar, encendió el ordenador. Después de cumplir con las obligadas normas de seguridad, solicitó información sobre su compañera. Segundos después recibió respuesta:
—Hasta mañana no tendrá la información requerida. Espere y no trate de comunicar de nuevo. Fin de la transmisión.
Diego quedó pensativo. En la petición alegó razones suficientes. Dos días atrás leyó en los periódicos dos noticias que la sostenían. Debía esperar.
Al finalizar la misión, Rosario en cuanto abandonó el coche conducido por Diego, se introdujo en el amplio y renovado vestíbulo de la Estación de Ferrocarril de Chamartín. Se acercó al mostrador de una cafetería y pidió un café caliente. Al terminar volvió a sentarse y esperar respuesta al mensaje cifrado enviado a través del teléfono móvil.
A los diez minutos sonó un pitido insistente, encendió el teléfono y leyó:
Tu hermano sufrió un accidente de moto, esta ingresado en el hospital de El Escorial, deberías acercarte, necesitará tu ayuda.
Lo leyó varias veces. Tradujo mentalmente su significado y contestó con un lacónico: en menos de dos horas estaré allí.
Después caminó hasta los lavabos; vacíos a esa hora de la noche; metió el teléfono bajo el chorro del grifo y tras comprobar que había dejado de funcionar, volvió a guardárselo en el bolso. Salió hacia la zona de los aparcamientos, buscó un vehículo fácil de sustraer y a los diez minutos enfilaba la A-6 en dirección a El Escorial. Minutos después lanzó el teléfono por la ventanilla. Poco antes de llegar al hospital, una moto se puso a su lado. Era lo esperado, bajo la ventanilla y saludó al conductor de la Honda, éste le contestó con su mano derecha. Hizo un ademán indicando le siguiera. Tras pasar dos rotondas afrontaron la carretera M-600. Transcurridos cinco minutos, el motorista volvió a acercarse al vehículo conducido por Rosario. Esta bajó de nuevo la ventanilla esperando una señal de su contacto. Fue un segundo, apenas la dio tiempo a reaccionar por inesperado. Un fogonazo seguido de un impacto de bala en el hombro, la hizo girar parte de su cuerpo sobre el asiento contiguo, sus manos soltaron el volante y el vehículo rojo se lanzó en una carrera absurda hacia el primer grupo de árboles que encontró a su derecha, hasta estrellarse. El motorista apretó y giró con fuerza al puño derecho de la moto para perderse en la noche en dirección a Valdemorillo.
Diego leyó de nuevo las reseñas periodísticas:
«El pasado viernes se celebró la boda Lasso-Corona en el Castillo de Viñuelas. En el transcurso de la fiesta los novios desaparecieron y tras una insistente búsqueda por parte de familiares y amigos, fue requerida la presencia de Agentes de la Comandancia de la Guardia Civil, quienes encontraron los cuerpos de los contrayentes sin vida, junto a una tapia del recinto. Los asistentes; familiares y amigos de los asesinados novios; aún no han asimilado tales hechos. Todos se han puesto a disposición de la Policía. Al parecer uno de los mejores Comisarios, antiguo inspector de Homicidios, se ha hecho cargo de la investigación.
El comisario Hernán Carrillo, ha respondido a las numerosas preguntas formuladas, señalando que aún es pronto para determinar algunos extremos de estos asesinatos. Al parecer, el padre de la fallecida, el empresario Alberto Corona, ha solicitado la incorporación de unos investigadores llegados recientemente del Reino Unido.
Algunas de las empresas dirigidas por Nereo Lasso, han solicitado a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, la suspensión de sus cotizaciones en Bolsa, a fin de salvaguardar sus intereses, hasta descubrir la razón y motivos que han llevado al asesinato del Principal del Grupo y su esposa».
Estaba ansioso por leer la respuesta de sus superiores. Abrió y encendió el ordenador. Tuvo que esperar poco tiempo, enseguida leyó la escueta información encriptada:
La agente conocida como Rosario, fue encontrada muerta después de sufrir un aparatoso accidente en una carretera secundaria cercana a la ciudad de El Escorial. Fin de la transmisión.
Diego quedó momentáneamente bajo la influencia de un síncope sentimental. Se rehízo y formuló otra pregunta en el comunicador con la Agencia: Deseo confirmación de mi incorporación a sede central. No por el momento —contestaron seguidamente—. Insisto en incorporación inmediata. La respuesta no tardó en llegar: Exigimos encarecidamente guarde silencio y espere instrucciones en domicilio actual. Fin definitivo de la transmisión.
