Cosas – Castelao

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No es poco lo que Los extrañados le debe a Cosas. Para empezar, la certeza de que algunos nacen condenados a no encajar, a vivir con la nostalgia de algo que nunca tuvieron, a vagar por el mundo con la incomodidad del que entra en casa ajena y no sabe si sentarse o quedar de pie. Castelao dibujaba siluetas huidizas como sombras, las de aquellos que tenían una pata en la aldea y otra en el muelle. Escribió sobre la emigración, como reza el tópico, pero lo suyo no iba solo de barcos y pasaportes.

En su Galicia particular, el campanero enjuto, la viuda de luto con el moño tirante, el sacristán con reumatismo y la vieja encorvada ante el cruceiro no son las pintorescas figuritas de una postal ni los personajes de una novela costumbrista. Son doctores en desengaño, poco menos que catedráticos en la fatalidad. Han mirado de frente el absurdo de la existencia y, como el perro escarmentado que ya no ladra, han decidido tomárselo con retranca. El humor seco de Cosas, de frase breve y resignada, es la carcajada de quien ríe por no llorar. ¿Acaso el humor es el refugio de quien sabe que nunca está del todo en casa?

Su prosa es como su trazo, que a su vez es como el nordés cuando sopla con ansia: seca, fría, tajante. Como el viento, Castelao no avisa. Lo mismo es una ráfaga brava y afilada—el niño que aguarda en el puerto el retorno de su padre emigrado y descubre que no se parece en nada al retrato que tanto miró—que una brisa tibia, como la anciana enamorada que grita “¡hasta luego!” al ataúd de su marido. Algunos cuentos de Cosas azotan con furia y otros casi nos acarician, como el de aquellos dos marineros que apenas se entendían en la taberna—uno en inglés, otro en francés—hasta que entonaron el Lanchiña que vas en vela y resultó que eran gallegos…

En este medio centenar de relatos hay «marquesiñas» sin título ni blasón y osamentas de barco que parecen espinas de pescados gigantes. Un marinero pide un préstamo para poner un balcón cuando no pueden alimentar a sus hijos, porque la vergüenza es peor que el hambre. La vereda vieja que de niños conducía a un mundo encantado hoy solo lleva a una aldea despoblada. Nada es lo que parece porque todo está fuera de lugar. Será que todo gallego es un extrañado.

Bien mirado, el estilo de Castelao es un saludo silencioso entre dos viejos en la puerta de la taberna. Apenas un movimiento de cabeza, un ademán quedo pero solemne. ¡Cuántas cosas caben en ese gesto! No le eran ajenos los silencios, como no le eran ajenas las despedidas en el puerto y las cartas que tardaban meses en cruzar el Atlántico. Vio partir a su padre al destierro y andando el tiempo tuvo que marcharse él mismo, con la guerra recién perdida. Uno cierra Cosas y siguen resonando los gritos de las gaviotas, el crujido de los castaños, el llanto de los carneros, y de fondo, un silbido que se enreda en los pinos, acaso el eco de la Santa Compaña, que no es sino el lamento de los marineros que nunca volvieron.

Sobre el Autor:

Alfonso Daniel Rodríguez Castelao (Rianxo, 1886 – Buenos Aires, 1950), conocido como Castelao, fue uno de los intelectuales gallegos más importantes del siglo XX.  Sus textos y caricaturas, con los que retrató la vida de la gente común y denunció las injusticias sociales, aparecieron regularmente en los principales medios de la época.  Diputado en las Cortes durante la Segunda República por el Partido Galleguista, tras la guerra civil formó parte del gobierno republicano en el exilio.

© Libros del Asteroide

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