Si supiéramos con certeza que nuestras decisiones de hoy impactarán de manera significativa a miles de millones de personas en el futuro, ¿no tendríamos la obligación moral de actuar con una perspectiva largoplacista? Esta idea, que sitúa la ética en un marco temporal extendido, se ha convertido en un punto clave del debate filosófico y político. El largoplacismo sostiene que, dado que el futuro probablemente albergará a la gran mayoría de los seres humanos que existirán, las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones deberían ser consideradas con la mayor seriedad. Sin embargo, esta postura ha sido criticada por varias razones, incluyendo la dificultad de representar a individuos que aún no existen, la incertidumbre sobre los efectos a largo plazo de nuestras acciones y la posible falta de incentivos para priorizar el futuro sobre el presente. En este artículo, examinaremos estas objeciones y argumentaremos que ninguna de ellas es lo suficientemente sólida como para descartar el largoplacismo como una base ética y política válida.
Contexto histórico y conceptual:
La idea de considerar las consecuencias a largo plazo no es nueva. En la literatura, la filosofía y la política, ha habido numerosos intentos de proyectar el bienestar futuro. Desde el concepto de «utilidad esperada» en el utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill hasta las preocupaciones ecológicas y demográficas contemporáneas, la humanidad ha mostrado un interés recurrente en cómo sus decisiones actuales impactan el porvenir.
El largoplacismo, sin embargo, surge como una formulación más estructurada y radical de esta preocupación. Inspirado por el pensamiento de filósofos como Derek Parfit y el trabajo reciente de investigadores en ética aplicada, como Nick Bostrom y William MacAskill, el largoplacismo enfatiza que la cantidad de individuos que podrían existir en el futuro es tan vasta que incluso pequeños cambios en la dirección del desarrollo humano podrían tener enormes repercusiones. Esta perspectiva ha llevado a la formulación de políticas y estrategias que buscan garantizar la estabilidad a largo plazo, desde la mitigación del cambio climático hasta la prevención de riesgos existenciales como pandemias globales o catástrofes tecnológicas.
No obstante, el largoplacismo enfrenta tres objeciones principales que amenazan su viabilidad: la dificultad de representar a quienes aún no existen, la incertidumbre sobre los resultados de nuestras acciones y la prioridad del presente sobre el futuro.
Objeciones al largoplacismo:
-
La representación de los individuos futuros
Una crítica recurrente al largoplacismo es que los individuos que aún no existen no pueden participar en la toma de decisiones actual ni hacer valer sus derechos. Dado que la política y la moral suelen basarse en la agencia y la representación, algunos sostienen que no podemos asignarles peso moral del mismo modo que a las personas presentes.
Sin embargo, esta objeción ignora que muchas decisiones actuales ya afectan a quienes no pueden representarse a sí mismos, como es el caso de los niños o de los ecosistemas sin voz. La ética y la política han desarrollado mecanismos para proteger a quienes no tienen agencia en el momento presente. Por tanto, no hay una razón lógica para excluir a los seres futuros de nuestras consideraciones morales.
-
La incertidumbre sobre el futuro
Otra objeción sostiene que la incertidumbre sobre lo que sucederá en el futuro hace inviable una planificación largoplacista. ¿Cómo podemos justificar políticas presentes basadas en eventos que podrían no ocurrir o en tecnologías que aún no existen?
Si bien la incertidumbre es un factor a considerar, esto no impide que tomemos decisiones con una orientación futura. De hecho, en muchas áreas, como la economía y la ecología, ya incorporamos modelos de riesgo y previsión para minimizar daños a largo plazo. Además, el largoplacismo no exige certeza absoluta, sino la aplicación racional del principio de precaución: cuando el daño potencial es inmenso, incluso una baja probabilidad de ocurrencia justifica la acción preventiva.
-
La prioridad del corto plazo
Muchos argumentan que las urgencias del presente son demasiado apremiantes como para dar prioridad al largo plazo. La pobreza, la desigualdad y los conflictos actuales parecen demandar soluciones inmediatas en lugar de una planificación abstracta para generaciones aún inexistentes.
No obstante, esta dicotomía es falsa. Un enfoque largoplacista no implica descuidar el presente, sino equilibrar el impacto de nuestras acciones de manera que beneficien tanto a los vivos como a los futuros habitantes del mundo. Además, muchos problemas actuales tienen causas de largo plazo, como el cambio climático o la automatización del empleo. Abordarlos con una perspectiva largoplacista puede ser una forma de mejorar tanto el presente como el futuro.
Una ética para el futuro:
El largoplacismo no niega los problemas del presente ni pretende hacer predicciones infalibles. Más bien, nos insta a asumir la responsabilidad de nuestras acciones con una perspectiva extendida, reconociendo que nuestras decisiones actuales pueden definir el destino de innumerables generaciones futuras. Las objeciones al largoplacismo, aunque relevantes, no constituyen un argumento suficiente para descartarlo. En un mundo donde las amenazas globales son cada vez más evidentes, pensar a largo plazo no solo es una opción, sino una necesidad ética y política.
Por ello, el debate no debe centrarse en si el largoplacismo es viable, sino en cómo podemos integrarlo en nuestras políticas y decisiones diarias para garantizar un futuro más justo y seguro para todos.
© Valentín Castro