Esperó unos minutos para rehacerse de la conmoción provocada por la noticia. Se vistió con ropa deportiva y bajó seguidamente a la calle. Durante más de cuatro horas anduvo caminando por la ciudad, no se atrevió a volver a llamar a la Agencia, aunque no quedaron satisfechas sus dudas. Aquella noche soñó con Rosario, a quien no volvería a ver jamás.
Mientras tanto.
—Confirmado Ignacio — señaló Pinillas.
—¿Confirmado qué?
—Únicamente dos personas abandonaron el recinto donde se celebró la fiesta de los novios asesinados.
—¿Y…?
—Se trata de una pareja que conocieron en Río de Janeiro, durante un reciente viaje. Fueron investigados por la Agencia S & P, según consta en los informes. Es más, al parecer el mismo Nereo comunicó personalmente que sus amigos abandonarían la fiesta y se les permitió su salida controlada.
—Entonces investiguemos a esas dos personas. Al menos podrán darnos algo de información.
—Su dirección en Madrid es Rafael Finat 95. Son recién casados. El, dibujante de cómics; ella, enfermera en una importante clínica privada al norte de la ciudad.
—Adelante, ve tu con algún agente —pidió Ignacio—, yo debo comprobar algunos datos, y Esperanza está con el jefe en las oficinas del Grupo Lasso.
—Vale.
Mientras Pinillas buscaba información en el domicilio de Diego y Rosario, el comisario Roberto y la inspectora Esperanza, mantuvieron diversas entrevistas en las oficinas centrales del Grupo Lasso. Fueron recibidos por un nutrido grupo de gerentes dispuestos a informar de cuanto fuera útil para encontrar al, o los culpables de los asesinatos. Esperanza hizo numerosas anotaciones. Dos horas después regresaron a la comisaría.
Una vez en ella:
—¿Y dices que ya no viven allí?
—En efecto jefe —señaló Pinillas— los vecinos dijeron no haberles visto desde más o menos el día en que se cometieron los asesinatos. Ni siquiera saben donde han podido marcharse.
—Será una coincidencia.
—Será. Pero el piso está vacío. Parece que lo alquilaron bastantes meses antes de casarse, luego se fueron de viaje de novios a Brasil. Una vecina dijo que el marido, el tal Diego, tenía un problema familiar y debían ausentarse un tiempo, nada más.
—¿Has entrado en la vivienda?
—No, no he podido. El propietario que tiene un duplicado de llaves no estaba en su domicilio. Volveré mañana.
—Bien. ¿Y tu, Ignacio, que has conseguido?
—Poca cosa. No hay conflictos familiares, ni con los amigos. Todos están limpios. No tienen negocios ni problemas. Solo pude obtener una información, pero no se si será importante para el tema.
—¿De que se trata?
—Parece ser que desde hacía tiempo el señor Corona se interesó por la compra de una empresa de robótica en Brasil. Y mira por donde, he investigado las últimas adquisiciones de Lasso y coincide, que él compró durante el viaje que realizó con su prometida a Brasil, la empresa que le interesaba a su suegro.
—Sí es importante. El otro día hable con él y al parecer tenían previsto no entrar en lucha de intereses similares ambos grupos. Volveré a conversar con el señor Corona. Necesito confirmación de esos extremos.
—Claro. Pinillas te ayudará —señaló Dobles.
—Por supuesto —refrendó él.
Al día siguiente Luis regresó al domicilio de Diego y Rosario. Abrió la puerta en compañía del propietario.
—No se si podemos hacer esto —dijo al inspector.
—Poder podemos, deber no debemos. Pero teniendo en cuenta que ellos no están y no vamos a tocar ni llevarnos nada, podemos hacerlo.
—Como usted diga, inspector.
—De cualquier modo, debería esperarme en la puerta, así evitará cualquier problema, al no ver nada.
—Entiendo.
Según dijeron los vecinos el día anterior, el hombre se ocupaba de dibujar cómics y ella de cuidar enfermos. No había rastro alguno de sus ocupaciones. Ni un solo dibujo sobre la mesa de trabajo. Ni una sola bata o detalle indicativos que allí vivía una enfermera. Tampoco alimentos en la nevera, ni ropa en los armarios, aparecían vacíos, impolutos. El cuarto de baño sin restos de gel de ducha, colonias o cepillos de dientes. Volvió sobre sus pasos y habló con el propietario.
—¿El piso lo alquilaron amueblado?
—Si señor.
—Acompáñeme al interior y dígame si están todos los muebles.
—Claro.
El colchón aparecía descubierto, sin sabanas que lo cubrieran. La cocina limpia, con los mismos artículos de menaje entregados hacia meses.
—¿Cuándo tienen que pagarle la renta?
—Dentro de tres meses. Lo hicieron por adelantado. Me dieron la de todo el año cuando firmaron el contrato.
—Vaya suerte.
—Sí. Como a él no siempre le editaban los cómics, dijo que con lo que acababa de ganar pagaría la renta de un año, si le hacía un descuento. Me pareció bien, firmamos y hasta dentro de tres no se cumple el plazo.
—¿Tiene una copia del contrato?
—Por supuesto, pero en mi casa.
—Vaya por el. Le espero aquí.
—Ahora mismo.
Pinillas cogió el teléfono y habló con el comisario.
—Roberto, todo esto es muy extraño. La pareja se ha marchado del piso, al parecer por un problema familiar, según han dicho los vecinos. Sin embargo la casa parece que hubiera estado en cuarentena. Está todo limpio. Sin muestra alguna de que hubieran vivido en ella. Me gustaría que los de la Científica sacaran huellas y rastros. ¿Puedes avisarles?
—Desde luego, Luis, ahora mismo te los envío. ¿Esperarás ahí?
—Por supuesto, y por favor, envíame una patrulla. Necesito cubrir el perímetro.
—Claro, también los enviaré inmediatamente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Esperanza.
—Algo raro. Según dice Luis, no hay resto alguno en el domicilio de los amigos.
Mientras Roberto solicitaba la incorporación de los agentes solicitados por Pinillas, Ignacio Dobles entraba en el despacho.
—Jefe acabo de recibir una nota de la Comandancia de El Escorial.
—Y eso a que viene.
—Encontraron el otro día el cadáver de una mujer joven accidentada en la carretera M-600.
—¿Que tiene que ver con nuestro caso?
—Sencillo, han encontrado restos de una tarjeta con datos del Castillo de Viñuelas.
—Es decir que la Guardia Civil no se está quieta, sigue investigando por su cuenta.
—Creo que así es, jefe.
—Hablare con el Director General. Ya veo que nos quieren complicar la vida.
—A lo mejor nos ayuda.
—Es posible, pero quedó bien claro que nos ocuparíamos nosotros.
—Vale. No digo nada más.
El Periodista Eulogio Pariente llevaba muchos años sosteniendo la misma tesis que desarrollara durante los últimos años de la década de los ochenta. Para ello dispuso en su definitivo domicilio de Madrid, una habitación dedicada única y exclusivamente a la documentación e investigaciones llevadas a cabo desde entonces. Miles de fotos conformaban cada uno de los álbumes abiertos. Cada desaparecido tenia su carpeta, fotos, conversaciones, fechas, datos de parientes y amigos. Posibilidades más o menos ciertas, mezcladas con toda suerte de apariciones, adopciones y muertes posteriores a las fechas en que desaparecieron los niños. Lo llamó «museo de los niños perdidos».
Tras mucho tiempo y constancia, consiguió un programa informático que desarrollaba los posibles cambios habidos en los rostros de los niños, aplicando diversos parámetros cuyo resultado era el virtual rostro basándose en la edad que tendrían cada año transcurrido. Pese a las recomendaciones que recibió de la policía, él se mantuvo en contacto con algunos padres a quienes facilitaba las fotos producidas por su programa de virtualidad. Algunos le retiraron su apoyo, otros sin embargo, se mantuvieron firmes y esperanzados, sobre todo cuando empezó a incluir, pese al costo producido, algunos análisis de ADN.
No solo se nutria de informaciones propias y de agencias, también de las numerosas notas facilitadas por contactos que mantenía dentro de algunas comisarías. Su labor tropezaba con muchas trabas. Era mucho trabajo para un hombre que no disponía de todo el tiempo que necesitaba. Sin embargo, se mantuvo alerta de cuanto ocurría a su alrededor. Cada suceso acaecido en España respecto a jóvenes, era minuciosamente estudiado por Eulogio Pariente. Por eso, cuando leyó la nota de prensa en la que figuraba la aparición del cuerpo de una joven, se apresuró a conectar con la Comandancia de la Guardia Civil en El Escorial.
No consiguió información alguna, solo escuchó: Usted debe estar loco, haga el favor de marcharse y no esconder su locura dentro del traje de periodista, le dijeron. Salió únicamente con un dato: El comisario Roberto Hernán Carrillo era el responsable de la investigación. Algo que le resultó ciertamente extraño, pues no era demarcación para una comisaría de Madrid. Regresó dispuesto a entrevistarse con el mencionado comisario.
En la comisaría.
—¿Tenemos el informe de la autopsia? —preguntó Roberto.
—Acaba de llegarnos.
—¿Está identificada?
—¡No! No sabemos quien es, sus huellas no aparecen en ninguna base de datos. Ahora mismo he pedido al equipo correspondiente, comprobar con la base del DNI.
—¿Y que hay de la tarjeta que encontraron?
—Poca cosa. Es un recorte pequeño aunque nada nos dice. Existe la posibilidad de que fuera alguna camarera del recinto.
—Bien analiza con los de «S & P”y tenme al corriente.
Se despedía de Pinillas cuando el teléfono sonó tres veces. Al descolgarlo.
—Comisario, hay un periodista que quiere hablar con usted.
—Dile que no haré declaraciones hasta no tener alguna novedad sobre el caso, y por ahora no hay nada.
—No, comisario, no es ese tipo de periodista. Se trata de uno que investiga por su cuenta ciertas desapariciones.
—Está bien, acompáñale a mi despacho.
—Claro comisario. Ahora mismo.
Mientras tanto, Pinillas comprobaba la inexistencia de huellas dactilares coincidentes con las de la fallecida. Abrió la carpeta donde aparecía la cara de la mujer y añadió un interrogante junto al apartado de identidad. Tenía dos incógnitas que dilucidar con el comisario. Una, la identidad del cuerpo encontrado, la otra, la absoluta limpieza del domicilio del matrimonio amigo de los dos asesinados. Según el informe del grupo de policía científica, la limpieza del domicilio parecía obra de gente especializada. No existían huellas o resto alguno, resultaba ser el equivalente a un quirófano recién desinfectado. Tomó bajo el brazo ambos expedientes subsidiarios del principal y se encaminó hasta el despacho de Roberto. Golpeó con los nudillos pidiendo entrar. ¡Pase! —escuchó.
—Señor Pariente, permítame un segundo, debo atender al inspector Pinillas.
—Claro comisario.
—Bien, adelante Luis.
—No importa, ni tiene importancia, volveré más tarde.
—Como quieras. Continuemos. ¿En que puedo ayudarle?
—Según acabo de adelantarle sobre mi búsqueda de niños desaparecidos, tengo posibilidad de realizar las pruebas correspondientes sobre cabellos de algunos de los niños. Sus padres las han mantenido guardadas. Costumbres de gente de pueblos. Con ellos podríamos sacar el ADN, y comprobar si coinciden con el de la joven encontrada en El Escorial.
—Desde luego le veo decidido y persistente en su búsqueda.
—Verá comisario. Estoy convencido de que «mis niños» fueron secuestrados por alguien, y al igual que sus padres, tengo la convicción de que algunos pueden estar vivos, aunque supongo que con una personalidad distinta dado el tiempo transcurrido.
—Ahora estoy bastante ocupado en aclarar unos asesinatos. Pero me interesa su teoría. Le pondré en contacto con el inspector que acaba de salir. Mantiene unas interesantes bases de datos que le podrían ayudar. Si no le importa déjeme su teléfono y le llamaré en cuanto logremos despejarnos un poco.
—Claro comisario, tome mi tarjeta, en ella aparecen dos números, el fijo en mi domicilio y el móvil que le llevo pegado a la piel.
—Es cierto, a veces yo también pienso que esta vida que nos toca vivir nos hace esclavos de la comunicación.
—Ya, pero sin ella no avanzaríamos.
—También es cierto. Bien, ahora si no le importa debo atender a mis inspectores.
—Gracias comisario, le agradezco su tiempo pese a estar tan ocupado.
—Tenga la seguridad de que le ayudaré en todo cuanto pueda.
—Se lo agradecemos todos, los padres y yo.
—Señor Pariente, hasta pronto.
—Adiós comisario.
Se acercó hasta la sala de Pinillas.
—¿Qué querías antes?
—No hay identificación alguna de la mujer. Es un misterio que unido al del quirófano se convierte en algo sospechoso e intrigante.
—¿De que quirófano me hablas?
—Del domicilio de los amigos de los asesinados.
—¡Ah! Bien. Pero explícate por favor.
—Los de Científica no han encontrado nada. Ni huellas, ni rastros, nada, absolutamente nada, lo han calificado de eso, de un quirófano.
—Que extraño.
—Desde luego.
—Respecto a la mujer, como te decía, no tenemos ni nombre, ni huellas, nada. Es más, el coche era robado. La Guardia Civil ha comprobado que fue sustraído la noche de los hechos de uno de los aparcamientos de la estación de Chamartín.
—Esperaremos a que regrese Ignacio y repasaremos toda la información con Esperanza.
—De acuerdo.
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